miércoles, 17 de noviembre de 2010

Reflexiones desde la caminadora

Mucha gente me pregunta si sigo en el gimnasio a lo que invariablemente contesto que sí. Lo que me preocupa es la razón de la pregunta, ¿será por pura cortesía o porque me ven igual de matá?

Bueno, a quien no quiere caldo le dan tres tazas. Aquí está el tercer escrito sobre el gimnasio al cual juré jamás iría. Sé que mucha gente se pregunta cómo me va y cuánto he adelantado, he aquí la respuesta.

Cerca de la tercera semana después de mi inscripción me di a la tarea de comprarme “outfits” nuevos. El espejito me decía que con los pantaloncitos que llevaba puestos me parecía a mi mamá y que debía modernizarlos un poquito. Con todas esas niñas con cuerpos esculturales y ropa espectacular lo menos que podía hacer era comprar un par de pantalones nuevos por aquello de que alguien no me confundiera y me dieran una escoba y un mapo.

El área donde se hacen los aeróbicos y demás ejercicios tiene una pared cubierta de espejos. Se supone que la función de éstos es que puedas observar si haces los ejercicios correctamente o no. Mi versión es que el espejito en cuestión es la cruda realidad gritándote a la cara lo terrible que estás, lo fea que te queda la ropa de hacer ejercicios y lo ridícula que te ves dando brincos. Pero cada vez que me asaltan esos pensamientos recuerdo en mi mente el mantra que mi marido sembró en mi mente: “Doña, salud es vida”. Lo que él no sabe es que el “salud” que a mí me da vida es el que digo antes de darme el palo.

Todos los días veo con admiración cómo mis instructoras hacen las rutinas. Esas chicas hacen los ejercicios de manera tan elegante, tan grácil, que cualquiera pensaría que ni siquiera ponen los pies en el suelo. Yo intento seguirlas al pie de la letra. Lo cierto es que en cuestión de aprenderme los pasos no me va tan mal, pero definitivamente, la gracia no viene a mí. Por lo menos no esa gracia de movimientos que tiene mi instructora, sino la gracia que provoco con cada movimiento que realizo. Les confieso que trato encarecidamente de no mirarme en el espejo porque a veces me dan tantas ganas de reirme de mí misma, que pierdo la concentración con la posibilidad de caerme al piso.

¿La solución? Voy más temprano y camino en la caminadora. Para mi edad es más elegante, más sencillo, voy a mi paso y escucho música. Llego lo más changa posible, (recuerden la actitud hace al monje), saco mi toallita, mi botella de agua con “cooler” de los Centroamericanos Mayaguez 2010, y mi Ipod. Llenas mis manos de artilugios busco una caminadora donde treparme. Una vez me instalo, peleo un rato con ella en lo que le pongo los “settings” (las condenadas son tan complicadas que todavía necesito un mapa para ponerle mi edad y mi peso). Entonces, graciosa y elegante como una doncella comienzo mi caminata. Desde ahí, con vista privilegiada al área de ejercicios con espejos, veo todo el movimiento del gimnasio. Es entonces cuando comienza mi mente a divagar. Ednita Nazario, Alejandro Sanz, Glenn Monroig y muchos más caminan conmigo. Mi mente vuela a su ritmo y curioseo con mis ojos todo lo que ocurre a mi alrededor.

Pero como no todo es perfecto en esta vida, la ensoñación me dura poco. Una vez comienzan a llegar personas conocidas, éstas se me acercan a saludarme sin darse cuenta del riesgo que esto implica para mí. Con cada saludo, tengo que quitarme los audífonos, sacar la mano del manubrio y saludar. Por sencillo que parezca créanme que no lo es si piensan que tengo una cinta sin fin rodando bajo mis acelerados pies de paja. Peor me va cuando quien me saluda también quiere un beso. Invariablemente las patas se me enredan y doy traspiés hasta que logro controlarme. Es entonces cuando pierdo la elegancia y camino tan torpe como el espantapájaros del Mago de Oz. A final de cuentas, no seré la más hábil de las participantes pero sí la más consistente. Del grupo de viejitas que íbamos ya solo quedamos dos. Y de esas dos yo soy la que más temprano llego.

Amigos, en estas navidades no seré la más esbelta del mundo, pero sí les aseguro que seré la que más aguante el ritmo de los aguinaldos.

lunes, 15 de noviembre de 2010

¿Te borro o no te borro?

He leído varios artículos de periódico donde exhortan a los usuarios de Facebook a borrar amigos. Alegan las fuentes que un amigo es aquél con quien te tomarías una copa, a quien le prestarías un libro o con quien saldrías a dar un paseo. A mi parecer, esta definición de “amigo” es bastante restrictiva. Si el autor del artículo cataloga sus amigos por esas actividades, puedo entender perfectamente por qué tiene pocos amigos en Facebook. En mi caso yo no me tomo una copa con cualquiera, solo con las personas con quienes me siento cómoda en caso de que se me pase la mano y me ponga a hacer ridiculeces. Mis libros no los presto a nadie por lo que dice el refrán: “Para prestar un libro se necesitan dos pendejos, el que lo presta y el que lo devuelve” y finalmente, casi nunca salgo a pasear a menos que sea con mi esposo. Sin embargo, esto no significa que tenga pocos amigos en facebook, de hecho, ni pocos ni muchos y los que están no pienso eliminarlos.

No les niego que cuando leí el artículo me puse a cavilar si el autor tenía razón o no. En un momento dado me vi tentada a repasar mi lista de amigos en busca de potenciales eliminaciones. Pero luego me di cuenta de algo muy valioso para mí y decidí que mi lista se quedaría intacta.

Primero, cada vez que recibo una solicitud de amistad (o “Friend Request” como se dice en Castilla la Vieja) inequívocamente me da cierta emoción. Ver prendido el ícono del “Friend Request” significa que alguien tiene interés en tener contacto conmigo, alguien que me conoce porque de otra forma no me invitaría. Luego, cuando al fin abro el enlace la mayoría de las veces me llevo una grata sorpresa. Siempre es una persona a quien no recordaba por muchos años y que de momento llega de nuevo a mi vida con gratos recuerdos. Puede ser alguna amiga de la infancia, algún antiguo compañero de trabajo o simplemente personas que conocemos solo una vez en la vida pero que nos caen bien y queremos mantener el contacto como fue el caso de las chicas del Centro de Estética. La mayoría de ellos obviamente no son “amigos del alma”, esos a los que les prestamos libros o con los que nos emborrachamos, pero son gente genuina que se preocupa por mantener algún contacto con nosotros en estos momentos en los que el ser humano está cada día más solo.

En mi página hay foro para todos, disfrutamos de mis locuras, lloramos con mis tristezas y nos damos ánimos en los momentos de flaqueza. En ella todos cabemos, todos hablan, todos opinan y todos comparten conmigo sus buenos deseos.

No me siento con el derecho de prohibirle a nadie a quien conozca que se acerque a mí, por el contrario, cada solicitud de amistad me garantiza que en los momentos de soledad que paso en mi casa tengo todo un grupo de amigos al alcance de la mano listos para formar la tertulia.

¡Los quiero a todos!

sábado, 6 de noviembre de 2010

Verte dormir......

Ver dormir a una persona para mí siempre ha sido algo fascinante. El sueño es un estado del ser donde nos encontramos indefensos, reales, la persona se muestra tal cual es sin máscaras y sin doble agenda. Por lo tanto, permitir que una persona te vea dormir es un privilegio que no debe otorgársele a cualquiera.

No hay nada más cándido e inocente que el sueño de un niño. Sus ojitos cerrados, su carita angelical, sus sonrisas de ángel, hacen que el más duro corazón se enternezca. Cuando mis hijos eran niños, una vez dormían podía estar horas mirándolos mientras acariciaba sus rizos. Mi día podía haber sido el peor de todos pero en ese momento se borraba cualquier angustia, cualquier duda, ya no había lugar para las penas. Aún hoy siendo ellos adultos, mirarlos dormir me hace recordar aquellos niños indefensos que Dios me confió para que los hiciera hombres. Sus caras barbudas no son suficiente disuasivo para que me abstenga de besar sus mejillas o acariciar su pelo cuando duermen.

¿Y qué cuando es tu pareja la que duerme? La emoción es la misma. En ese momento sublime y corto, antes de que yo también caiga en los brazos de morfeo, me dedico a observar a mi media mitad. No hay tiempo para riñas o amarguras. Quien yace a mi lado se me antoja perfecto, tierno, indefenso como una criatura. Provoca prolongadas caricias y largos suspiros. Mirarme en sus ojos cerrados me da un sentido de complicidad inigualable. Sabe que a mi lado puede dormir tranquilo, despojarse de sus mil y un rostros y ser solo mi compañero. Y cuando por fin soy yo la que duermo, sé que estaré segura y cobijada porque él me cuidará hasta que llegue la luz del día.

Pero hay un sueño que es diferente a otros, el de nuestros padres. Cuando llegan a viejos y nos toca a nosotros velarles su sueño, es cuando entonces le encontramos el sentido completo a la vida. En sus rostros vemos los nuestros. Reciprocamos sus cuidados y velamos su sueño con el mismo amor y devoción que lo hicieron ellos con nosotros cuando éramos niños. Acariciamos sus cabezas de la misma forma en que ellos acariciaron las nuestras y devolvemos con creces el amor que nos dieron. Es en ese momento y no antes que Dios nos da la oportunidad de cerrar el círculo de la vida y devolver lo que nos fue dado.

Cuando quiero saber cuánto amo a alguien solo tengo que verlo dormir. Es entonces que mi amor se exacerba y se extiende más allá de los límites del tiempo.

sábado, 30 de octubre de 2010

Una canción equivocada

Hace poco me encontré con Esperanza, una muy buena amiga a la que quiero mucho y con quien no comparto tanto como me gustaría. Después de la emoción de encontrarnos luego de varios años de ausencia decidimos ir a almorzar. ¡Teníamos tantas cosas que decirnos! Fuimos inseparables un largo tiempo pero las circunstancias de cada una nos hizo tomar rumbos diferentes. Sin embargo, cada vez que nos vemos notamos que nuestra hermandad y complicidad están intactas, sin importar el tiempo que hemos estado separadas.

Nos fuimos a almorzar a un restaurante cercano cosa de ponernos al día en nuestras vidas. Le conté de mi marido, mis hijos, de mis nuevas metas, de mis inalcanzables sueños. Ella a su vez me contó de los suyos. Pero mientras hablaba, noté que la chispa de sus ojos ya no era tan brillante, su sonrisa no era tan amplia, su mirada no era tan clara. La dejé hablar. Presté atención a cada una de sus palabras. Le hice las preguntas de rigor, hasta que no pude más. Tenía que preguntarle. Me armé de valor y le dije: “Espe, ¿te pasa algo?” “Te noto triste”. “No es nada, Bea, es una tontería de las mías” me contestó. “Bueno, tan tontería no es cuando te nubla la mirada. Sabes que soy tan tonta como tú, así que nada de lo que me digas me tomará por sorpresa.” Entonces Esperanza habló.

Resulta que con esto de la tecnología sus hijos le habían regalado a un Ipod. Apasionada de la música, el artilugio había sido el regalo perfecto para ella. Inmediatamente comenzó Esperanza a coleccionar música. Se presentaba ante ella una puerta grandísima al mundo de los recuerdos. Coleccionó música de su niñez, bailó con la de su adolescencia y suspiró con la romántica. Cada vez que “Espe” conectaba su aparatito viajaba a mundos inesperados, la mayoría conocidos......o al menos eso creía ella.

Fue entonces que recordó aquella vieja canción que Ramón, su marido, le había dedicado hacía muchos años, “La Hiedra”. La buscó en internet y la añadió a su lista. Su corazón palpitaba de emoción. Recordaba aquél tiempo con ternura. Ramón era un hombre de pocos detalles románticos, por lo que, cuando se enteró de que él le dedicaba una canción, la tomó literalmente para ella y la convirtió en un himno a su amor. Pero el tiempo pasa y la memoria nos traiciona. Al escuchar con detenimiento la canción, “Espe” se da cuenta de que algo no encajaba. La letra de la misma no tenía nada que ver con su historia, la de Ramón y ella. Todo hubiera estado bien excepto por una estrofa:

“Donde quiera que estés
mi voz escucharás
llamándote con ansiedad,
por la pena ya sin final
de sentirte en mi soledad.”

¡Fue entonces que se dio cuenta que esa canción no era para ella!

Durante esos mismos años Ramón había tenido un “Affair”. Ellos habían resuelto la situación lo más civilizadamente posible, logrando mantener el matrimonio gracias al amor que parecían profesarse. Todo había quedado en el olvido hasta ahora. El dolor de la traición volvió con mayor fuerza. El engaño se sentía aún mayor. ¿Por qué jugar así con su inocencia? ¿Por qué hacerla creer merecedora de un romanticismo inexistente? Muchos años suspiró pensándose la doncella de tan bella canción de amor. Desde ese momento “Espe” mira a Ramón con otros ojos, con ojos ajenos sin un atisbo de ternura o emoción. Sencillamente, él le mató “la magia”.

Mantener “la magia” en una relación cuesta mucho esfuerzo. Es una de las pocas cosas que no se conforman con buenas intenciones. Necesitan de acción y reacción. A eso hay que añadirle flores, besos, abrazos, ternura y música , pero música sincera que salga del corazón.

Salí muy triste de mi encuentro con Esperanza. Ella me enseñó que basta una “tontería” para llenar de amargura un corazón noble.

martes, 19 de octubre de 2010

¡Nena, se te ven las panties!

Según el periódico de hoy, la legislatura puertorriqueña intenta resolver un problema social nuevo entre la juventud, el “sexting”. “Sexting” es la nueva mala costumbre que tiene la juventud de hoy de tomarse fotos sexualmente explícitas y enviárselas a los amigos a través de la red o de mensajes de texto en los celulares.



Acepto la buena intención de la legislatura pero creo que es muy poco lo que la legislatura puede hacer al respecto. La solución a esta situación radica en la familia, que es la raíz de todos los buenos y malos hábitos de los seres humanos.



Cuando éramos pequeñas mi mamá siempre nos recalcó lo importante que era nuestro cuerpo y nuestra intimidad. Realmente perdí la cuenta de las veces que mi mamá me regañaba, “¡Beatriz siéntate bien que se te ven las panties!” y me lo dijo tantas y tantas veces que aún cuando vestía pantalones metía mis manitas entre las piernas para tapar el hueco revelador. Las cantaletas eran interminables, que si las niñas se sentaban con las piernas juntas, que si no podía venir nadie a tocarnos, que si ese pantalón no te lo puedes poner porque te queda muy ajustado o esa falda está muy corta. Cantaleta a cantaleta ella nos fue formando un juicio recatado que salvaguardaba nuestra dignidad a toda costa. Por lo tanto, cuando crecimos solo aquel ser extremadamente especial podía ver un poquito más allá de lo que permitía la imaginación. Y en ese momento, aún en el furor de la pasión y el enamoramiento, la vergüenza afloraba y controlaba nuestra psiquis, era difícil quitarse las panties.



Sin embargo, hoy en día el exhibicionismo raya en la compulsión. Hoy a las niñas se le ven las panties a propósito, no porque estén mal sentadas. Madre e hija caminan por la calle revelando sus intimidades sin el menor pudor. Tal situación ha llegado a tal extremo que ahora no solo se conforman con que se le vean las pantaletas cuando se sientan, ahora se las quitan y se retratan, ¡Por Dios! ¿Hasta dónde ha llegado la falta de pudor y dignidad de nuestra juventud?



Aquí la única solución sería sancionar a los padres de estas niñas desnudistas. Que las autoridades vayan donde los padres, sobre todo a las madres, y le cuestionen: “Oiga doña, ¿usted nunca le enseñó a su niña que enseñar las pantaletas era incorrecto, y más aún retratarse sin ellas?” Quizás así, por miedo a una multa, la legislatura pueda hacer que las madres inculquen en sus hijas que cuiden sus partes pudorosas, o al menos que no se las dejen retratar por nadie. El pudor solo puede sembrarse en el corazón de la juventud por la mano amada de los padres. Ni siquiera la escuela puede hacer mucho al respecto, menos aún los legisladores.



Ante esta situación cada día me convenzo más de que en un futuro no muy lejano se invertirán los patrones y entonces lo que se considerará verdaderamente sexy será lo oculto, lo que no se ve, lo que hay que imaginar. En ese momento las pudorosas seremos las más deseadas, las más buscadas, las más acechadas. En fin, ¡seremos la sensación del momento!

jueves, 14 de octubre de 2010

¡Qué bueno que aquí no hay minas!

Al igual que mucha gente a través de todo el mundo, yo también ví paso a paso el rescate de los mineros chilenos por televisión. Junto con los demás terrícolas me emocioné, lloré, reí, dí gracias a Dios y pensé.....sobre todo pensé, mirando todo aquel despliegue de ayuda, todo tan sincronizado, todo el pueblo chileno tan comprometido, tan unido. Ese presidente esperando pacientemente a cada uno de los mineros rescatados, su emoción con cada uno de los rescates y finalmente sus lágrimas de satisfacción mientras cantaban el himno de Chile como culminación esperada a un esfuerzo multitudinario.

Fue entonces que me asaltó la idea: ¿qué hubiera pasado si esa situación hubiera sido en mi amada Borinquen? Cierro los ojos y veo la imagen con nítida claridad. Primeramente imagino qué hubiera pasado dentro de la mina una vez comenzada la crisis. Posiblemente entre los mineros se hubiera dado una serie de situaciones. Primero se hubieran peleado entre sí echándose la culpa unos a otros. Posiblemente el primer acusado sería el supervisor del grupo, porque en nuestra Isla el supervisor siempre tiene la culpa. Luego se pelearían por el liderato del grupo. Harían dos bandos, dos planchas: una popular y otra penepé. Obviamente el que más miembros tuviera ése hubiera elegido al líder quien probablemente no serviría para nada porque fue escogido meramente por motivos políticos, no por ser el mejor del grupo. La comida, los medicamentos, el agua, los turnos para hablar por teléfono y salir en cámara serían establecidos también por los dos colores, el azul y el rojo. ¡Y ni hablar del orden en que emergerían a la superficie!

Afuera habría toda una serie de situaciones. La primera, tanto al momento de la emergencia como en el momento del rescate Fortuño no hubiera estado. Recuerden, siempre que hay una situación de envergadura en la Isla nuestro “Gobe” está en viaje oficial por lo que, una vez más, sería el gran ausente, y no lo culpo dada la circunstancia de que en las minas hay muchas más piedras que huevos.

Segundo, en las afueras de la mina habrían varios campamentos: el de las familias, el de los que venden souvenirs, el de los activistas en contra de las minas, el de los legisladores buscando proyección, el del Fondo del Seguro del Estado y un panel de abogados listos para instruir a los mineros de cuál es la mejor forma de demandar a los dueños de la mina una vez salgan del encierro. La mitad de los mineros saldrían cojos o en muletas, con collarines, vendajes y suero. La otra mitad saldría con problemas mentales. El dueño de la mina probablemente se cantaría en quiebra y pondría una empresa fantasma paralela a la anterior con subsidio del gobierno. Con el dinero de la indemnización tendría para pagar un buen soborno para seguir operando sin tener que compensar a nadie. Cuando vinieran a abrir los ojos, los mineros saldrían, económicamente hablando, con una mano delante y otra atrás.

Sin embargo, sé que el corazón de nuestro pueblo, esa gente linda y desinteresada, estaría día y noche al pie del agujero. Las vecinas atenderían a esas esposas que desesperadas que esperan por sus maridos. Se establecerían cadenas de oración, redes de apoyo y recolectas para mantener a los hijos de esos pobres hombres atrapados por una broma del destino. Seríamos nosotros, los voluntarios, la gente común y corriente quien haría la diferencia desinteresadamente. Seríamos nosotros, y no el gobierno, quienes mantendríamos con vida la esperanza de esa pobre gente. Porque nosotros, la verdadera “gente de pueblo” no miramos colores, ni partidos. Solo miramos el dolor y la forma de combatirlo. De lo único que nos lamentamos es que nuestros líderes pierden esa pureza de alma, ese espíritu de pueblo, una vez los elegimos para dirigir nuestros destinos.

Porque estoy segura que de haber sido nosotros, hoy en día nuestros líderes en vez de festejar el rescate de nuestros hombres, todavía se estarían peleando por decidir cuál himno cantarían, si el Borinquen o el de E.U.

jueves, 7 de octubre de 2010

Se casó Yulín.......¿Y?

Leyendo el periódico me entero que se casó Carmen Yulín. ...... ¿Y? Primero, aunque me sonaba el nombre, no sabía quién rayos era la doña. Entonces es que me entero que es una legisladora. Conoció a su flamante marido en el sepelio del fenecido alcalde Miranda Marín. Hasta ahora todo parece normal. Lo que le incomoda a la gente es que la, hasta ahora feliz pareja, decidió oficializar su unión a los tres meses de haberse conocido.....¿Y? Muchas veces leo los comentarios de los internautas en ciertas noticias. A través de éstos puedes palpar el sentir del populacho. Lamentablemente “el populacho” es la opinión callada de la mayoría de la gente común y corriente de nuestro pueblo.

Veamos, ¿qué rayos nos importa que dos personas adultas, consciente y deliberadamente decidan unir sus vidas en matrimonio? Todo el morbo viene porque solo llevan conociéndose tres meses.........¿Y? Hay gente que se conoce de toda la vida, se aman de toda la vida y nunca son capaces de unirse en matrimonio. Si se hubieran ido a vivir juntos, “marinovios” como les llamaba mi abuela, la gente hubiera hablado más. Se casan y entonces también hablan, ¿en qué quedamos? Para cometer un error solo se necesita un minuto, un sí o un no, nada más. Ese minuto, ese sí o ese no pueden ocurrir ahora, en tres meses o en veinte años. Si las cosas les van mal ya tendrán toda la vida para arreglarlo y para arrepentirse.

Pero lo que más me molesta son los comentarios machistas de la gente. Que si Carmen Yulín estaba apuradita, que si no se había casado antes era porque era medio marimacha, que si es de la escuela de Sila y montones de barbaridades más. Al novio, ni lo mencionan. Lo único despectivo que dicen de él es que es gordito, ¡como si los gorditos no se enamoraran! ¿Es que acaso una mujer no tiene el derecho de casarse a la edad que le dé la gana, en los meses que le dé la gana y con el hombre que le dé la gana, sea gordo, flaco, alto, bajo, tuerto, sambo, mudo o loco?

Si nos casamos muy rápido somos fáciles, si nos tardamos somos “raras” o neuróticas. Si el novio es gordo, bajito, tuerto o viejito es porque estamos apuradas. Nadie puede pensar en la razón más obvia del mundo, sencillamente nos casamos con el tipo porque nos enamoramos, ¡punto!

En esta vida el único “ente” ciego que queda es el amor porque ya ni la justicia lo es. Así que disfrutemos lo que queda de él y amemos sin mesura, sin tiempo, sin edad, sin medidas y sin pensarlo. Solo así cuando muramos podremos afirmar “debí haberme casado antes”.

La increíble historia de un Bandolero perdido

Nos disponíamos a almorzar en Barceloneta. Era cerca de las dos de la tarde cuando nos enteramos de la terrible noticia. Bandolero, el chiquitín Yorkie de mi prima Rocío había desaparecido. Inadvertidamente el portón delantero de su casa estaba abierto al momento en que Bando salió a hacer pipí. Haciéndole honor a su nombre, Bandolero cogió calle y se perdió. O al menos eso queríamos creer. Nos resistíamos a pensar que alguien fuera tan malvado como para llevarse un pedazo del corazón de Roci con pleno conocimiento de causa.



Luego de la desesperación inicial, pusimos manos a la obra para rescatar a Bando. Estando tan lejos del lugar de los hechos era poco lo que podíamos hacer. Siguiendo el modelo de cuando se pierde un pequeñín, sabíamos que las primeras horas eran cruciales. Dependíamos de toda la ayuda posible en lo que llegábamos a Añasco. Llamamos a toda una red de buenas personas para que corrieran la voz. Nuestros familiares salieron a las calles, pacientemente y bajo una lluvia torrencial, a buscar el perrito. Nadie se dio por vencido. Ellos recorrieron calles y urbanizaciones una y otra vez buscando al Bandolero. Por otro lado Jessica, mi sobrina, nos ayudaba corriendo la voz por facebook. En cuestión de minutos toda una red de personas sabía que buscábamos a Bando.



Mientras tanto a nosotras solo nos faltaba rezar en lo que llegábamos a Añasco. Nuestra fe fue nuestro mayor consuelo en la interminable hora y media que nos tomó llegar a nuestro pueblo. Sabíamos que sin la ayuda de Dios no tendríamos grandes esperanzas. Rezamos un rosario, y lo rezamos con toda la fe posible dentro de nuestros corazones. Desinteresadamente pusimos las cosas en manos de Dios. ¡Y dio resultado!



A las dos horas de llegar a nuestro destino llegó la llamada que tanto ansiábamos, Bandolero había aparecido. De manera inexplicable había llegado a la carretera Núm. 2. Un alma caritativa se apiadó de él y lo rescató para que no lo atropellara un carro. Esta señora se lo llevó a una amiga llamada Envi pensando que el perrito perdido era de ella. Como todos los que amamos los animales, Envi razonó de la manera correcta. Sabía que el perrito perdido probablemente tendría una familia que lo estaba buscando y que sufría por él. Lo bañó y lo cuidó para darse a la tarea de buscar algún anuncio que le indicara si había alguien buscándolo. Como Dios no desampara a quienes tienen fe en Él, la señora que lo rescató en la carretera leyó nuestros anuncios en facebook. Inmediatamente se comunicó en Envy y Bando regresó a su acongojada ama.



Esta historia nos dio una gran lección de vida. A través de ella pudimos comprobar la solidaridad de las personas que nos aman. Cómo se unen unos a otros para ayudarnos en momentos de desesperanza. También nos enseñó que todavía hay mucha gente con corazón noble. Gente capaz de sentir empatía por el que sufre y sobre todo, comprometidas en cambiar ese sufrimiento por alegría.



Final y más importante, nos enseñó el poder de la fe. La certeza de que Dios no desampara a quienes le aman y confían en Él. Que Él conspirará para que todo vuelva a su lugar, para que todo tenga solución, para que el sufrimiento termine. Aunque el asunto sea tan sencillo como el que un Bandolero regrese a su casa.

martes, 28 de septiembre de 2010

¿De qué raza eres?

El Departamento de Educación pretende implementar a la mala que los estudiantes identifiquen a qué raza pertenecen. Por lo poco que conozco de derechos civiles me parece que esto es inconstitucional. Se supone que uno no está obligado a poner este tipo de datos en los formularios que llena, ni la raza, ni la edad, ni el sexo ya que estos son elementos que pudieran en algún momento ser motivo de discrimen de algún tipo.

Yo por mi parte no tengo problema en plantear abiertamente mi raza. Sencillamente soy “Sata”. Porque aquí en mi amada isla todos somos satos. “Chinga” o “realenga” para quien no entienda, como mis perritos. Sato es todo aquel perro que no tiene una raza definida por ser una mezcla de otra mezcla, y su mamá era también mezcla de otra mezcla, y su papá también....y así sucesivamente. Aunque aquí hay muchos “come-come” que se pasan la vida diciendo que sus antepasados son españoles (canarios es lo más común), la verdad es que están reafirmando lo satos que son. Porque sus antepasados vinieron a esta bendita isla a mezclarse con los criollos, que por muy lavaditos que se vieran ya estaban lo suficientemente mezclados. Y todo lo que es mezclado es sato. Las razas puras no se mezclan con nadie que no sea de su misma raza. El que nació aquí ya viene con su mezclita hecha. Nada se puede hacer con eso aunque tu abuela intente convencerte de que tu familia es de abolengo. Y si hablamos de los estadounidenses, peor. Ellos llevan mezclando razas menos tiempo que nosotros, poco más de 200 años. Nosotros, llevamos en este asunto más de 500. Para ser precisos desde que llegó Colón y se enamoró de nuestras indias que eran unas morenas hermosas de pelo negro como el azabache. Los boricuañolitos que nacieron de esas uniones no creo que fueran demasiado blancos como nos quieren hacer creer. Eran satitos como nosotros.

Los satos son fuertes, alegres, agradecidos, leales, cariñosos y humildes. No como los de raza que usualmente son más frágiles en cuanto a salud se trata y muchos de ellos tienen problemas de actitud. Por eso yo siempre seré una sata, fuerte, alegre, agradecida, leal, cariñosa y humilde. No presumo de mis antepasados ni me importa mucho el color de mi piel. Lo único que tengo presente es que soy parte de esa raza puertorriqueña única, que arrastra la “r”, que dice “amol”, que ríe alborotosamente y aplaude en los aviones. No me interesa pertenecer a nada más.

El color de mi piel es secundario, variará según me dé el sol. Lo importante es que negra o blanca siempre seguiré siendo de la raza “sato”.

lunes, 27 de septiembre de 2010

La bella durmiente duerme para siempre

En mi relato sobre la historia de amor entre mi Tío Francis y su esposa Raquel narré el amor tan fuerte que existía entre ellos. La dedicación con la que él cuidó de su esposa durante su larga y penosa enfermedad.

Ya la bella durmiente duerme para siempre. Se fue plácidamente durante su sueño. Descansa eternamente cuidada por el señor de los cielos. Su príncipe terrenal no se resigna. Su bella Raquel se le fue sin avisos ni despedidas. Ella, sabiéndolo todo, se fue dulce y callada. Pero él se quedó sin poder darle un beso, sin poder decirle adiós.

Todos sabemos que ella descansa. Él no se explica por qué. Con resignación obligada pasea por los pasillos llorando su pena, ahogado en recuerdos y vacios, en tiempos que no volverán jamás.

¿Qué pasará ahora con este príncipe sin su amada? No lo sabemos con certeza. Pero estamos de acuerdo en que solo no se quedará. Seguirá en su espacio rodeado de recuerdos de su amada Raquel y de los tiempos en que juntos, con amor y dedicación, levantaron su familia.

Y nosotros estaremos ahí para escucharlo, hablarle, acompañarlo y amarlo el tiempo necesario durante su pena. De algo estamos seguros, nuestro príncipe no se quedó solo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Mamá estoy aburrida

Esta es una frase muy de moda entre la juventud de hoy. Es increíble la cantidad de jóvenes que la ponen en su “estado de ánimo” en facebook. Y no es de sorprenderse. Con la cantidad de tecnología que existe en estos tiempos es normal que estén aburridos. Están tan acostumbrados a entretenerse solos sentados en una silla que cuando esto les falla se ven hundidos en la calamidad del aburrimiento.

Cuando yo era joven no había tiempo para aburrirse. Sencillamente cuando no había nada qué hacer nos íbamos a casa de la vecina, Doña Trini. Allí siempre había gente con quién jugar y por lo general media calle siempre estaba reunida allí. Jugábamos volleyball, hacíamos coreografías de baile, jugábamos monopolio, cantábamos, modelábamos o nos íbamos a casa de otra vecina. Por las noches “el bunche” se reunía a hablar de cualquier tema de moda o hacíamos cuentos de miedo. Los fines de semana íbamos a la plaza. Allí nos reuníamos a hablar cuando no íbamos al cine. Fueron varias las ocasiones en que se hicieron “serruchos” para que algún olvidadizo fuera con nosotros. Era tal la camaradería que era imposible pensar que se quedara solo en la plaza solo porque no tenía un peso para la taquilla. Era cierto que algunas veces nos enojábamos pero muchas más nos contentábamos. No había lugar para rencillas inútiles porque no nos dábamos el lujo de que “el bunche” se descuadrara.

Pero lo mejor de todo eran los “partys de marquesina”. No sé qué era más emocionante, si los preparativos o el party en sí. Primero planificar en qué casa sería, cuál sería el motivo (de vaqueros, de música disco, sicodélico), la lista de invitados, la fecha y la ropa que nos pondríamos. Todos sabíamos bailar. Aprendimos en las casas, en la escuela y por supuesto en los partys. El que menos sabía al menos bailaba merengue y ni hablar de los boleros de loseta. Héctor Lavoe, Richie Ray y Bobby Cruz eran los preferidos para esas lides. Los entremeses los dividíamos entre todos pero los hacíamos entre todos. Ahh! Todavía recuerdo el sabor de los inigualables sandwiches de mezcla, los cheese trix, las empanadillitas y esas cosas ricas y sencillas que preparábamos nosotros mismos.

Para ese tiempo nadie tenía carro y todos dependíamos de que nuestros papás nos carretearan. Todos iban a todos sitios porque al que sus papás no lo llevaban los demás le daban pon. Siempre andábamos “enguaretaos”, repartidos en varios carros. Así íbamos a la playa y a los partys.

Nadie veía televisión, sencillamente no había tiempo para eso. Era más interesante jugar afuera. Lo más novedoso era el “Atari” y era tan aburrido que solo servía para las tardes de lluvia en las que no salíamos a bañarnos en el aguacero.

Son muchos los gratos recuerdos de esa época. Fueron pocas las veces que me atreví a quejarme de estar aburrida. Mi mamá tenía el mejor de los remedios para eso. Sencillamente me decía: “si estás aburrida, ponte a limpiar tu cuarto”.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

I Love Lucy en el gimnasio

Aún cuando en un post anterior juré y perjuré que no entraría a un gimnasio, terminé inscribiéndome en uno. Todo comenzó el día que decidí comenzar a caminar por aquello de hacer algo de ejercicio. Todas las tardes me ponía mi “outfit” y muy contenta y ufana me iba a caminar por la zona industrial cantando a galillo reprendido con mi ipod. “Reprendido” porque cantaba bajito. No iba a ir como una loca a todo volumen por la calle ya que todos sabemos que con los audífonos puestos cantamos durísimo y desentonados. Pero un día comenzó a llover. Y al otro día llovió también.......y al otro también. Así que decidí tomar cartas en el asunto y buscar una alternativa. No quedó otro remedio que el gimnasio.

Llego al susodicho centro y me dispongo muy valientemente a inscribirme. No imaginé lo obvio, que la inscripción era humillante. No solo tenía que decir mi edad y mi peso sino que me tomarían medidas y porciento de grasa. Deberían ver mi cara cada vez que la joven tomaba con delicadeza y elegancia mis medidas. Ella muy discreta me decía los números en voz baja, pero por la cara que yo ponía todo el mundo se daba cuenta de que los números eran alarmantes. Después pensé: “con toda la información que ha puesto en ese papel esta mujer puede chantajearme un año entero.” Me informó que todos los días a las 6:00 de la tarde tendrían clases de Zumba, Aeróbicos, Steps, Kickboxing y todas esas cosas que de solo mencionarlas te fatigan. “Ok”, le dije, “nos vemos entonces hoy a las 6:00”.

Como cucaracha en baile de gallinas llego esa tarde a la hora acordada. Algo de tranquilidad me dio ver que entre las participantes había varias amigas de mi edad. Uno de mis grandes temores era que las demás participantes fueran muchachitas esbeltas y con buena constitución física y yo la única “viejita”, pero rápidamente me doy cuenta de que todas son “normales” como yo. ¡Entonces es que comienza la fiesta!

La clase era de “steps”. Comienza la instructora con una música estruendosa que no me permite escuchar sus instrucciones. “No importa” pensé, “yo la miro en el espejo y sigo sus pasos”....... “además, esto debe ser como bailar y yo bailando tengo algo de ritmo”......¡ignorante de mí! Empieza aquella mujer a moverse como poseída y yo a tratar de seguirla........ “Y uno, y dos, y tres......cambio!” (espérate, como que “cambio” si yo voy por el dos todavía”)........ “Ahora la izquierda y levantando el pie, y uno, y dos....” (¿con la izquierda, no era con la derecha?) “Ahora tres repeticiones con el mismo pie..” (¿Cuál pie?)............yo me miraba en el espejo y veía como brincaba al descompás de todas las demás. Todas ellas se veían monísimas al unísono con la instructora y yo dando saltos a lo loco tratando de seguirlas. Para completar, entre la instructora y yo se ubicó una participante mucho más alta que nosotras por lo que yo no podía ver a la líder en el espejo. La de veces que tuve que salirme de la fila, mirar rapidito con qué pie estaban haciendo qué para tratar de volver a mi lugar y seguir. Obvio, cuando me acomodaba ya estaban haciendo otra cosa. Pueden imaginarse fácilmente mi cabecita dando saltos cuando las demás estaban en el suelo y viceversa. Cuando por fin todo terminó pensé, “esto parece sacado de un episodio de “I Love Lucy”.

De los abdominales ni les cuento. Acostadas todas en el piso y yo pensando qué había comido durante el día. Linda cosa que la principiante tuviera un “escape” en plena clase. Y no es que me preocupara el ruido, porque con la música no se escucharía, pero el olor que lo acompaña es difícil de disimular.

Tengo que admitir que a pesar de no haber hecho los ejercicios junto con el grupo, (recuerden que el grupo iba por un lado y yo por el otr), y de las preocupaciones con cada flexión de abdominales lo pasé de lo más chévere. Me divertí tanto como me fatigué y encima quemé calorías.
Ahora llego con mi “outfit” de siempre y preparada con mi botellita de agua y mi toallita. Me paseo por todo aquello y comienzo mis ejercicios de calentamiento con la certeza de que los demás participantes deben pensar “ahí llegó la doñita que siempre está perdida”.

domingo, 29 de agosto de 2010

Envejecer es de valientes

En la mujer hay muchos indicativos de que han pasado los años y que no han sido en vano. Por ejemplo, nos cuesta más trabajo encontrar un traje de baño adecuado, tenemos más potingues en el baño y el guapo cajero de la tienda nos trata de usted. Es entonces cuando te das cuenta que a la clienta que estaba antes que tú en la fila le sonríe y le da las gracias, a tí solo te cobra y te da el recibo.

Ya que no se puede evitar envejecer, al menos hay que tratar de hacerlo despacito y con gracia. Por lo tanto, una vez notamos ciertas muestras de envejecimiento corremos a tratar de corregirlo, o al menos de retrasarlo.

En estos días mi hermana y yo decidimos ir a una estética a quitarnos unos pelitos de más en la barbilla. Porque con la edad no solo nos salen chichitos y arrugas, también nos salen pelos. Y eso sí, ¡hasta aquí llegamos! Con la celulitis y las patas de gallo podemos bregar, pero con los pelos no. Encima de viejas, ¿barbudas?, NADA QUE VER! Así que raudas y veloces hicimos cita con la estética.

Íbamos contentas y campechanas pues pronto nos desharíamos de los desgraciados pelos hasta que llegamos a nuestra cita. Nuestra esteticista nos alertó con cierta preocupación de lo deshidratados que estaban nuestros rostros y la necesidad de usar protector solar. “Por Dios, resulta que no solo tengo la cara pelúa, también está muerta de sed”. Muy amablemente nos recomendó varias marcas de protectores y nos dio nuestra próxima cita.

Preocupadas y con los bigotes enrojecidos nos fuimos al mall con la idea de despejarnos un poco. Llegamos a una tienda por departamentos, pero cometimos un gran error, entramos por los mostradores de cosméticos. Tratando de aprovechar el viaje y preocupada por la recomendación de la esteticista, pregunto en uno de los mostradores por alguna oferta. ¡Nunca había deseado con tanto ahínco que la lengua se me hiciera chicharrón! La vendedora me ha mirado con cara de espanto y me ha dicho todo lo malo que tenía mi rostro. Cuando abrí los ojos, estaba sentada en el mostrador, casi en el medio del pasillo por donde pasa todo el mundo, con la cara llena de mejunjes. Literalmente me puso capa por capa de todas las cremas que tenía para vender. Después de tener toda la cara “cremada” me dio el toque final, un maquillaje completo. Cuando logré salir de allí, sentía la cara como la de un bulldog, los cachetes me pesaban con tanta crema que sentía me colgaban por los bordes de mi cara. ¿Mi siguiente parada? Un baño en donde quitarme toda aquella grasa.

De regreso a casa mi hermana y yo no dejamos de reírnos de la situación. Nos burlamos tanto una de la otra que de tanta risa las patas de gallo deben haber crecido al menos un centímetro. Llegamos a una feliz conclusión. Seguiríamos siendo unas viejitas felices y changas aunque con patas de gallo.

Conclusión: de ahora en adelante, en vez de gastar $80 en un pote de crema, empezaríamos a ahorrarlos para darnos un estirón final.

domingo, 22 de agosto de 2010

Blancanieves y sus doce cachorritas

Mucha gente que me conoce suele hacerme la misma pregunta cada vez que habla conmigo: “¿Cuántos perros tienes ahora?” La pregunta suele incomodarme más que si me preguntaran la edad o el peso. ¡Qué importa cuántos perros tengo! Usualmente la pregunta viene acompañada de alguna crítica porque son demasiados o por que, según el encuestador, debe costarme caro mantener tanto animal. ¿Y? Es mi problema, ¿no? Esta situación he aprendido a manejarla evadiendo la pregunta algunas veces, dejando en suspenso la cifra en otros. Pero no les niego que en la mayoría me encantaría olvidar mis buenos modales y contestarle sin la mínima cortesía: “ESO NO TE IMPORTA” y punto.

La mayoría de mis perras son recogidas. Fueron rescatadas del abuso y los malos tratos a los que las sometieron sus antiguos dueños al tirarlas a la calle. Todas llegaron enfermas y nosotros las acogimos y atendimos con amor y sacrificio. Era impensable dejar morir de hambre a alguna de ellas, muchas con los collares enterrados en la carne viva de sus cuellos porque quien las botó no pasó siquiera el trabajo de quitarle el collar cuando lo hizo. Así llegaron mis chicas a mi casa, a su casa.

Sé que ellas son muchas y están acostumbradas a corretear libremente por el patio. Son libres porque en mi casa no hay sogas ni jaulas. Todo el patio es para ellas, ese es su dominio. Aquí viven seguras y mimadas.

La amistad conlleva aceptar al amigo con sus defectos y virtudes. Todo aquel que se considere nuestro amigo tiene que aceptar nuestras perras. Tiene que recordar que si nos visitan, no solo visitan nuestra casa, sino también la de mis perras. Cuando nos visitan sin avisar, ellas saldrán al encuentro del visitante tanto para saludar como para proteger “su espacio”. Cuando tenemos alguna reunión planificada usualmente tenemos la cortesía de encerrarlas para que no incomoden a la visita, pero si la reunión se da de imprevisto es difícil recogerlas a todas.

Mis padres me enseñaron que criticar era de mala educación. Por lo tanto, cuando voy de visita a alguna casa voy sometida a las normas de ésta y las acepto calladita la boca. Pero en la mía mando yo y me molestan sobremanera los comentarios despectivos de la gente que me visita y se encuentran con mis perras. Quien me visite tiene que entender que ellas les brincarán encima, les correrán detrás, le lamerán las manos y le olerán el culo porque están en su casa, y uno en su casa hace lo que le da la gana. Por otro lado agradezco con alivio cuando el que llega juega con ellas, las acaricia y las mima porque siento que es un amigo que siente empatía por la labor que hacemos. Ellos entienden que cuando me siento sola y triste y ellos no están cerca para consolarme, son mis perras quienes cumplen con esa misión. Ellas me mantienen ocupada, acompañada y segura.

Todo el mundo es bienvenido a nuestra casa. Aquí les daremos un efusivo recibimiento mis perritas y yo.

jueves, 19 de agosto de 2010

El príncipe azul y la bella durmiente

Hace unos años a mi Tía Raquel le diagnosticaron Alzheimer. Esa devastadora enfermedad que les arrebata la mente y personalidad a nuestros seres queridos dejándolos a ellos inertes y con la mirada vacía y a nosotros heridos y desconsolados por el resto de nuestras vidas.

Durante todos estos años Tío Francis ha luchado por mantenerse al lado de su esposa. Impensable ha sido para él la idea de que otra persona cuide de su Raquel. Por lo tanto, por muchos años cuidó de ella él solo. Aprendió a cocinar y a atender una casa. Y así poquito a poquito la enfermedad se llevó a su Raquel y él se adueñó de ella.

La primera vez que los visité iba muy asustada. Raquel había sido una mujer hermosa y muy elegante. Le temía a la impresión de verla enferma y desmejorada. Pero aún así, me armé de valor y fui a hacerle compañía a mi tío querido. Cual no fue mi sorpresa al entrar y ver a mi tía sentadita en un sillón “mirando” televisión en la sala. De no ser porque no participaba en nuestra conversación, cualquiera hubiera pensado que estaba perfectamente bien.

Por fin llegó la hora de la cena. Con mucho esfuerzo mi tío sentó a su esposa a la mesa. Sentada con ellos pude ver cómo, con suma paciencia, él le daba cucharada a cucharada la cena que especialmente había preparado para ella. Ella se esforzaba por recordar cómo tragar, él se esforzaba porque ella regresara. Mientras esto sucedía yo me dedicaba a observarla. Guapa como fue siempre, tenía sus uñas arregladas y pintadas, y su pelo mostraba un discreto color castaño. Al final, él y yo nos sentamos a cenar tranquilamente con ella acompañándonos. Mientras comíamos le comento alegremente: “Bueno Francis, ya veo que Raquel no pierde su estilo, siempre con su pelo y uñas arregladas”, pensando que tenía ayuda de alguna enfermera una que otra tarde. Cuál no fue mi sorpresa cuando él me respondió: “Yo le tiño el pelo y le arreglo las uñas. Antes solía ponerle sus pantallas y sus pulseras pero ya no lo hago por miedo a que se haga daño. Lo menos que puedo hacer es tenerla como a ella le gustaba estar, siempre arreglada”

Desde ese momento mi perspectiva ante esta situación cambió radicalmente. Esto no se trata de cuidar un enfermo incurable. Se trata de la historia de amor de un hombre y una mujer. Trata sobre los esfuerzos que él hace por mantener a su amada esposa a su lado, siempre de forma digna y amorosa. Ahora entiendo por qué su rechazo a cualquier tipo de ayuda y mucho menos a la idea de separarla de él.

Ya a Tía Raquel no se le puede teñir el pelo ni pintarle las uñas. Ya no pueden levantarla para que nos acompañe a la mesa. Pero Tío Francis no cesa en su empeño. Su día transcurre en cambiarla de posición, lavarle sus manos y sus pies, y ponerle crema en su cuerpo para que esté cómoda y fresca. Aún no se separa de ella ni un minuto. Eso sí, siempre la mantiene peinada y con sus labios pintados.

“y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida, hasta que la muerte nos separe.” Amén

miércoles, 11 de agosto de 2010

Soy una viejita verde

Quiero ser una viejita verde, o mejor aún, una mujer madura verde. ¿En qué están pensando? ¿No se le llama "movimiento verde" a todo este movimiento del reciclaje y la conservación del ambiente? Pues si yo practico esta tendencia soy una doñita verde, ¿o no?

Con tanto bombardeo de los medios sobre la conservación del ambiente ya se me está pegando algo y como ahora soy ama de casa tengo más tiempo para estar pendiente de este tipo de cosas. Ya comencé a dividir la basura. Todos los envases plásticos los acumulo en una bolsa plástica y los mando a reciclar. Los envío lavaditos y sin etiquetas a algún centro de reciclaje, todo organizadito y limpio. En lo que se me ha ido el caché es en el reciclaje de productos agrícolas. Con las cáscaras de las viandas, cebollas, plátanos, panas y todo ese tipo de basura biodegradable, sencillamente me paro bien jíbara a la orilla del barranco y, ¡zum! los tiro monte abajo. Claro, este es un remedio sencillo en lo que construyo una caja para crear composta. Mientras tanto la composta está regada por el monte.

Pero lo que más duro me ha dado es este asunto de las bolsas plásticas. Me da mucha pena ver todas esas fotos de animalitos enredados en bolsas de supermercado por lo que estoy totalmente comprometida con la causa, aparte de que espero que en PR, como en muchos países del mundo, las prohíban y la gente se vea obligada a usar bolsas reusables.

Pues les cuento que tengo bolsas reusables de todos los colores, tamaños y compañías. Unas son compradas otras regaladas, algunas para frío otras para lo no frío. Las del supermercado son normalitas pero las del mall son "chic". ¡Por supuesto que no voy a ir por todo el mall con una bolsa común y corriente que diga "Pan Pepín"! ¡Jamás! Lo lamento, pero como decía aquel personaje de televisión, "primero muerta que sencilla". Las bolsitas para ir al mall las compro en Marshalls con diseños multicolores y en combinación con la ropa o utilizo los bolsos que me regalan cuando compro cosméticos ya que con ellos mato dos pájaros de un tiro, ando regia por el mall y de paso todo el mundo sabe que no uso Maybelline.

Haciendo pequeños ajustes todos podemos ayudar un poquito a nuestra islita y a todo este mundo que ya bastante maltrecho está. Y de paso me divierto muchísimo cada vez que voy a pagar a una caja registradora. Es preciso verle la cara a la empleada cuando le digo: "échamelo aquí que yo soy una viejita verde"........... ella con cara de "¿yo entendí bien? Se llamó vieja verde"......... Acto seguido me pregunta muy disimuladamente, "¿perdón?" Mientras yo le contesto con la cara más pícara que tengo, "todo el que recicla pertenece al movimiento "go green", ¿no?, por lo tanto hija, yo soy una viejita verde. ¡AH, ESO! Y sigo andando lo más changona con mi bolsita de Marshalls.

viernes, 6 de agosto de 2010

Lo que nos trajo la crisis

Yo sé que la economía está mala y que la gente tiene que hacer ajustes, pero hay cosas y hay cosas. Por ejemplo, acabo de leer que una chica está subastando su virginidad por ebay. Increíblemente las ofertas ascienden a más de $200 mil francos. Alega la chica que su madre va a perder la casa debido a las deudas, razón por la cual tomó la difícil decisión de vender su más preciado tesoro, su virginidad. ¡Y pensar que la mayoría de nosotras regalamos la nuestra! Es mas, más que regalarla la invertimos en una “empresa” que no sabemos si funcionará o no: el matrimonio. La mitad de ellas terminan en la bancarrota, llenas de deudas, de hijos y libras de sobrepeso. Ya entonces no tenemos qué vender. Las libras no las quiere nadie y los hijos muchas veces no los quiere ni el ex. Solo nos queda ponermos a trabajar en lo que sea, aunque eso en mi islita es relativo. Con las “ayudas” federales que se les da a los de “escasos recursos”, los cheques del pan, el título 8, agua, luz y celular gratis la gente de aquí se resiste a trabajar, por lo que las virginidades de mi tierra seguirán siendo regaladas y no subastadas como la de esta chica.

Por si fuera poco la situación ha llegado a niveles tan insospechados que ya ha afectado hasta al Vaticano. Dice otra noticia que en la próxima visita del Papa, Benedicto XVI, al Reino Unido se cobrará la entrada a las misas que oficiará el Santo Padre en esa tierra. Increíble pero cierto. Ya saben los ingleses, “no ticket, no laundry”. Si quieres misa papal, ¡paga papá! Esta situación crea unas cuantas dudas en mi mente, como por ejemplo, si quiero comulgar, ¿me cobrarán la ostia aparte o está incluida en la taquilla? Porque en ese caso yo llevaría las mías y me ahorro el gasto (ya saben, como la lonchera del trabajo). Ysi encima me tengo que confesar antes, ¿también me lo cobran aparte? ¿Y si quiero una bendición al final, otro gasto más? Imagínense, si todo esto es por persona las familias numerosas se meterán en tremendo gasto. A cualquiera le da crisis espiritual después de una cosa como ésta como si no fuera suficiente con la crisis económica. Pero yo les apuesto amigos que si un boricua cae ahí se forra de chavos haciéndole “combos” a la gente. Puedo imaginármelo: “señora, la taquilla sola se vende en $25, la confesión $20 más y la comunión $10, pero tengo un combo de $35 que lo incluye todo y agrandado”......... “¿Qué incluye el agrandado?” pregunta la señora. A lo que el boricua le contesta, “mire doña. el agrandado le incluye la ostia grande, una penitencia moderada por los pecados mortales y una bendición familiar en vez de individual”. Trespatines tenía razón, ¡qué cosa más grande caballero!

Gracias a Dios nosotros y la mayoría de la gente que conocemos hemos afrontado la crisis con dignidad. No hemos tenido que ponernos a vender nuestras intimidades ni a cobrar por los favores. Sencillamente hemos hecho lo que se tiene que hacer, recortar gastos, trabajar mucho y ajustarse a un nuevo estilo de vida. Y si seguimos así, tarde o temprano saldremos adelante con nuestra dignidad intacta y la fe fortalecida.

Te extraño aún......

Te extraño aún. Porque no sé a quién recurrir, porque no sé a quién preguntar. Porque ningún hombro consuela como el tuyo. Porque nadie me hace sentir tan segura como cuando era una niña en tus brazos.

No hay palabras que puedan consolarme. Porque cuando me haces falta el vacío es inmenso, porque sin tí jamás la vida ha sido igual.

Tu ausencia me ha forzado a crecer, a madurar. Porque a tu lado y ante tus ojos podía seguir siendo una niña, ya no. No puedo dejarme caer porque ya tus brazos no estarán para recogerme, no puedo dejar de crecer porque ya no estás para guiarme, no puedo dejar de llorar porque no estás para consolarme. Porque con tu ausencia murió la niña que había en mí quedando la mujer que soy ahora.

............porque los grandes amores no se olvidan nunca.

Venecia y yo

En mis vacaciones tuve la dicha de visitar una de las ciudades de mis sueños, Venecia. Desde que supe que visitaría la ciudad de los canales solo un pensamiento rondaba mi mente, el paseo en góndola. Tengo que admitir que el sueño de pasear en góndola no fue inicialmente mío, sino de mi abuela. Mi abuela esperaba no morir sin visitar algún día la tierra del “ O sole mío”. Fiel a la promesa que le hice en su lecho de muerte......(ok, ok, no es cierto pero le añade suspenso a la trama) hice los arreglos para mi visita a Venecia.

Primero nos montaron en un “Vaporeto”, ferry que te lleva hasta la ciudad ya que, por supuesto, no puedes llegar en carro. Nuestro guía nos había ofrecido por un “módico precio” un paseíto en góndola. Mucha gente lo encontró caro, pero yo no podía arriesgarme a visitar la ciudad y quedarme sin el paseíto, así que lo compré. Mis compañeros de viaje, la familia Barbosa, no irían en la travesía por lo que tendría que encontrarme con ellos al final de la misma a la hora acordada por el guía.

Nos pusimos en fila para abordar nuestra barca (que tengo que admitir que no es más que un kayak idolatrado con gondoleros bellísimos). Yo había hecho mi corillo ya que la travesía incluía una copa de champán espumoso típico de la región. Por supuesto, había compuesto el mismo con gente que no bebía cosa que me tocara algo más que la consabida copita de champán (recuerden, soy la única boricua de todo el grupo). Parece que el guía leyó mis intensiones porque me rompió el grupo y me mandó con otra gente. Pero bueno, a final de cuentas siempre me tocó más champán de lo debido gracias a que una de mis nuevas amigas se puso tan nerviosa con el bamboleo que no quiso el de ella. Latinos al fin, cada vez que una de nuestras góndolas se cruzaban formábamos tremenda gritería, saludándonos y tomándonos fotos de góndola a góndola. Todos los gondoleros y otros europeos incluidos nos miraban con algo de desdén. Para ellos lucíamos como aborígenes con trapos de 500 años de educación, nada comparado con ellos que existen desde hace miles. Luego de 35 minutos todo concluyó.

Entonces, adivinen lo que pasó...............¡Me perdí! ¡Qué raro, verdad! Pero les juro que no fue mi culpa. El paseo se retrasó y llegué tarde al punto de encuentro. Cuando me vi sola en aquella plaza atestada de gente de la que no entendía ni pío por poco me da un yeyo. Gracias a que me moví un poquito por las tiendas encontré una pareja de amigos colombianos que muy amablemente me socorrieron y acompañaron por las calles venecianas. En lo que a mí constaba, resuelto el problema.

Se acerca la hora de partida y aún no llego al Vaporeto. Mis amigos colombianos felices tomándose fotos y comprando y yo sudando la gota gorda. Solo pensaba en el regaño que me daría mi “familia acogedora” por perderme sin contar con todo lo que me diría el guía. Efectivamente, solo acercarme al área de partida estaba él, gritándome como un demente y haciéndome señas para que avanzara, “joder, que nos has dado un susto tremendo”, me decía. Pero yo, sin darme cuenta todavía, andaba despacito mirando al carajo hasta que me di de bruces con la cruda realidad. No hice más que entrar y me recibieron con un “standing ovation”. Fue entonces, y solo entonces, que me di cuenta del lío en la que había estado metida.
Desde ese día me pusieron el sello, cada vez que el bus iba a arrancar todo el mundo preguntaba “¿y Beatriz ya llegó?” y todo por una triste “perdía”. Cuando me pierdo en Puerto Rico nadie hace tanto jaleo, ¿por qué será?

Nuevo instrumento de tortura, el traje de baño

Con la llegada del verano llegan a nuestras vidas varias cosas aterradoras: los huracanes, los niños en la casa y la compra de un traje de baño, siendo esta última la peor de todas. En el verano los días están llenos de playa, sol, piscina y carnes. Carnes al BBQ y carnes en traje de baño.

Con cada verano hay que comprarse un traje de baño nuevo. Un traje de baño que constatará fuera de toda duda las libras que aumentaste el año anterior. ¿Por qué no mejor quedarse con el del año pasado? Imposible por dos cosas. La primera y más obvia es que probablemente no te sirve y la segunda es que las mujeres, presumidas como somos, jamás osaríamos a ir a alguna actividad con el traje de baño del año anterior. ¿Y si alguien se da cuenta de que es el mismo? Semejante humillación, ¡jamás!

Por lo tanto, me di a la tarea de ir en busca de una trusa nueva. Camino por los pasillos de la tienda sin atreverme a entrar a la sección indicada. Lo primero que se observa desde afuera son esos brasieres hermosos, sugestivos y llamativos que jamás albergarán ni la mitad de mis atributos, ir “topless” sería más sencillo pero aquí está prohibido. Me animo y entro. Comienzo a buscar algún atuendo adecuado a mis carnes y a mi edad. Todo lo que veo es excesivamente provocador, panticitas bajitas, brasieres diminutos y tangas, lo que en mi cuerpo luciría desde irrisorio hasta insultante. Y por otro lado están los de tipo abuelita, esos llenos de risos y faldetas con ajustes en las nalgas, los senos, la barriga, las caderas y las rodillas. Ajustes para todo menos para la vergüenza.

Sigo mi búsqueda cada vez con menos entusiasmo hasta que encuentro una sección exclusiva para maduritas. Trajes de baño de una y dos piezas recatados y encubridores, perfectos para imperfectas. Ni muy sexys ni muy tapados. Escojo dos o tres de dos piezas y me dirijo dignamente hacia el probador. ¿Alguna de ustedes ha tenido la experiencia paranormal de medirse un traje de baño al calor de un probador diminuto? ¡¡Yo sí!! El solo quitarte la ropa y mirarte medio desnuda bajo una luz poco favorecedora te hace sudar un poquito. Estas tenues y diminutas gotas de sudor hacen imposible subir el traje de baño por los muslos. Entonces es que empiezas a dar brincos como loca. Si escuchas con detenimiento notarás los brincos acompasados de las compañeras de los probadores vecinos. Todas brincando al unísono tratando de subir un trapo de panti. Por supuesto, tanto brincoteo te hace sudar más lo que hará más difícil medirte la parte superior de la trusa. Entonces me doy a la tarea de intentar medirme el top. Meto un brazo........luego el otro......y.......&*%$#*@#.....¡¡estoy atorada!! El top no baja y yo estoy con los brazos arriba como en un asalto, con las copas del brasier tapándome los ojos y encima con las tetas por fuera, ¿quién carajo pide ayuda en semejante estampa? Es entonces cuando comienza la etapa del contorsionismo. Doblando los codos trato de alcanzar algo de tela para halar mientras me muevo como culebra tratando de que el top baje. Sigue el baile, hala, sube, brinca, suda hasta que por fin el maldito cae en su sitio solo para constatar que, o no me gusta como me queda o no me sirve. Y créanme gente que si ponerse el traje de baño fue difícil, quitárselo lo es más. Repetir esta tarea al menos en dos ocasiones es extenuante, sin contar con los efectos devastadores a la autoestima.

Pero señoras, yo tengo un remedio. Cuando era pequeña después del baño mi abuelita me empolvaba con talco para eliminar la humedad. La próxima vez que tenga que escoger un traje de baño llevaré conmigo un pote de talco. Sé que saldré como una mallorca pero al menos pasaré menos trabajo.

Doña Tóxica y el príncipe encantador

“Hola, te habla tóxica.” Este fue el saludo con el que mi amiga me contestó el teléfono. Ese era el nuevo adjetivo que le dijo su esposo esa mañana. Trato de escucharla con compasión y comprensión. Ha escuchado de todo, desde que es bruta, fea y gorda y ahora que es tóxica. Lucha con todas sus fuerzas por mantener algo de autoestima, meta muy difícil de alcanzar cuando tiene un ente a su alrededor que constantemente le recuerda lo defectuosa que es. Obviamente solo me dedico a escuchar, suficiente carga emocional tiene la pobre con lo que escucha en su casa para encargarme yo de meter el dedo en su llaga. Desahogarse es lo único que le queda además de luchar como gato boca arriba contra lo que le han hecho creer que es.

“Tóxica” es una mujer brillante. Es culta, excepcionalmente inteligente en su especialidad, excelente conversadora, elegante y vivaracha. El único defecto que tiene es que ella no lo sabe. Ha escuchado tantas veces lo imperfecta que es que se lo cree a cabalidad. Quien no la conoce a conciencia desconoce el drama emocional que vive. Quienes la vemos día a día podemos notar ese atisbo de tristeza en su mirada. Tristeza que solo se irá el día que aprenda a amarse ella misma. Un día me contó que le preguntó a su esposo si había algo que él admirara en ella, contestándole él de forma parca y genérica: “eres buena esposa y buena madre”. Es entonces cuando ella me pregunta: “¿cómo es posible que sea buena esposa y madre si constantemente me recrimina que la casa está sucia, que no me visto bien o que como demasiado y que no le pongo disciplina a los niños?” “Bueno chica, pero algo es algo” trato de consolarla yo.... “¿qué esperabas que dijera entonces?”...... “Pensé que me diría que admiraba mi sentido de lucha, mi voluntad inquebrantable, o que sencillamente me mintiera y me dijera que yo era la mujer de su vida porque lo amaba tal y como es él.” No se lo dije a “Tóxica” pero esa es una contestación muy complicada para venir de los labios del señor “Príncipe Encantador”.

Las personas no estamos concientes de lo importante que es ser amable no solo con nuestra pareja, sino con toda nuestra familia. Tratamos a nuestros amigos de manera excepcional, sin embargo dejamos las sobras para la gente de nuestra propia sangre porque pensamos que ellos pueden esperar. Ponemos en práctica toda una serie de modales aprendidos en la infancia pero, eso sí, con los demás, no con los nuestros. Sé que este señor, “Príncipe Encantador”, sería incapaz de llamarle gordo, bruto o feo a nadie de la calle. Es una persona muy cortés, correcta e incondicional con todo el que le rodea, solo que se le olvida que los únicos seres que verdaderamente son incondicionales con él son a quienes trata con desdén e incluso con crueldad.

Todos hemos sentido el dolor tan terrible que causa la herida de una hoja de papel en un dedo. Todos sabemos que nadie se muere de eso. Pero también sabemos que esa herida tan pequeña e insignificante deja nuestro dedo adolorido y suceptible por varios días. Las palabras hirientes, los desprecios, la falta de valoración hacia la gente a la que amamos son la hoja de papel que hiere nuestro frágil corazón, dejándolo adolorido y sangrante por días. No nos moriremos de eso, pero no quiere decir que duela menos.

Si pudiera hablarle a este señor, “Don Príncipe Encantador”, le contaría lo excepcional que es su esposa y lo afortunado que es al tenerla. Que cuando fuera a decirle algo, la mirara a los ojos y la tratara con la misma cortesía con la que trata a sus amigos. Que tiene razón al decir que es una buena madre y esposa pero que más que decírselo con palabras bruscas y obligadas debería demostrárselo con acciones, con caricias y abrazos. Porque el roce dulce de unos dedos por el pelo, los susurros al oído y el abrazo cálido a la hora de acostarse vale más que mil palabras y son el mejor consuelo de un corazón acongojado.

Si me ganara la loto

Puchú se ganó 14 millones en el hipódromo y lo botó en caballos. Y así fue como Puchú se quedó puyú y más pelao que un chucho. Porque como me decía mi abuela, “no es lo mismo llamar al diablo que verlo venir”, por lo tanto, no es lo mismo desear tener mucho dinero y que de repente te llegue. Juego a la loto cuando tiene un solo milloncito y no saben todo lo que arreglo con los trapos de miles que me darían si me la ganara, ahora imagínense cómo sería si en vez de un trapo de millón me ganara catorce. De que los boto los boto, pero en caballos no será.

¿En qué botaría yo catorce millones de dólares? Paseando,....... viajando,...... comiendo, .....bebiendo,........fiestando. Y después de esa etapa inicial de despilfarro junto a mi familia y amigos tendré que dejar una putuquita para recogerme los pellejos porque después de darme tanta buena vida de la mala quedaré hecha una piltrafa, y eso sí, se pierden los chavos pero no el caché.

En compras no creo que bote muchos los chavos porque pienso que a la mayoría de las personas inteligentes y sensatas como yo, y no como el tal Puchú, siempre se le queda algo de histeria pensando que se puedan acabar los chavos, lo que me deja con bolsillo de millonaria pero mente de maceta. Así que, aunque compre mis lujitos que serían ropa bella y fina y algunos zapatos, lo más que compraría serían cosas para poner mi casita actual más hermosa de lo que está, engalanándola con muchas matas, fuentes, jardines y luces, pero solo para hacerla más linda y no más grande.

Otra cosa en la que piensa la gente cuando se vuelve millonaria es en dejar de trabajar. Ese no es mi caso ya que soy ama de casa a tiempo completo. Pero cuando trabajaba siempre pensé que no dejaría de hacerlo, solo que iría a la oficina mucho más relajada ya que no me importaría si mi jefe me bota o no. Eso sí, me daría el gusto de no aguantarle estupideces a la gente que llamaba a la oficina para dar una queja y que de paso me insultaban. Como buena servidora pública aguantaba estoicamente y con una sonrisa todo lo que me decían. Pero como millonaria trabajadora, ja ja ja! eso sí que no!

Toda esta historia me recuerda un dicho que decía mi papá, “perro flaco soñando con longaniza”. Así que, gente, pelambrera es la que hay, y aunque soñar no cuesta nada, trabajar es más productivo, por lo que ¡despiértate perra que la longaniza se acabó!

Las manías de mi abuela

Conocer a los abuelos es una verdadera bendición. Dios les dio funciones de cuidar, añoñar, consentir y malcriar a los nietos, funciones que muchas veces los padres no pueden cumplir como quisieran por estar demasiado ocupados echando hacia adelante a la familia.

Nosotros tuvimos una abuela muy particular. La mamá de mi mamá. Mi abuelo murió cuando yo tenía cinco añitos y desde ese día vivió en nuestra casa. Maestra de primer grado retirada, fue quien nos enseñó a leer y a escribir a mi hermana y a mí. Gracias a ella fue que cultivé el hábito de la lectura. Con su excusa de no ver bien, fueron muchas las tardes y las noches en las que nos entreteníamos leyendo. Yo escogía cualquier texto, y le leía en voz alta a cambio de que me rascara detrás de la rodilla (de pequeña tuve dermatitis). Yo feliz, tirada patas arriba leyendo como un loro mientras ella rascaba despacito mis piernas rasquiñosas. ¡Qué tiempos aquellos! Como yo era la más pequeña de mis hermanos estuve muy apegada a ella. Me consentía en todo.

Y digo que era muy particular porque tenía muchas manías. Crecimos viéndola con éstas por lo que a nosotros nos eran de lo más normal. Pero al crecer nos dimos cuenta de que eran verdaderas excentricidades. La más notable era su obsesión por el orden. “Abuela, ¿puedo coger una gelatina de la nevera?”....... “Sí Beatriz, puedes cogerla, pero recuerda tomar la primera del frente”, a lo que yo contestaba, “¡pero yo quiero la tercera que tiene más!”..... “hija, esa no la puedes coger hasta que no le toque el turno, primero hay que comerse las del frente”. Al principio me resignaba y tomaba la primera o andaba por la casa buscando alguien que se comiera las primeras dos hasta que llegara la mía. Según crecí aprendí a no decir nada e intercambiar las copitas de la gelatina y comerme la que me daba la gana. Esta obsesión regía toda su vida. Y cuando digo toda su vida me refiero a toda. “Abuela, le voy a pasar un mapo a tu sala porque necesito unos chavitos”....... “Cómo no hija, pero recuerda, debes comenzar por la primera fila de losetas, una fila a la vez y pasando el mapo de izquierda a derecha solamente de manera horizontal”. El problema era que ahí no había forma de engañarla pues se sentaba como un general a supervisar la obra. “Mientras mapeas, ponme el tocadiscos para escuchar esa canción de Lissette que tanto me gusta, la tercera del lado Uno”. Entonces había que ponerle el disco, pero obviamente desde la primera canción, ¡ni soñar poner la tercera primero!

Imagínense a dónde llegaba su obsesión que sus ganchos de ropa, todos de madera, tenían una pieza de ropa asignada y un número. Por lo tanto, cada gancho tenía su traje y tenía que ir en orden numérico. La ropa nueva tenía un gancho provisional que decía “free” en lo que se le asignaba el número correspondiente. Sé lo que están pensando, sip, ajá, ¡Igualita que yo!

Todo tiene su lado positivo. Con ella aprendí el orden de las cosas pero también aprendí cómo buscar la vuelta para hacer lo que me daba la gana. Burlarla no era cosa fácil pero tampoco imposible. Gracias a ella hoy en día hay muchas cosas en orden en mi casa, como por ejemplo mis libros, todos en su armario en orden de categoría y luego por autor. También lo está mi agenda, donde pego todos los recibos de pago y de compra en los días correspondientes y con anotaciones especiales. También mis herramientas y efectos de jardinería están organizados debidamente.....y las cosas de los perros......y mis velas.......también tiendo la ropa en el cordel en orden..........¡¡oh, por Dios!! ¡¡No me lo permitan!!! ¡¡Me estoy convirtiendo en ella!!

¿Por qué no vas a un gimnasio?

Adaptarse a los cambios que la vida nos presenta no siempre surge de la manera en que lo planificamos. Loca estaba por jubilarme pero nadie me hubiera convencido en ese entonces de que adaptarme a la vida de jubilada me sería difícil. Toda una vida trabajando fuera me acostumbró a ver mi hogar como un refugio, un remanso de paz. El lugar donde llegaba al final del día para desconectarme del mundo y sus enredos. Pero ya lo dice el refrán, “tanto dulce empalaga” y la paz también sofoca.

Es curioso pero la mayoría de la gente a la que le comento mis dificultades a la hora de adaptarme a la vida hogareña me sugiere con gran entusiasmo: “¡ahora puedes entrar a un gimnasio!”. ¿......$/&#*.....? Tanto he escuchado el mismo consejo que no me ha quedado más remedio que ponerme a analizar......... “¿tan mal me veo?...... ¿o tan gorda?......¿tan estresada?.......¿o lo hacen por joderme? ” ¿Por qué nadie me manda para una biblioteca? Para quienes nunca hemos llevado una vida activa, físicamente hablando, mandarnos a un gimnasio es como si nos castigaran. Conozco los beneficios del ejercicio y muchas veces he comenzado a realizar actividades como caminar o correr bicicleta. Pero lo hago por obligación y siempre tratando de amarrar el ejercicio a alguna actividad verdaderamente placentera para mí como escuchar música, hablar con mi compañera de suplicio o ver televisión. Si pudiera leer y hacer ejercicio lo hacía, pero soy de las que si mascan chicle se caen. Por lo tanto, para mí ir al gimnasio es más estrés, no menos. De hecho, la mayoría de las personas que me hacen esta recomendación no parecen ser clientes de gimnasio alguno, por lo que he estado por comentarles, “supongo que al tuyo no es, ¿verdad?”

Sin embargo, cada vez que me encuentro con alguien lleno de buenas intensiones y grandiosos consejos me quedo pensando y requetepensando qué debí haberle contestado. He encontrado algunas soluciones, como por ejemplo sugerirle a mi interlocutor: “oye y tú podrías ingresar a un club de podadores de grama” o también “ he escuchado que el municipio necesita voluntarios para destapar alcantarillas y limpiar lápidas, ¿te animas?” o quizás “oí que se puede ganar dinero extra quitándole las garrapatas a los caballos de la zona, ¿que tú crees?” Puede que con alguna de estas indirectas se den cuenta de que los consejos son más para quien los da que para quien los recibe.

Con esta situación lo más importante que he aprendido es que si me arriesgo a dar un consejo no puedo cimentar el mismo en lo que a mí me gustaría hacer. Tengo que pensar en lo que realmente le gustaría al otro. Porque si me dejara llevar por mis gustos le recomendaría a todo el mundo que entrara a un club de lectores, con lo que les aseguro me ganaría varias mandás al ca......perdón! al infierno, sitio al que no me atrevo a mandar a quienes me sugieren ir al gimnasio.

Ya lo decía mi abuela, “quien no coge consejos no llega a viejo, y el que los coge toditos es un ........... ¡¡adicto al gimnasio!!!

Complicado morirse en el extranjero

Así reza el titular de la noticia, “Complicado morirse en el extranjero.” Por Dios! Morirse siempre es complicado sea donde sea, excepto para el muerto, claro está. Y gracias a Dios que no tenemos la opción de escoger dónde morirnos, porque si no el asunto iría mucho peor. Bastante excéntrico es nuestro país con el asunto de los funerales con sus muertos paraos y en motora, imagínense cómo sería todo si encima se pudiera decidir dónde morir.

Ya me lo imagino, los deportistas escogerían morir durante un partido, los viejitos de la plaza morirían jugando dominó y los gatilleros dando tiros al punto contrario, total ya no importaría que se los llevaran presos o que los mataran, si como quiera se van a morir. Por otro lado sé de algunas doñitas que querrían morirse gastando lo que no tienen en el Mall dejando al viudo con las tarjetas hasta el tope, por aquello de que la última la paga el diablo. Recuerden, lo peor le toca al que se queda, no al muerto.

Mi opinión? Pues bien, hay un anuncio publicitario que siempre que lo escucho me provoca indignación. Es ese donde se anuncia un paquete de funeral. Me niego a imaginarme escogiendo mi propio ataúd, las flores, las velas o el pollito frito. Me parece que es como planificar una fiesta donde yo soy la gran homenajeada pero la menos que la disfrutará. Por lo tanto, después de toda una vida organizándole la vida al marido, a los hijos, a los vecinos y al jefe, lo menos que espero es que en mi muerte otro se encargue de mí. Eso sí, con lo que me gustan las flores prefiero que me las entreguen en vida. Algún caprichito me tengo que dar,¿ no? No sea que a alguno de mis sobrevivientes se le ocurra la fenomenal idea de pedir que no envíen flores y sí donativos a la Sociedad Protectora de Animales.

En resumen, que en mi muerte nadie se complique la vida. Que me echen al horno rápido para que mis cenizas sean sopladas lo más pronto posible. Y que el pollo frito se lo coman mis dolientes en un picnic en la playa, no en la funeraria.

Los temblores que dejó el temblor

¡¡Qué jamaqueón cogimos señores!!

Como a mucha gente ese día, el temblor nos cogió durmiendo. Tito con una monga tremenda se había dormido exhausto de luchar contra los mocos. Yo por mi parte había visto televisión hasta tarde y ya me había quedado dormida con el dulce ronroneo de la nariz de al lado. De pronto un ruido como de tren desbocado nos despertó. Abrir los ojos y empezar a temblar fue la misma cosa. ¡¡Temblor de tierra y de piernas!! Salimos como posesos a despertar a los muchachos. No había plan de contingencia que nos hubiera disuadido de salir y que ellos salieran solos. Así que nos quedamos parados en el medio del pasillo a grito pelao en lo que ellos despertaban. Pasó el temblor y ninguno salió. Fue entonces que nos dimos cuenta de que mientras nosotros estábamos histéricos ellos “hangeaban” felices en el pueblo. Lo demás es historia.

Una vez pasado el temblor fue que comenzó nuestro folclor de pueblo. Era preciso escuchar la de cosas que decía la gente. La emisora del pueblo de Puerto Rico se convirtió en una línea de apoyo, todo el mundo llamó para contar cómo los despertó el temblor. Escuché mil y una versiones de cómo salir corriendo. Todos dieron muestra de todo lo que no debía hacerse. No escuché ni una sola persona que dijera que hizo lo correcto. Eso sí, lo que todo el mundo tenía era una grieta abierta, esa que se nos abre cada vez que pasamos un gran susto.

Y por si fuera poco el susto que pasamos ahora tenemos que soportar la predicción de dos o tres “expertos” que aseguran que lo peor está por venir, que esto es solo un aviso, que el terremoto grande y mortal vendrá después. Ellos me recuerdan a mi abuela Mamina que siempre nos advertía, “si no te portas bien te lleva el “cucurumaco”. Por lo que dicen, el “cucurumaco” se va a dar gusto cuando vuelva.

Lo cierto es que, acostumbrados a ver que las desgracias le ocurren a los demás y no a nosotros, el temblor nos dejó mirando de cara a la realidad. Nos dejó la certeza de que somos tan vulnerables como cualquier país del mundo. Lo único que nos resta hacer es tener un plan de contingencia real, practicar tácticas de desalojo y rezar.....mucho rezar.

El Condón antiviolador

En junio del año pasado fue presentado a la prensa en Sudáfrica el condón antiviolador, siendo escogido este país por ser el que ostenta el vergonzoso primer lugar en violaciones en el mundo. Este dispositivo es plástico en forma de tampón con dientes “estilo tiburón” en su interior. Una vez el violador fuerce la penetración verá atrapado su miembro dentro del artilugio del cual no podrá desprenderse sino con cirugía.

Obviamente la inventora del dispositivo es una mujer. Ante ella, ¡me quito el sombrero! No sé si el invento logrará su objetivo, pero aunque atrape a uno solo de estos tipos yo me siento vengada. Solo de pensar en la sorpresa que se llevará el hombre cuando sienta que su víctima “lo mordió” y se quede con este “chupa dedo” gigante pegado a su adorado pipí me da euforia.

Ahora bien, hay algo que me preocupa. Una cosa son las mujeres en Sudáfrica que sufren de una violencia sin precedentes y ningún sistema gubernamental que las defienda y otra cosa son las mujeres de mi país. De llegar el artefacto a nuestra isla van a haber muchos casos de hombres mordidos en su orgullo y no precisamente por violar a alguien. Me explico.

Imagínese que su esposo trabaje un tercer turno y usted duerma sola en su casa por las noches. Como medida de precaución usted decide usar un aparatito de estos. Un miércoles su adorado sale temprano y raudo y veloz llega a su casa para tener una noche de pasión con su amada. Entra a la casa, se quita la ropa en la sala para no despertarla y se acuesta tierno y apasionado a su lado. Comienzan los besos y ¡ZAS! Sorpresa, la damisela tenía el artilugio mordedor. Menuda “mata pasión”.

Otra situación de peligro son las amantes despechadas. Con lo listas que son algunas mujeres ya me las imagino seduciendo por última vez al amante para entregárselo a la esposa cual camisa de tienda por departamentos, con dispositivo de seguridad puesto para que no lo puedan usar.

Lamentablemente las opciones de darle mal uso a esto son muchas sin contar la de hombres atrapados por accidente. Cierro los ojos y veo las salas de emergencia atestadas de hombres con su virilidad masticada.

Señoras, una cosa es armarse hasta los dientes y otra cosa es armarse con dientes hasta por allá abajo. Para mi fértil imaginación es sencillamente perturbador. No sé para ustedes, mis amigas, pero en lo que a mí respecta, prefiero quedarme vulnerable.

jueves, 29 de abril de 2010

Acostadita me veo más bonita.

En esta vida hay que tener la mente abierta y un criterio amplio, pero en cuestión de velatorios a mí que me velen acostada. En el 2008 fuimos noticia en el mundo entero con el primer muerto parao. Para los que no recuerden, me refiero a aquel muchacho que, en plena premonición de que sería asesinado, pidió a la familia que lo velaran de pie. Su explicación para semejante petición fue que no quería que sus enemigos lo vieran “tumbao”. La funeraria, rauda y veloz, preparó el cadáver de forma tal que quedó paradito contra una pared.

Hoy la misma funeraria preparó el cadáver de otro joven montado en una motora. Para mi gusto, resultaba repulsivo ver las fotos de este joven con sus manos inertes, agarradas a la mala al manubrio de su motora. Su espalda doblada y su cabeza tesa simulaban una carrera sin fin, cual estatua de cera. Y para completar, por aquello de que no nos queden lagunas en el entendimiento, la noticia provee explicación clara de cómo la funeraria lo amarró con alambre a la pared con tal de mantenerlo en posición. Lo siento, pero para mi refinado gusto esto es escalofriante.

Solo imagínense que ahora a todos nos dé por pedir posiciones extrañas a la hora de nuestra muerte. Piensen en la cantidad de posibilidades que existen. Linda cosa que cuanta doña haya por ahí pida que la velen estilo Marilyn Monroe, toda sexy parada en una alcantarilla con la falda al aire y las pantaletas guindando. O puede ser que con esta fiebre que hay de los años 70 alguno de mis amigos pedirá que lo velen a lo John Travolta con su pose de Saturday Night Fever, mano arriba y pecho al aire. Ya imagino la estampa, una vez entres a la funeraria no habrá cirios ni flores ni cintas. En su lugar encontrarás reflectores de luces, bolas de espejo y música disco. Lo mejor de todo es que mi esperanza es que todos aquellos a quienes quiero mueran de viejo. Por lo tanto, a fin de cuentas Travolta y Marilyn tendrán cuerpos de 80 años. Linda cosa!!

Conmigo no, a mí que me velen acostadita, a lo tradicional. Eso sí, que me alisen las arrugas, me pinten los labios, me tiñan el pelo y me pongan regia. Con un traje de baile, perfume y tacones. Que me vea como la bella durmiente, soñolienta y hermosa, pero en posición horizontal. Eso sí, que me echen en la caja un abanico por si me da calor y un iphone. Para qué el iphone?? Con él podré escribirles los blogs de siempre con mis impresiones de lo que vea en el cielo. Con eso me conformo.

Solo por curiosidad, ¿y tú, cómo quieres que te velen?

La culpa la tienen los pollos

La causa de la homosexualidad en los hombres es el alto consumo de pollos. Así ataja todo este asunto el magnánimo presidente de Bolivia, Evo Morales. Según el honorable, el alto consumo de pollos con hormonas femeninas es la causa de la homosexualidad masculina.

Puerto Rico, si creíamos que nuestros líderes eran ignorantes, solo tenemos que mirar al exterior para darnos cuenta de que podríamos estar peor. No es que lo que tenemos por legislatura sea crema y nata, pero obviamente hay situaciones peores. Imaginémosnos con un gobernador gritándole al mundo semejante burrada o a nuestro máximo líder religioso achacándole los terremotos a la vestimenta de nuestras mujeres. Lo único que nos falta es que el presidente de la conchinchina dé un discurso diciendo que la pederastia de los curas se debe a un síndrome alérgico a la tela de la sotana. De pensarlo nada más me da espeluco.

Ante estos hechos las andanzas del Amolao, las chaquetas de Chemo Soto, el disfraz de Pedro Navaja de Roselló, el “mira qué linda” de Sila y otra serie de anécdotas de nuestros líderes no pasan más allá de meras excentricidades, hechos pintorescos y nada más. Éstas fueron situaciones sin más trascendencia que los comentarios que generaron en su día. Pero de ahí a los pensamientos de extremo prejuicio de los que alardean otros líderes hay mucho que andar.

Es verdad que algunos nuestros líderes son pillos y embusteros pero nosotros somos un pueblo predominantemente inteligente. También es cierto que a veces nos tardamos en recapacitar, pero lo hacemos. Y creo firmemente en que jamás aceptaríamos (o al menos tengo fe en eso) un líder, sea del partido que sea, tan ignorante, prejuicioso y bruto. No les niego que aquí hay uno que otro político que tiene “mente de pollo” pero al menos son discretos y no andan dándole discursos al mundo regando por ahí sus brutalidades......o al menos eso creo.

Encima nos preguntamos por qué algunas naciones no prosperan, he ahí la respuesta. Ya lo dijo el escritor Gaspar Melchor de Jovellanos, “los pueblos tienen el gobierno que se merecen”.

El poder de las mujeres

Yo sabía que el poder de las mujeres era grande pero no sabía a qué magnitud. Resulta que no sólo ponemos a temblar a los hombres, ahora también hacemos temblar la tierra. Y no lo digo yo, lo dice uno de los grandes líderes religiosos de Irak, el Ayatolá Kazem Sedighi. Según declaraciones de este señor, la causa del incremento en terremotos en el mundo se debe a que las mujeres no nos vestimos adecuadamente provocando la lujuria en los hombres. Esto a su vez hace que hayan más relaciones sexuales “ilícitas” lo que redunda en temblores de tierra. ¡Y yo que pensaba que lo único que temblaba era la cama!

Imagínense a lo que hemos llegado. La suerte que tienen los hombres es que nosotras aún no nos damos cuenta de nuestro poderío. Si tuviéramos pleno conocimiento del mismo les aseguro que lo menos que haríamos sería malgastarlo en hacer temblar la tierra. Los primeros en temblar serían ellos.

Invariablemente esas declaraciones hacen volar mi imaginación. Si tuviéramos esos poderes mágicos ya hubiéramos hecho que los varones tuvieran menstruación. Imaginarlos con síndrome premenstrual y dolores por varios días es una venganza largamente soñada. Haría que todas las semanas tuvieran que depilarse con cera las piernas, el pecho, los brazos, las axilas y el bigote. Que se sacaran las cejas con pinzas y se pintaran el pelo con un peróxido que pique mucho en la cabeza y que vieran lo malo que es cuando después de tanto sacrificio nadie te dice lo lindos que están.

También tendríamos sueldos más altos y cargos de máximo poder en la mayoría de los países. Serían los varones musulmanes los que andarían con velo. Serían ellos los que tendrían que trabajar en la calle, llevar los nenes a la escuela, hacer las asignaciones con ellos, cocinar, limpiar la casa y estar seductores en la noche......todo en un período de 24 horas. Seríamos sacerdotes, reyes, presidentes de EU y Ayatolás. Nos sentaríamos para que nos sirvieran la cena y los hijos llevarían primero nuestro apellido. Las posibilidades son infinitas.

Hay una ley en metafísica que dice hay que tener cuidado con lo que se habla porque las palabras son tan poderosas como para generar grandes cambios. Obviamente este señor desconoce esta ley. De haberla sabido se hubiera quedado bien calladito no sea que las damas de su país se despierten y se levanten aún más el velo.

Si sus mujeres son capaces de hacer temblar la tierra solo con la lujuria que despiertan sus ojos, ¡¡¡qué caos desatarían si se atrevieran a enseñar algo más!!!

¿Qué tú quieres ser cuando seas grande?

Esta frase, cual palabras mágicas, nos transporta automáticamente a nuestra infancia. A todos nosotros nos hicieron esta pregunta muchas veces mientras crecimos. Muchas y muy variadas fueron nuestras contestaciones, “maestra.....policía......doctor......” ¡Qué tiempos aquellos de sueños e ilusiones!

Les confieso que a mi edad todavía me hago esa pregunta, “¿qué quiero ser cuando sea grande?” Porque plantearse metas no es algo destinado a la niñez o a la juventud. Plantearse metas es una cuestión de vida. Hay muchas cosas que quiero ser cuando sea “grande” y sé que mis metas son elevadas y trabajosas. Alcanzarlas me tomará mucho tesón y esfuerzo.

Cuando sea grande quiero ser un ejemplo a seguir. Al final de mis días quiero tener la satisfacción de saber que mis hijos y mis nietos quieran hacer lo mismo que yo, parecerse a mí, porque eso significa que los sacrificios que hice por ellos valieron la pena. Que la semilla que con tanto esfuerzo sembré en su corazón germinará, dará frutos y perdurará. Quiero que en las dificultades que la vida les plantee piensen, “¿qué haría mi mamá en mi caso?”.

También quiero ser inspiración. Quiero serlo tanto para mis hijos como para cualquier persona que me conozca. Dejar una huella aunque sea imperceptible en cada uno de ustedes. Que cuando se planteen alguna meta o algún sueño a seguir piensen, “yo voy a ser como ella que jamás se dio por vencida”.

Quiero ser entereza, piedra de soporte para todo el que me necesite, pero sobre todo para mi familia. Porque la vida es muy dura y son muchas las veces que nos sentimos derrotados. Que cuando eso ocurra sientan la confianza de venir a mí. Saber que podré ayudarlos con todo lo que esté a mi alcance, aunque eso sea algo tan sencillo como un hombro donde llorar.

Pero lo más importante que quiero ser es un alma plena. Quiero llegar a vieja con la plenitud de una vida bien vivida. Quiero vivir una vida llena de sabiduría, aprendiendo todo lo que pueda hasta que llegue el fin. Tampoco quiero perderme ningún beso, abrazo o sonrisa que me puedan brindar. Porque esos serán los únicos tesoros que podré llevarme el día que me llamen a rendir cuentas. Porque la única riqueza que me servirá entonces es la del amor.

Todos los días repaso mi lista de metas. El amor que recibo de vuelta es la única certeza que tengo de que día a día me acerco más a ellas.

Y tú, ¿qué quieres ser cuando seas grande?

¿Me retrato o no me retrato?

Es cierto que constantemente nos dicen que debemos querernos más a nosotros mismos, que debemos aceptarnos como somos con nuestros defectos y virtudes, y toda esa retahíla de cosas para elevar nuestra autoestima. Pero una cosa es tener la autoestima alta y otra muy diferente es percibirnos fuera de la realidad.

Me explico. No porque mi mamá me dijera todos los días lo linda que era quiere decir que lo fuera realmente. De hecho, hay un dicho que dice: “a nadie le hieden sus pe.....s ni sus hijos les están feos.” Yo puedo creerme bella y exhuberante, pero algo muy diferente es que lo sea realmente. Por lo tanto, por más bella y exhuberante que me sienta eso no me da derecho a imponerle a nadie mi “belleza”. En mi casa hay espejos y yo sé hasta dónde puedo llegar.

Con esto de la globalización y las redes sociales se han dado muchos fenómenos. Uno de ellos es la proliferación de fotos. Desde que éramos pequeñas mi mamá siempre andaba cámara en mano. Nos tomaba fotos a diestra y siniestra. Gracias a eso hoy en día tenemos un cúmulo de recuerdos invaluable de nuestra infancia. Pero, como todo, había fotos que me gustaban y fotos en las que me odiaba. Sí, me odiaba!!! Porque sencillamente me veía fea o ridícula. Lo sé porque tengo ojos y mis hermanos también los tienen. Bastante que me bromearon y ridiculizaron por los benditos retratos. Algunas de ellas todavía me provocan naúseas. El hecho de que se tenga la autoestima alta no hará que esas fotos sean menos feas o ridículas.

Hoy en día parece que la gente, o no tiene ojos o tiene la autoestima demasiada alta. Últimamente he mirado algunas de las fotos que aparecen en facebook. Hay algunas en las que pienso, “¡¡mi madre!!! ¿¿quién rayos le dijo a ésta que se veía linda?? ¿¿Es que acaso se les olvida que esas fotos las verá todo el mundo?? Yo tengo muy claro que a mi edad ya no puedo retratarme de todos los ángulos......ni con cualquier tipo de ropa.....ni en cualquier pose. Es cierto que la belleza es relativa. Pero hay fotos en las que no hay relatividad posible, te ves mal y punto. Y si la gente te dice lo contrario, te están mintiendo.

Gente, hay otro refrán que dice, “piensa mal y acertarás.” Por lo tanto, si piensas que te ves mal probablemente es cierto. Y recuerda, la ropa no le queda bien a todo el mundo, ni las poses sensuales, ni las ridículas. Por favor, deja algo para la imaginación. Creéme que al mundo no le interesa como lucen tus chichos o cómo te ves con la bemba pará. Deja eso para la intimidad junto con las lagañas y los despeines matutinos. Quien te ama de verdad no le importan esas nimiedades pero no todo el que te ve en facebook te ama tanto.

Recuerda, solo el amor es ciego, el mundo no.

Las monjas y yo

Todo este revolú que tiene la iglesia católica con las escuelas me ha hecho remontarme a mi infancia en La Milagrosa. Pero no porque las cosas hayan sido similares ni mucho menos, sino porque era una escuela de monjas. De hecho, mucha gente queda de una pieza cuando les digo que estudié en una escuela de monjas donde todas las estudiantes eran niñas. No pueden creer que mi carácter y otras características de mi personalidad hayan sido formadas en un colegio tan estricto. De hecho, mi mamá le repite a todo el que puede las mismas palabras: “con esta nena yo boté los chavos en La Milagrosa”.

Siempre he sido como hasta ahora, loca y despistada por lo que pueden imaginar que en más de una ocasión puse a prueba la fe y perseverancia de las hermanas.

Todo comenzó en Kinder. Sor Yolanda era cubana, gordita y bajita. No había en el colegio monja más cascarrabias que ella por lo que no entiendo cómo era posible que fuera precisamente a ella a quién le encargaran el Kindergarden. Imagínense!!! Con el trauma que le causa a la mayoría de los niños separarse por primera vez de sus padres para quedarse en un lugar que no es su casa y encima quien los va a recibir por la mañana es un general de la “gestapo”, cualquiera se traumatiza. Demás está decirles que lloré y lloré todo el año hasta que por fin terminó la odisea y pasé a primer grado. Recuerdo que iba aliviada porque ese año mi maestra sería Mrs. Arán, la señora más dulce de toda la escuela. Pero en la puerta del salón los nervios me traicionaron y comencé a llorar. Papi y mami intentaban en vano tranquilizarme cuando Mrs. Arán llega en su ayuda. Dulcemente me sienta en su falda y comienza a hablarme con voz suave y calmada de todo lo que vamos a aprender en su salón. Cuando ya había comenzado a tranquilizarme, me pasa la mano por el pelo, me abraza y me comenta alegremente: “Además, ¿sabes quién será tu maestra de religión? ¡Sor Yolanda!” ¡JA!

Eventualmente, Sor Yolanda y yo nos hicimos buenas amigas. Una vez que pude verla como una monja más y no como la maestra que me enseñó las vocales a pelea la cosa fue más fácil.

A Sor Gregoria ya la conocen. Era ella quien mandaba a buscar a papi todas las semanas con mi hermana y quien yo creía a ojo cerrado estaba enamorada de él. Era un ser con una paciencia a prueba de fuego. Delgada y etérea caminaba por los pasillos tan silenciosa como un gato. Con ella aprendimos el arte de portarnos mal mirando a todos lados para que no nos pillaran. También aprendimos consistencia y perseverancia.......no parábamos de jorobar hasta que lográbamos sacarla de quicio y les aseguro que eso era bien difícil de lograr!!

Sor María Dolores era la principal de la escuela y la Madre Superiora. Dominaba al estudiantado y a las demás monjas con mano de hierro y cara de ángel. Nunca comprendí como una mujer tan bonita y elegante había elegido una vida tan austera y sacrificada. Con su figura esbelta y sus ojos verdes hubiera sido perfecta para modelo.

Pero de todas las monjas que pasaron por mi vida, la más impresionante era Sor María Felisa. En mis tiempos, nuestro colegio no permitía se compraran los uniformes en otro lugar que no fuera la escuela misma. La costurera de todo ese arsenal de faldas de tabletas e insignias era Sor Felisa. Se preguntarán qué tiene de especial una monja costurera que vestía a cientos de niñas por año. Pues no es solo el hecho de que ella sola con la ayuda de una que otra novicia cosiera todos nuestros uniformes, sino que sencillamente...........ERA CIEGA!!! Sí, completamente ciega. Conocía nuestra escuela al dedillo y la caminaba de rabo a cabo sin siquiera un bastón de frente. Solo se valía de tocar levemente la pared. De manera misteriosa conocía nuestras voces por lo que había que tener mucho cuidado al pasar por su lado. Si te escuchaba, te llamaba por el nombre y hacía que te acercaras a ella. Mientras te interrogaba de cosas realmente triviales pasaba disimuladamente los dedos por todo el contorno de tu cuerpo, examinando minusiosamente, palmo a palmo tu uniforme. Con este ejercicio ella podía notar si el mismo te quedaba corto, mal entallado o muy ajustado. Si no pasabas la prueba, te llevaba directamente a la “ropería” donde muchas veces te dejaba en camisa y pantaletas parada en un rincón mientras conseguía un uniforme que te quedara bien o mientras ajustaba el que traías puesto. Mientras tanto, ya se había corrido el chisme por todo el pasillo de que Sor Felisa te había pillado. Al minuto estaba todo el salón haciéndote burlas por la rendija de la puerta. Ella era la única que, con su mirada vacía y sus dedos implacables, era realmente aterradora.

Mis anécdotas con las monjas de la escuela son muchas. Pero si algo puedo asegurarles es que , mi percepción, es que ellas no eran los personajes rígidos y abusadores que suelen presentar en las películas. Hoy en día, cada vez que veo una de esas mujeres vestida de hábito y cofia, pienso en mis años de infancia y en la fe y buenas costumbres que intentaron inculcarme. De hecho, les puedo asegurar que ellas sienten más miedo recordándome a mí que yo a ellas. Nada, así es la vida.

Rivera Schatz y el síndrome de la cuernúa

Hoy el Presidente del Senado de Puerto Rico, Hon. Thomas Rivera Schatz, sucumbió al “síndrome de la cuernúa”. En varias ocasiones hemos visto prominentes figuras públicas renunciar a sus puestos tras revelarse algún escándalo de infidelidad. Todos recordamos a Bill Clinton por aquello de dar un buen ejemplo a mis alegaciones. Cada vez que alguno de estos hombres se para detrás de un podio con la frente en alto, piedra en mano lista para darse golpes de pecho, voz apesadumbrada y semblante enjuto es que va a declarar lo mismo, que le pegó cuernos a su esposa. Muchas veces a su lado, toda digna, callada y avergonzada se encuentra ella. Ese ser anónimo, sumiso y callado que aguanta sublime las miradas acusadoras de los espectadores del evento. Todas tienen un factor común, aguantan con dignidad y sosiego las especulaciones que deberían ser para su esposo, no para ella.

Según ellas mismas alegan, ninguna sospecha nada y todas acogen con fe ciega y benevolencia las explicaciones del marido. Para ellas, cualquier explicación es buena.

Hoy Rivera Schatz actuó como una de ellas. Fue claro y somero al decir que las explicaciones dadas a él por el Senador Héctor Martínez eran suficientes,...... punto. Que nadie pregunte nada.....que nadie comente nada.......ya se sabrá la infame verdad, según dijo nuestro señor Presidente del Senado. ¿Que lo vieron montaíto en el avión? Eso puede explicarse. ¿Que se sentó alegre y “motivao” a ver la pelea de Tito Trinidad? Qué importa, cualquiera puede recibir regalos. ¿Que pasó un fin de semana súper con todo pago en Las Vegas? ¿¿¿Y???? Que alguien se atreva ahora a quitarle lo bailao. Para quien lo intente tendrá que enfrentarse a un Tommy, fiero, sublime y digno dispuesto a defender a su correligionario de los argumentos de sus enemigos, de esas lenguas biperinas que solo quieren desacreditarlo. No en balde para eso están los presidentes de senado, cual esposa digna, a defender lo indefendible.

Total, yo estoy “manos afuera” porque como en toda pelea de matrimonio, nadie debe meterse. Eso le toca al PNP. Como todos sabemos, toda familia que se precie de serlo lava los trapos sucios en la casa, y yo no tengo vela en ese entierro.

Eso sí, mientras tanto, sin deberle favores a nadie, sin regalos y con verdadera dignidad, me siento en las gradas a ver esta pelea.......... sin que nadie pueda quitarme lo bailao.