domingo, 22 de agosto de 2010

Blancanieves y sus doce cachorritas

Mucha gente que me conoce suele hacerme la misma pregunta cada vez que habla conmigo: “¿Cuántos perros tienes ahora?” La pregunta suele incomodarme más que si me preguntaran la edad o el peso. ¡Qué importa cuántos perros tengo! Usualmente la pregunta viene acompañada de alguna crítica porque son demasiados o por que, según el encuestador, debe costarme caro mantener tanto animal. ¿Y? Es mi problema, ¿no? Esta situación he aprendido a manejarla evadiendo la pregunta algunas veces, dejando en suspenso la cifra en otros. Pero no les niego que en la mayoría me encantaría olvidar mis buenos modales y contestarle sin la mínima cortesía: “ESO NO TE IMPORTA” y punto.

La mayoría de mis perras son recogidas. Fueron rescatadas del abuso y los malos tratos a los que las sometieron sus antiguos dueños al tirarlas a la calle. Todas llegaron enfermas y nosotros las acogimos y atendimos con amor y sacrificio. Era impensable dejar morir de hambre a alguna de ellas, muchas con los collares enterrados en la carne viva de sus cuellos porque quien las botó no pasó siquiera el trabajo de quitarle el collar cuando lo hizo. Así llegaron mis chicas a mi casa, a su casa.

Sé que ellas son muchas y están acostumbradas a corretear libremente por el patio. Son libres porque en mi casa no hay sogas ni jaulas. Todo el patio es para ellas, ese es su dominio. Aquí viven seguras y mimadas.

La amistad conlleva aceptar al amigo con sus defectos y virtudes. Todo aquel que se considere nuestro amigo tiene que aceptar nuestras perras. Tiene que recordar que si nos visitan, no solo visitan nuestra casa, sino también la de mis perras. Cuando nos visitan sin avisar, ellas saldrán al encuentro del visitante tanto para saludar como para proteger “su espacio”. Cuando tenemos alguna reunión planificada usualmente tenemos la cortesía de encerrarlas para que no incomoden a la visita, pero si la reunión se da de imprevisto es difícil recogerlas a todas.

Mis padres me enseñaron que criticar era de mala educación. Por lo tanto, cuando voy de visita a alguna casa voy sometida a las normas de ésta y las acepto calladita la boca. Pero en la mía mando yo y me molestan sobremanera los comentarios despectivos de la gente que me visita y se encuentran con mis perras. Quien me visite tiene que entender que ellas les brincarán encima, les correrán detrás, le lamerán las manos y le olerán el culo porque están en su casa, y uno en su casa hace lo que le da la gana. Por otro lado agradezco con alivio cuando el que llega juega con ellas, las acaricia y las mima porque siento que es un amigo que siente empatía por la labor que hacemos. Ellos entienden que cuando me siento sola y triste y ellos no están cerca para consolarme, son mis perras quienes cumplen con esa misión. Ellas me mantienen ocupada, acompañada y segura.

Todo el mundo es bienvenido a nuestra casa. Aquí les daremos un efusivo recibimiento mis perritas y yo.

2 comentarios:

  1. Lo que para unos es un martirio para otros es lo que verdaderamente los llena de felicidad, tranquilidad, satisfacción, orgullo y seguridad. Estas chicas son privilegiadas, libres, queridas y respetadas. Cada una tiene su nombre, espacio y se le reconoce su caracter único. Su agradecimiento las lleva a cuidar de quiénes con amor las han aceptado sin condiciones. Mi más sincera admiración y respeto a la familia Estéves Colberg!!!

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  2. Gracias Rocío por tus palabras. En efecto, cada una se le reconoce como un ser especial, con defectos y virtudes, y se les cuida y añoña como a cualquier otro miembro de la familia.

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