jueves, 14 de octubre de 2010

¡Qué bueno que aquí no hay minas!

Al igual que mucha gente a través de todo el mundo, yo también ví paso a paso el rescate de los mineros chilenos por televisión. Junto con los demás terrícolas me emocioné, lloré, reí, dí gracias a Dios y pensé.....sobre todo pensé, mirando todo aquel despliegue de ayuda, todo tan sincronizado, todo el pueblo chileno tan comprometido, tan unido. Ese presidente esperando pacientemente a cada uno de los mineros rescatados, su emoción con cada uno de los rescates y finalmente sus lágrimas de satisfacción mientras cantaban el himno de Chile como culminación esperada a un esfuerzo multitudinario.

Fue entonces que me asaltó la idea: ¿qué hubiera pasado si esa situación hubiera sido en mi amada Borinquen? Cierro los ojos y veo la imagen con nítida claridad. Primeramente imagino qué hubiera pasado dentro de la mina una vez comenzada la crisis. Posiblemente entre los mineros se hubiera dado una serie de situaciones. Primero se hubieran peleado entre sí echándose la culpa unos a otros. Posiblemente el primer acusado sería el supervisor del grupo, porque en nuestra Isla el supervisor siempre tiene la culpa. Luego se pelearían por el liderato del grupo. Harían dos bandos, dos planchas: una popular y otra penepé. Obviamente el que más miembros tuviera ése hubiera elegido al líder quien probablemente no serviría para nada porque fue escogido meramente por motivos políticos, no por ser el mejor del grupo. La comida, los medicamentos, el agua, los turnos para hablar por teléfono y salir en cámara serían establecidos también por los dos colores, el azul y el rojo. ¡Y ni hablar del orden en que emergerían a la superficie!

Afuera habría toda una serie de situaciones. La primera, tanto al momento de la emergencia como en el momento del rescate Fortuño no hubiera estado. Recuerden, siempre que hay una situación de envergadura en la Isla nuestro “Gobe” está en viaje oficial por lo que, una vez más, sería el gran ausente, y no lo culpo dada la circunstancia de que en las minas hay muchas más piedras que huevos.

Segundo, en las afueras de la mina habrían varios campamentos: el de las familias, el de los que venden souvenirs, el de los activistas en contra de las minas, el de los legisladores buscando proyección, el del Fondo del Seguro del Estado y un panel de abogados listos para instruir a los mineros de cuál es la mejor forma de demandar a los dueños de la mina una vez salgan del encierro. La mitad de los mineros saldrían cojos o en muletas, con collarines, vendajes y suero. La otra mitad saldría con problemas mentales. El dueño de la mina probablemente se cantaría en quiebra y pondría una empresa fantasma paralela a la anterior con subsidio del gobierno. Con el dinero de la indemnización tendría para pagar un buen soborno para seguir operando sin tener que compensar a nadie. Cuando vinieran a abrir los ojos, los mineros saldrían, económicamente hablando, con una mano delante y otra atrás.

Sin embargo, sé que el corazón de nuestro pueblo, esa gente linda y desinteresada, estaría día y noche al pie del agujero. Las vecinas atenderían a esas esposas que desesperadas que esperan por sus maridos. Se establecerían cadenas de oración, redes de apoyo y recolectas para mantener a los hijos de esos pobres hombres atrapados por una broma del destino. Seríamos nosotros, los voluntarios, la gente común y corriente quien haría la diferencia desinteresadamente. Seríamos nosotros, y no el gobierno, quienes mantendríamos con vida la esperanza de esa pobre gente. Porque nosotros, la verdadera “gente de pueblo” no miramos colores, ni partidos. Solo miramos el dolor y la forma de combatirlo. De lo único que nos lamentamos es que nuestros líderes pierden esa pureza de alma, ese espíritu de pueblo, una vez los elegimos para dirigir nuestros destinos.

Porque estoy segura que de haber sido nosotros, hoy en día nuestros líderes en vez de festejar el rescate de nuestros hombres, todavía se estarían peleando por decidir cuál himno cantarían, si el Borinquen o el de E.U.

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