domingo, 26 de junio de 2011

La civilización blanca

Acaban de encontrar en el Amazonas una tribu nueva que nunca ha tenido contacto con el hombre blanco. Se descubrieron gracias a fotos de satélite donde se veían los claros dentro del bosque del Amazonas con sus chozas y sus cultivos. De ahí, pasaron a una inspección aérea con aviones. Invariablemente esta información hace que mi mente vuele como la de un niño. Si nunca han visto la civilización ni al hombre blanco, entonces, ¿qué pensarán estos indígenas cuando ven un avión sobrevolar sus aldeas? Si yo hubiera sido uno de ellos les aseguro que ahora estaría muerta del miedo pensando que esa ave gigante y amenazadora va a venir a comernos, porque desde el cielo nosotros parecemos hormiguitas en comparación con el avión.



Supongo que los científicos ya estarán haciendo planes para presentarse de entrometidos a sus aldeas como si tuvieran algo bueno que ofrecerles. Dañarán a esos seres puros con artificios de hombre moderno como cepillos de dientes, espejos, cucharones y ollas. Ellos que tan felices estaban con sus talitas y sus vidas sencillas donde solo tenían que cazar, cultivar su patio, hacer muchachos y dormir, ahora querrán cambiarles su estilo de vida. Ya llegarán los metiches a jeringarlos con la excusa de estudiarlos cual conejillos de indias y así les pegarán sus catarros, varicelas y toda suerte de enfermedades de hombre blanco a los cuales no están acostumbrados y que pueden matarlos con facilidad. Así fue como los españoles acabaron con la mitad de nuestros Taínos, estornudándoles encima.



Otros que llegarán serán los misioneros religiosos. Vendrán a decirles que su dios no es el verdadero, que hacer muchachos sin casarse es pecado y que tienen que vestirse porque andar desnudo por ahí es de mala educación. ¿Qué importa que adoren al sol, al viento y la luna? Dios sabe que el asunto es con Él y no le importa el nombre que le pongan. Él entiende todos los idiomas y ama a todos sus hijos por igual. Probablemente ellos lleguen al cielo primero que nosotros que tenemos tantos vicios y prejuicios.



En conclusión, que hubiera sido mejor que nunca los descubrieran. O mejor aún, que el hombre blanco aguante su afán de conquista y nunca llegue hasta ellos a contaminarlos con “civilización”.



Lo único que espero es que los indios le salgan caníbales y se los almuercen a todos.

Soy limpia ¿y qué?

Ahora en el verano he adquirido una rutina diaria nueva. Después de desayunarme, friego, lavo algo de ropa y recojo los regueretes antes de irme al gimnasio. Hoy no me puse los audífonos como suelo hacerlo como método para concentrarme en mi tarea y terminarla. Recuerden, tengo déficit de atención y necesito tener toda suerte de estrategias para terminar lo que comienzo, por lo que los audífonos me mantienen enfocada y robotizada hasta que termino. Hoy con el apuro no me los puse, lo que le dio ventaja a mi mente para meditar sobre “el por qué el cangrejo se babea”.


Restregando la estufa recordé una frase que he oído en boca de algunas de mis amigas con demasiada frecuencia (más de lo que desearía). En muchos momentos de mi vida, al menos una vez al año, me topo con alguna de ellas que me presume muy ufana: “Es que yo soy bien limpia. En mi casa todo tiene que estar inmaculado” Siempre que escucho la frasecita paso por el mismo proceso. Primero pienso: “¿qué sacará ésta presumiendo de ser limpia? ¿Será que piensa que yo no lo soy? ¿Será que ha ido a casa y ha visto el cuarto de mis hijos?” Luego de esto paso a la segunda etapa: “yo no soy tan limpia como tú porque tengo cosas más interesantes que hacer como leer, escuchar música, pasear, ir al gimnasio y atender a mi familia.” Como tercera etapa y conclusión del proceso me digo: “si yo fuera a presumir de algo, de lo menos que presumiría es de ser limpia.” Y no piensen que no lo soy, es que sencillamente creo que tengo mejores cualidades para presumir y no de mis dotes de sirvienta. Esta frasecita es una extensión de la crianza machista en la que crecimos donde se piensa que la mujer solo sirve para los quehaceres del hogar, y yo me resisto furiosamente a esto.

Mis abuelas maternas eran maestras (digo “mis” porque mi mamá tenía dos madres, una de crianza y una biológica, y éstas eran hermanas). Ellas nacieron en cuna de oro y nunca tocaron una escoba. Se dedicaban el día a leer y estudiar. Fueron ellas quienes moldearon nuestro carácter con sus enseñanzas y ejemplo. Por lo tanto, para nosotras el intelecto es mucho más importante que un piso reluciente. Mantenemos nuestras casas limpias por obligación no por gusto.


Por lo tanto, la próxima vez que alguien me diga: “es que yo soy bien limpia”, le responderé, “¡ay fíjate, y yo soy bien inteligente!”.u´w

Ojo por ojo

En el 2004 Amaneh quedó desfigurada porque un hombre a quien ella rechazó como enamorado le echó ácido sulfúrico en la cara como venganza. La ley islámica iraní contempla todavía la Ley del Talión, o sea, ojo por ojo, diente por diente. El hombre ha sido condenado a recibir 10 gotas de ácido sulfúrico en cada ojo como castigo.

Sé que lo que voy a comentar va a escandalizar a muchos pero……si por mí fuera no le echaba 10 gotas, LE ECHABA 20!!! Lo siento, sé que dirán que mi alma tiene que evolucionar, o que el poder del perdón es sanador, o que reencarnaré en sapo como castigo por el retroceso. No me importa, sigo pensando que yo le echaría 20. Pero, claro está, no todo es tan justo como parece. Supongo que me preguntarán, “¿por qué le van a echar gotitas en los ojitos cuando el tipo le desfiguró el rostro completo a la muchacha?” Pues el asunto de las gotas viene porque la joven en cuestión quedó ciega debido al ataque. ¿Cómo lo ven ahora? Desfigurada y ciega. Al hombre solo le van a echar unas gotitas en los ojos mientras que a ella le echaron un chorro en el rostro. El tipo quedara cieguito y todo pero con los cachetitos sanitos y coloraos. No señor!! Si vamos a aplicar la Ley del Talión que sea de igual a igual. Nos vamos de monstruo a monstruo y nos quedamos quietos. Entonces sí.

Hasta ahora, con todo lo escandalizador que sea el asunto, da a pensar que se está haciendo justicia, que por fin un país musulmán le hace justicia a una mujer. Recuerden, para ellos las mujeres somos impuras, engendros del mal, poco menos que la tierra por donde pisan. Ellos podrán intentar callar la opinión pública dando semejante veredicto, pero a mí no me convencen. Según la polémica ley, el castigo debe ser llevado a cabo por la víctima, o sea, será la misma Amaneh quien eche las gotitas en los ojitos del agresor. Pero, ¡¡¡¿alguien me puede explicar cómo si la chica es ciega?!!! Como verán el asunto es más complicado de lo que parece.

Mi consejo a Amaneh: hija, cógelo suave. Manda a amarrar bien al tipo acostado en una mesa. Pide un gotero bien grandote y comienza a echar las gotitas con mucha calma, ¡¡que nadie te puede sacar en cara que no tengas buena puntería!!

Un búnker para el apocalipsis

Acabo de leer una noticia donde habla de un hombre en Rusia que se está haciendo rico fabricando “bunkers”, o refugios en buen castellano, para cuando llegue el fin del mundo. Sus clientes, claro está, son millonarios que no tienen en qué más gastar sus billetes.


Como supondrán, la idea me dejó con la cabeza dándome vueltas. ¿Para qué rayos quiere esa gente sobrevivir en un mundo donde todos los demás estaremos muertos? Digo, a mí que me encanta hablar, no tendría con quién sino conmigo misma, y eso es aburridísimo. Aunque supongo que si ellos invierten en una cosa de esas será con la idea de que se refugien dos o tres más con ellos. Me imagino que se meterán ahí con la mujer, los hijos, el gato, el perro, la sirvienta y el mayordomo. Porque después que pase el cataclismo y la humanidad se termine no habrá a quién joder, así que la sirvienta y el mayordomo tendrán que quedarse con sus jefes para que ellos se diviertan dando órdenes.


Otro al que tendrían que incluir sería al jardinero. Porque me imagino que si lo que cae en la tierra arrasa con todo, también arrasará con la comida. Por lo tanto, el jardinero es indispensable para que cultive dos o tres tomates en las jardineras del bunker para que tengan algo para echarse a la boca. Porque por más comida que almacenen, algún día se acabará y entonces peligrarán el mayordomo y la sirvienta.


Oye, que por más que le doy vueltas no lo entiendo. Para qué sobrevivir si no tendremos a los amigos, no podremos ir a ningún lado, no tendremos qué comer y no se podrá salir afuera ni para botar la caca del perro. En un mundo así ya los chavos, la fama y el poder no servirán para nada. Encerradito en tu bunker de lujo tendrás la ventaja (o debería decir desventaja) de vivir algunos meses más, solito, muerto de hambre y cagao del susto porque no te atreverías ni a asomarte por la puerta para ver qué rayos quedó allá afuera.


Si yo fuera millonaria y tuviera la certeza de que el mundo se acabará en el 2012, entonces, en vez de botar los chavos en un bunker los gastaría dándome gustos, paseando, bailando, comiendo y bebiendo hasta la saciedad, cosa que cuando llegue el caos me coja con el corazón contento y la barriga llena.


Que total, si nos vamos a morir todos, ¡seguimos la fiesta en el cielo!

El día de las madres

Hoy es día de las madres. He leído infinidad de mensajes de felicitación por parte de todos. Porque todos somos hijos, ¿o no? Hay quienes felicitan a sus madres, otros felicitan a las madres de sus hijos e incluso, madres felicitando a sus hijas en este día que conmemora el trabajo más arduo que existe en la vida. Porque darle vida a un ser humano y moldear su personalidad intentando que sea una persona decente y de provecho es el trabajo de más responsabilidad que existe en el mundo. Nos esforzamos toda una vida para que cuando lleguemos al final del camino y Dios nos pregunte: "bueno, ¿qué hiciste con la vida que te dejé crear?", podamos contestar: "Ahí los tienes Señor. Seres humanos buenos, decentes y temerosos de Tu Presencia."

Pero hoy yo quiero felicitar a todas las mujeres que, en todo momento y con muchas personas que no son sus hijos, ponen en práctica sus habilidades maternales. A esas amigas que me consuelan, me abrazan y no me dejan caer cuando estoy triste con la misma ternura con que lo harían con sus hijos. A esas mujeres que celebran mis triunfos, me aconsejan y me dan ánimo de la misma manera en que lo haría mi mamá. Porque quienes somos madres, biológicas o por convicción, protegemos, consolamos, animamos, mimamos y amamos a quienes están a nuestro alrededor de la misma manera desinteresada con que lo haríamos con nuestos hijos.

Que Dios bendiga siempre a todas esas mujeres que expanden su maternidad más allá de sus hijos y que hacen de este mundo uno más hermoso para vivir.

Los pequeños placeres de la vida

Hoy desperté con la agenda llena. Varias listas ocupaban mi atención, la lista de la compra, la lista de lo que tenía que hacer, la lista de las cuentas a pagar, en fin, todo nítidamente anotado para que no se quedara nada sin hacer. Últimamente mi vida ha sido un poco caótica, preocupaciones por aquí, rocheo por allá y asignaciones del Colegio por todos lados. Toda esta situación ha generado mucho desasosiego y tensión en mí. No hay tiempo para relajarse lo suficiente ni para sentarse a divagar en mi tema favorito, “la inmortalidad del cangrejo”. En fin, todo en mi vida era gris y apresurado.



Con esto del alza en la gasolina, a mí me ha tocado la guagua que más gasolina gasta - “dale má, tu guagua gasta menos gasolina y yo tengo que viajar hasta San Germán” – decía Fernan – “tú llegas na’ más que hasta el Colegio, ¡dale chica!”. Ni modo, sus argumentos tenían lógica y eventualmente quien paga la gasolina soy yo, así que hice el trato. Según comencé a usarla me di cuenta de que a la pobre guagua le hacía falta cariño (como a todo viejo), gomas nuevas, gas en el aire acondicionado y wipers nuevos (me pesa decirlo en inglés, pero si digo “limpia parabrisas”, encima de que es más largo me voy a escuchar bien ridícula).



Poco a poco la guagüita se puso en tiempo. Con sus gomas nuevas ya no se meneaba como Iris Chacón en sus mejores tiempos y los demás “chivitos” se han ido cogiendo poco a poco. Hoy dentro de mi larga agenda estaba comprarle los “wipers”, una de las poquitas cosas que faltaba por arreglarle. Me acerco al mostrador de Pep Boys, le indico al dependiente lo que necesitaba y salgo muy ufana con mis “wipers” nuevos. “Señora, al comprarlos aquí nosotros se los instalamos gratis” – me dice el dependiente – “perfecto”- me digo – “servicio completo”.



Contenta con la labor cumplida, sigo rauda y veloz hacia el Colegio. Llamo a mi sobrino para decirle que ya compré lo que faltaba para que terminara de arreglarme la guagua cuando de pronto, ¡comenzó a llover! “¡Quique!” – le dije – “¡tienes que ver esto!”, “¿Qué, Tití?” – me contesta – “¡¡¡los wipers, Quique, los wipers!!! ¡¡¡Son nuevos y limpian brutales!!! El cristal se ve divino y súper limpio, ojalá llueva mucho, mucho pa’ estrenarlos como Dios manda. ¡Por mi madre que no hay un cristal más bello que el mío!” El muchacho, muerto de la risa, no podía creer lo que escuchaba. Tanto alboroto por unos “wipers” nuevos. Les juro gente que yo me sentía como nene chiquito con pijama nueva. Mi orgullo era tan grande que llamé a par de amigas para contarles mi hazaña.



Reflexionando sobre el asunto he llegado a la conclusión de que mi vida fue demasiado caótica las últimas semanas. Tanto así que una situación tan simple e insípida como la compra de unos “wipers” significó para mí un largo rato de satisfacción y risas con mis amigas.



Conclusión: no podemos llegar a tales extremos de agobio y tristeza. Saquen tiempo para sí mismos, para mimarse, leer un buen libro o para hablar de tonterías con su pareja o amigos. Y ya saben, si no tienen idea del nivel del estrés en el que están metidos, cómprenle un par de “wipers” a su carro y hagan la prueba.

El día de las madres

El día de las madres se acerca. Hay toda una campaña mercantil instando a la gente a comprar desde sortijas de diamantes hasta lavadoras. Pero, ¿alguien se ha dedicado a preguntarnos qué realmente queremos de regalo las madres? Estoy segura que la mayoría de nosotras deseamos algo que no se compra en una tienda, sino que yace cálida y calladamente bajo el techo de nuestra propia casa.

Sé que las madres de niños pequeños agradecerían un par de horas adicionales de plácido sueño matutino. Que el hombre que la convirtió en merecedora del título se levante temprano ese día y atienda a los niños mientras mamá duerme tranquilamente una hora más esa mañana. Otro detallito lindo podría ser que una vez que ella se despierta, asustada y con sentimientos de culpa pues no está acostumbrada a levantarse tan tarde, se encontrara con una sencilla taza de café con leche preparada por otro, no por ella.

Las madres de muchachos más grandes necesitan su regalo desde la noche antes. Ellas merecen ver una buena película, leer un libro o chatear en computadora hasta tarde y luego dormirse con la certeza de que sus retoños están, calientitos y refunfuñando, tempranito en sus camas. Nada de mirar el reloj cada hora verificando si llegaron o no. Ese eterno pasar de las horas nocturnas tan angustiosas para toda madre pueden ahorrárnoslas al menos ese sábado por la noche.

Y , señores, ese preciado domingo, recuerden, nada de podadoras a las 8:00 de la mañana. Porque cuando ya hemos salido de esa difícil etapa en la que los niños se levantan temprano, entonces, son los maridos los que nos despiertan con una hermosa serenata compuesta por la filarmónica de la podadora, el trimmer y el blower de patio.

Ese día merecemos pasárnosla rodeadas de nuestros retoños, que sean ellos los que cocinen o que compren comida fuera. Que nos acompañen, tirados todos patas arriba, a ver una buena película, que frieguen ellos los platos y recojan los regueretes. Que ese día nos sintamos como verdaderas reinas, sentadas cómodamente en nuestro mejor sillón viendo cómo la familia gira a nuestro alrededor.

Ya el lunes tendremos tiempo de regresar a la realidad.

lunes, 4 de abril de 2011

En una colecturía cerca de usted......

Hoy cumplí con nuestro deber ciudadano y pagué la planilla. Después de ir al banco a retirar el dinero, me dispuse a ir, resuelta pero apesadumbrada, a pagar las contribuciones. Debo confesarles que me sentía como la mayoría de los ciudadanos de este país, furiosa. De solo pensar que más de la mitad de mis ahorros se irían por el chorro de Hacienda para que los legisladores tuvieran más dinero para sus gastos alegres y menos para las necesidades del pueblo me ponía furibunda. Pero, sin remedio. Había que hacerlo y se hizo.

Lo que jamás pensé fue que la visita a la Colecturía sería tan curiosa como para escribir una entrada acerca de ella. Lo primero que noté es que estaba vacía, -“vaya, al menos no tendré que estar mucho tiempo aquí escuchando los lamentos de los que, como yo, vienen a pagar.”- Soy la primera en fila mientras esperaba pacientemente a que atendieran al contribuyente que estaba en ventanilla. Durante la espera pude observar detenidamente a los empleados. La que paga la Lotería parecía que iba a dormirse de un momento a otro. Con la mirada perdida en el infinito, los párpados se le cerraban lentamente denotando un sueño incontrolable. Obviamente, dejé de mirarla pues me daba coraje pensar que con el dinero que iba a depositar le pagaban a ella para que durmiera con los ojos abiertos. Entonces miré a la otra. Tenía medio catálogo de Avon aplicado en el rostro. Sus ojos tenían más sombra que un palo de mangó, sus labios eran tan rojos como la bandera popular y en su cabeza un moño alto lleno de pinches y colgalejos. Pero lo más curioso era su cuello. Éste que de por sí no se veía porque era una señora bastante gruesa, encima tenía atado un par de bufandas todas de colorines cosa de que hicieran juego con los tereques del pelo. Dejé de mirarla porque me dio un calor espeluznante. Fue entonces que escuché la palabra mágica: “¡próximo!”

El hombre al que atendieron primero era bastante grande por lo que no podía ver a la empleada que me atendería. Cuando llegué a su presencia quedé de una pieza y no porque se estuviera durmiendo o porque pareciera salida de una quincalla, sino por la vehemencia con que masticaba su chicle. ¡Aquello era sencillamente impresionante! Era una señora menudita, con las uñas a medio pintar de un rojo sangre (se notaba que se las había pintado hacía tres meses y había fregado bastante desde entonces), con cuatro melechas de pelo y una mordida impresionante. Según ella cotejaba mis papeles me concentré en mirar la fuerza con que masticaba el chicle. Abría la boca graaannde graaannde y la cerraba con tal fuerza que parecía que se le iban a romper los dientes. Llegué a la conclusión de que era imposible que estuviera masticando un chiclecito “Adams”. Esta doña tenía que estar mascando un bolón de chicle de bomba de esos que venden en las picas. De momento, cuando más embelesada estaba, siento un ¡PUM, PUM, PUM! Era la doña que con toda la furia del mundo sellaba mis papeles. Cada una de mis copias fue aporreada con mano de hierro a tal punto que pensé que el sello se le haría cantos en las manos. Al salir de allí no me atreví ni a darle las gracias.

De salida me encontré con un muy apreciado amigo que como yo hacía la fila pacientemente para cumplir con su deber ciudadano. Cuando me acerqué a besarlo le di el más sabio de los consejos: “no te atrevas a decirle nada porque, o te muerde o te tira con el sello”. ¡Fue entonces que comprendí porqué tanta gente evade las contribuciones!

lunes, 21 de marzo de 2011

Si quieres ser bueno, muérete!

Este país es ciertamente extraño. En las noticias cuanto criminal muere, automáticamente se vuelve bueno. Sí, has escuchado bien, se vuelve bueno, o sea, buena persona. Una vez comienzan a hacer las entrevistas a amigos y familiares no hay una sola de estas personas que diga: “el tipo era un ca….ón, le daba unas pelas a la mujer de a muerte” o “era el dueño del punto, tenía chamaquitos de 15 años vendiéndole droga”, “se lo merecía por hijo e P”. Nada de eso señores, todo el mundo, en plena confabulación o engaño dicen lo mismo: “es que era tan bueno!” Listo! Esto es un negocio fácil, te portas mal con tu pareja, con tu familia, amigos y compañeros porque cuando te limpien la cacharra te convertirás en un angelito de Dios.

Yo sé, para una madre los hijos siempre son buenos, pero a quién engañamos cuando al mirar las noticias y vemos semejantes matanzas y los consabidos “pedigrees” de los muertos, que si tenían cargos por drogas, o prófugos, o violencia doméstica y todos esos delitos a los que no nos dedicamos nosotros “los malos”, vengan los amigos del infortunado a decirle a todo el mundo a bocajarra “él era un hombre bueno, tremendo tipo”….lo siento pero, ¡no me jodas!

En el periódico de hoy se reseña un caso de violencia doméstica. El hombre planifica en detalle cómo matará a su compañera. Llegado el momento lo hace con saña y violencia, prácticamente delante de los hijos de la mujer que, desesperados, buscaban por dónde entrar para salvar a su madre. Cuando entrevistan a los testigos lo único que dicen es que “era un hombre bueno”. ¡Señores! ¡¡Un hombre bueno no hace esas cosas!! Pudo haberlo sido en un momento dado, pero en el mismo instante en que comenzó a planificar la muerte de la mujer que le dedicó 20 años de su vida, dejó de ser un hombre bueno. Porque los hombres buenos buscan soluciones buenas, civilizadas. Todos tenemos arranques de coraje y hacemos locuras o “cosas malas”, pero la mayoría de la gente buena de verdad se contiene, piensa en el dolor que causará con sus acciones y se limita en sus actos. Si no fuera así este mundo sería un verdadero caos.

Cuando yo muera, por favor, no digan que fui buena. Ya la frasecita está tan gastada, mal usada y gaseada que sería un insulto para mi alma que la usaran en mi velorio. Mejor digan lo mucho que me querían (o lo poco, a esas alturas me dará igual) o lo mucho que se reían con lo que escribía. Pero prohibido terminantemente que me digan buena. Les aseguro que, a quien no cumpla con mi deseo, le saldré por la noche y le tocaré los pies con las manos frías.

Un padre nada tradicional

Acabo de leer un artículo de periódico donde analizan la figura paterna en la estructura familiar actual. En el artículo se hablaba de cómo el prototipo del padre había evolucionado haciendo de éste un padre más cercano y menos autoritario que los de antaño. Atrás quedaron los modelos tradicionales donde el padre solo mandaba y poco aportaba a la educación de los hijos. Miré la noticia como algo curioso, pero nada sorprendente. Yo me crié con un padre como el que describe la noticia, y de esto hace ya casi cincuenta años.

En los años 60, época en la que nacimos mis hermanos y yo, muchas madres eran simplemente amas de casa. La nuestra trabajaba fuera, al igual que lo había hecho su madre quien fue maestra a principios de siglo. Debido a esto, después de un arduo día de trabajo, mi mamá llegaba cocinar, arreglar la casa y a atender tres niños pequeños. Pero ella tenía algo que muchas mujeres no tenían, un esposo que adoraba estar con sus hijos y que no le importaba atenderlos para que ella pudiera realizar sus quehaceres con tranquilidad.

Todas las noches, una vez estudiábamos juntos, papi se dedicaba a jugar un rato con nosotros. Sentados todos en la sala jugábamos “Veo veo”, “Frío y caliente” o “Desafiando a los genios”. También escuchábamos música, bailábamos o hacíamos chistes hasta que llegara la hora de dormir. Una vez en la cama comenzaba el ritual. Mi mamá nos ponía las pajamas y nos mandaba a la cama. Era entonces que él venía ceremoniosamente, cama por cama, a hablar individualmente con nosotros. Se sentaba a nuestro lado y nos preguntaba sobre nuestro día. Era entonces cuando le contábamos nuestros logros, o nuestros temores. Sentado a nuestro lado, acariciando nuestras cabezas, hablaba largamente con cada uno de sus tres hijos. Luego, nos arropaba, según nuestros gustos, nos daba un beso y la bendición. Sin embargo, si teníamos miedo o falta de sueño, se acostaba a nuestro lado a leer o simplemente a acompañarnos hasta que el sueño nos vencía. Ese era mi papá.

Ese modelo novedoso de padre, lo disfrutamos nosotros siempre, hasta el final de sus días. Porque no solo crió a sus hijos de esa manera, también lo hizo con todos sus nietos. Nos amaba tan entrañablemente que hizo hasta lo imposible por estar cerca de nuestros corazones cada una de sus horas, cada uno de sus días. Y su dedicación no fue en vano.

En honor a él y a lo que significó en nuestras vidas, mis hermanos y yo intentamos día a día copiar su modelo. Adoramos a nuestros hijos e intentamos ser para ellos igual que lo que fue él para nosotros. Y ésa es la mejor forma de honrarlo, extender su amor a través de nosotros, generación tras generación, para que éste perdure por toda una eternidad.

La incomunicación

En esta era de las comunicaciones la descomunicación nos consume. Jamás en la historia ha habido más y mejores métodos para mantenerse en contacto unos con otros, sin embargo, es cuando menos la gente se comunica.

Prefieren enviarse mensajes de texto donde no se ven las sonrisas, ni las lágrimas, ni las expresiones de asombro o emoción. Y para completar, aunque todos tenemos teléfonos portátiles nadie contesta llamadas, rehúyen a los amigos, los dejan esperando o sencillamente piensan que pueden contestar luego.

La vida corre de prisa y al revés. Ya no somos cómplices de las alegrías y tristezas de los que amamos porque pensamos siempre que habrá tiempo. Creemos que la tecnología alargará nuestra oportunidad de amarnos, acompañarnos o consolarnos. Cuando abramos los ojos, nos daremos cuenta que esa oportunidad expiró en el momento en que no contestamos la llamada, cuando la dejamos para después.

Es entonces, y solo entonces, que nos daremos cuenta que nuestros niños son adultos, que nuestras parejas no son ya las personas de quienes nos enamoramos, que los amigos se fueron porque se cansaron de esperar y que los viejos se nos murieron sin que lo supiéramos.

Amigo, nunca dejes de contestar esa llamada por ocupado que estés. Piensa que no sabes si esa era la última oportunidad de hablar con ese ser a quien tanto amas.

viernes, 4 de marzo de 2011

Adiós zapato viejo!!

Hace muchísimos años escuché en un programa matutino de radio unos consejos a seguir para cuando uno se sentía agobiado en la vida. Uno de los consejos que dio la locutora y que más me ha servido desde entonces es ordenar tu casa. La lógica de esto es que para poder ordenar tu vida primero tienes que ordenar tu entorno. Esto te dará paz y así lograrás organizar tu alma poco a poco. Desde que lo escuché, en muchos de los momentos en que me he sentido agobiada he puesto manos a la obra y, loca y alborotada, viro la casa patas arriba.

Ayer sufrí una gran decepción. Me enteré, desgraciadamente, que una gran amiga había traicionado mi confianza, golpe bajo, severo y atroz. Después de muchas cavilaciones llegué a la determinación que de nada valía tomar venganza, guardar rencores o destruir mi paz mental por su culpa, así que, llegó la hora de ordenar mi casa.

Comencé por el clóset. Saqué toda la ropa de cama y la organicé por colores. La doblé con sumo cuidado y la acomodé con cariño. Luego me percato de la cantidad de zapatos que había regados por todo el piso del clóset. Fue entonces que comenzó mi sanación.

Saqué uno a uno los pares. Los miré y los analicé. A un lado los rotos o desgastados, en otro los de hacer ejercicio, en cajas los finos y los de salir, y al frente los que uso a diario. Mirándolos a todos de frente me di cuenta de cuánto se parecen mis zapatos a mis amigos. Lo primero que hice fue botar los rotos y desgastados. Esos que representan a los amigos traidores que rompieron mi corazón y que solo sirven para estorbar dentro del clóset ocupando un espacio invaluable para los zapatos nuevos y de mejor calidad. Luego puse en cajas los de salir, esos que representan a los amigos con los que me divierto pero que veo pocas veces y con los que no tengo mucha intimidad. Un poquito más al frente puse los de diario.

Aquí tenemos que hacer varias clasificaciones. Primero están los tenis. Ellos me ayudan a mantenerme en forma cuidándome para que no me lastime y fortaleciendo mi salud. Luego están las sandalias. Éstas son lindas y de variados colores. Cómodas y divertidas me hacen lucir bien en toda ocasión. Me acompañan a todas partes sin maltratar mis pies. De éstas tengo muchas y a todas las quiero. Se ajustan a mí y le dan color a mi vida. Al final, y siendo ésta la categoría más importante, están las chancletas de diario. Ellas son las mimadas. Con ellas me siento cómoda porque se amoldan a mis pies como una media. Conocen mis imperfecciones y se adaptan a ellas sin juzgarme. Me acompañan día y noche, mientras trabajo en la casa, veo televisión, ya sea que esté triste o alegre. Allí están ellas, amarradas a mis pies sin dejarme caer, manteniéndome cómoda mientras pasa la crisis o apoyándome en el trabajo duro. Ellas son mis preferidas. No son las más elegantes, ni las más nuevas, ni las más caras, pero sí son las mejores……son las que yo prefiero por encima de todos los demás zapatos.

Muchas de mis amigas se ajustan a más de una clasificación, algunas son tenis y sandalias, otras son zapatos de salir y chancletas al mismo tiempo. Pero lo más importante es que a todas las cuido porque todas son importantes, las limpio a menudo y las guardo con sumo cuidado y cariño. Pero lo que todos debemos hacer es sacar de nuestra vida todos esos zapatos viejos, feos y rotos que le hacen daño a nuestros pies entorpeciendo nuestro andar por la vida.

lunes, 14 de febrero de 2011

Al diablo con cupido

Después de pensarlo detenidamente, no odio tanto a San Valentín. Tengo que admitir que en estos últimos años odiaba el día de cupido tanto como el día de las planillas. Y es que te bombardean con tanto cliché romántico (peluches, corazones, chocolates, velas y cenas), cosas que generalmente nunca llegan a mí y que hacían que renegara de cupido y su día.

Recuerdo con nitidez cuando estaba en la escuela. Ese día era espectacular. Días antes mis amiguitas y yo comprábamos tarjetitas que intercambiaríamos el día en cuestión. Era fabuloso cuando recibías muchas, pero decepcionante cuando eran poquitas. Incluso peor cuando en tu casa hacías un repaso de quiénes te dieron tarjeta y quiénes no y te dabas cuenta que esa amiga que tanto admirabas o que tan popular era te había ignorado miserablemente. Mirándolo en retrospectiva, con estas situaciones la vida nos da un entrenamiento cruel para los rechazos que sufriremos años más tarde.

Después llegan los noviecitos. Esos seres enclenques, imberbes y pelaos que usualmente nos daban una tarjeta sobria y poco comprometedora que nos dejaba bobas y atontadas por semanas, sin contar el tiempo que pasábamos intentando descifrar cada frase y cada letra impresa en la susodicha, porque la mayoría de las veces, de su puño y letra, solo llevaban la firma.

De adolescente el asunto era un poquito más profundo. Con mucha suerte podíamos esperar que el elegido de nuestro corazón tuviera un par de pesitos, ya fueran ahorrados o pedidos discretamente a su mamá, y nos regalara el consabido peluche. ¡¡Ay, amor amor!!! (en estos momentos imagínenme suspirando) no hay tiempos mejores que esos. No recuerdo emociones más intensas que los enchules de adolescencia. Debido a las hormonas en ebullición y la razón a medio desarrollar, los amores de High School son considerados los mejores. En esos momentos de nuestra vida nos sentíamos verdaderas princesas cuando el muchacho nos correspondía. Pero con la misma intensidad con que nos enamorábamos también sufríamos cuando fracasábamos. Gracias a Dios ese período es relativamente corto y pasa con bastante rapidez. No creo que haya cuerpo que resista una adolescencia de más de cinco años (14-18 años).

Por fin llegamos a la adultez, ese período laaaargo de nuestra vida en el que estamos tan ocupados criando los hijos, trabajando, ahorrando, sobreviviendo, estudiando y lidiando con el gobierno que no tenemos tiempo para detalles (o al menos eso dicen quienes se los saltan). Aquí ya no existen ni las tarjetitas ni los peluches que tanto nos hicieron suspirar. Algunas solo encontrarán una cena práctica e impersonal en algún restaurante. Otras, con mucha suerte, encontrarán una flor comprada en el semáforo.

Después de mirar los mensajes de felicitación en Facebook y las muestras de amor que han recibido muchos de mis amigos tengo que admitir que el día no es tan nefasto. San Valentín le da excusa a mucha gente para decirle a alguien “Te quiero” y eso es importante. Sí, sé que lo ideal sería que la frase se utilizara a través de todo el año, pero la verdad es que no es así. Por lo que tenemos que agradecer que al menos haya un día que nos provea de una buena excusa para hacerlo. Es mejor una vez al año que nunca en la vida. Como diría mi hermana, al menos “del lobo un pelo”.

sábado, 29 de enero de 2011

Diversión vs Bochorno

¡¡ Estoy espantada!! Acabo de ver una foto en facebook que a más de uno debe darle vergüenza ajena. La tecnología tiene sus ventajas, pero también sus desventajas. Una de ellas es que la gente ya no puede divertirse tranquila. Cuando menos te lo esperas te descuidas y viene alguno de tus amigos y zas! te retrata. Y el problema no es que te tome una foto, es que luego la publica en la red donde todo el mundo pueda verlo, hasta tu jefe. La mayoría de las veces, cuando nos divertimos, en algún momento hacemos el ridículo. Tengo que admitirlo, muchas de las veces en las que me he divertido como cuando era niña he hecho el ridículo. Y esas veces las recuerdo con la mayor candidez y tranquilidad del mundo.; alguna fiesta de disfraces, bailar como poseída, cantar como Alejandra Guzmán, perrear, modelar, bailar en un tubo (situación por la que mis hijos estuvieron a punto de vomitarse) y cositas por el estilo. Tengo que admitir que para divertirse desenfrenadamente hay que dejar atrás los tapujos, cerrar los ojos y soltar la trenza. Una cosa es bailar en un tubo para verle la cara de asco a tus hijos y otra muy distinta verle la cara de asco a tus compañeros y amigos cuando te vean en facebook. Como todo, esto lo hago en un ambiente de pura camaradería e intimidad, rodeada de gente de mi plena confianza y que comparten el momento con la misma inocencia y alegría que yo.

Otra cosa muy distinta es que te estés divirtiendo y venga algún imprudente y te tome una foto o video y encima la publique como le ha pasado a este hombre. ¡¡Menudo bochorno!! Figúrense, el tipo parece estar en una fiesta de disfraces, ataviado de manera muy sexy ¡con ropa interior femenina! Él, muy changón, cervecita en mano mira a la cámara y queda retratado para la posteridad. Supongo que el hombre o tenía arriba una de dos cosas: o los palos o la autoestima. Ya lo imagino al día siguiente pasando la "cruda" y recordando lo mucho que jodió la noche anterior hasta que llega esa llamada nefasta y le informa: "mano,¿te viste en facebook?" "No, por Dios, no puede ser" debió haber pensado. Y con mano temblorosa, por la resaca y por el susto, prende su computadora, busca su página y ahí está, retratao como en la "página de Cheo".

Hoy en día hay que comportarse como si estuviéramos en televisión. La tecnología nos expone al mundo con una facilidad pasmosa. Por lo tanto, hay que ser modositos, recatados y prudentes. Y cuando vaya a divertirse de manera desenfrenada piense cuidadosamente dónde hacerlo y haga como hacen los famosos, recoja todos los celulares y cámaras y póngalos bajo llave, no sea que al día siguiente (viernes) su jefe lo llame y le diga con tono cínico: "Pepito, ¡parece que la pasaste bien anoche!"

sábado, 22 de enero de 2011

El nobel que lloró

Mario Vargas Llosa es escritor, ganador del Premio Nobel de Literatura, un gran hombre y un esposo valiente. En la entrega de los premios en Estocolmo, Vargas Llosa hizo llorar a la concurrencia con su discurso de agradecimiento. Habló de su trayectoria y de política, algo esperado en todo discurso. Pero hizo algo completamente insólito, le dio las gracias a su esposa y lloró al hacerlo.

Viendo la trayectoria de algún artista o figura pública pienso cómo será su familia y cómo ésta se adapta a ese estilo de vida. Éstos viven alejados de sus familias por largos períodos de tiempo. Disfrutan poco de sus hijos y de sus esposas. ¿Cómo se puede ser tan exitoso sin sacrificar algo importante? Porque siempre algo se queda atrás. Ellos por alcanzar un sueño o la fama, pierden la infancia de los hijos, la vejez de los padres y la juventud de la pareja. Cuando llegan a sus hogares los imagino presos de sí mismos y del sino que se trazaron.

Ser esposa o hijo de estas personas no es nada fácil. Mayormente es la pareja quien se encarga de que todo en el hogar funcione como si nada estuviera pasando. Deben justificar la ausencia del padre y sustituirlo en sus grandes períodos de ausencia. Además, deben asumir una carga que no les corresponde, el peso de la fama ajena. Ellas no quieren ser reconocidas en la calle y ni ser objeto de críticas o burlas, pero el peso de la fama conyugal las salpica y las marca inevitablemente. Ese es el precio de amar incondicionalmente a quien todo el mundo ama.

¿Y los hijos? Éstos viven la eterna ausencia del padre y el agobio de la madre. La sombra de la fama paterna los obliga a esforzarse en demasía debido a comparaciones injustas. El padre es el padre y el hijo el hijo, cada uno con características diferentes y personalidades ajenas. Injusto es pensar que la descendencia de un famoso es un calco del mismo. Es imponer sobre hombros ajenos una carga que no pidieron llevar, limitar sus horizontes surcando sus caminos pensando,“hijo de gato caza ratón”.

Vargas Llosa fue valiente. En su discurso le dio valor a lo incalculable, al sacrificio que hizo su familia para que él lograra su sueño. Pocos realizan que a quien se sacrifica es a la familia, no ellos. Esos que sin quejarse viven en un mundo incompleto, lleno de realismo y ausente de sueños. Esos seres ocultos en quienes los famosos se refugian buscando paz.

Nacionalismo, el freno a la aculturación

Desde hace 517 años somos una colonia. En 1493 Cristóbal Colón se adueñó de nosotros y nos integró a España. En 1898 fuimos entregados como botín de guerra a los Estados Unidos. Nuestros nativos, los indios Taínos, fueron los últimos en disfrutar una Borinquen libre, de pensamientos puros e ideas propias.

Actualmente somos una mezcolanza de razas de las que el resultado neto es el puertorriqueño moderno. Pertenecemos al pueblo latinoamericano pero jamás somos incluidos en ellos. Nuestra situación política nos mantiene en un limbo con el resultado de que el mundo no nos considera ni estadounidenses, ni españoles, ni latinoamericanos. Para nosotros solo somos puertorriqueños.

Poseemos un sentimiento nacionalista puro, profundo e inextinguible. Gracias a éste nuestra pequeña islita ha hecho frente a un movimiento de aculturación anglosajona que data de más de 100 años. Al principio adoptamos a la fuerza la religión, el idioma y las costumbres de los españoles. Cuando llegaron los estadounidenses ya éramos una nación con pensamientos propios de los que ni la Madre Patria pudo sacudirnos. Nació una cultura propia con raíces españolas, negras e indias.

El nacionalismo nos ha servido de escudo para combatir una de las estrategias más eficaces a la hora de aculturar una nación: la pérdida del idioma vernáculo. Con uñas y dientes hemos defendido el castellano. Estados Unidos, la nación más poderosa del mundo, no ha logrado que en nuestras calles se hable el inglés. Nos esforzamos en pensar, hablar y escribir en un español correcto, incluso más puro que el español que se habla en muchas de nuestras naciones latinoamericanas hermanas que no han sufrido el colonialismo que nos azota implacablemente desde el siglo XIX.

Gracias al nacionalismo conservamos nuestra música, nuestras costumbres, nuestros ideales. Nuestra gente se ha destacado a nivel mundial en todas las ramas: ciencia, política, artes y literatura. En todos y cada uno de los rincones del mundo hay uno de los nuestros y cuando le preguntan se identifican como tal: puertorriqueños. Jamás osaríamos identificarnos como estadounidenses aunque nuestro pasaporte diga lo contrario. Difícil es de explicar a quienes no entienden que somos una nación latina, con una situación política ambigua que no ha logrado quitarnos la identidad como pueblo.

A pesar de que somos su colonia, Estados Unidos rechaza nuestra gente como rechaza a cualquier latino, con la diferencia de que a nosotros no nos han podido doblegar, manipular o someter. Al otorgarnos el “beneficio” de su ciudadanía, nos permiten deambular entre ellos de igual a igual pero con una diferencia sustancial: nuestro sentimiento patrio pertenece a nuestra Isla no a la “Nación”. Por lo tanto, han tenido que soportar nuestra latinoamericanidad con la boca cerrada y sin poder echarnos de su tierra. Los que viven allá hablan español, veneran la monoestrellada y añoran retornar al terruño.


En síntesis, el nacionalismo que posee nuestro corazón ha sido el salvaguarda de nuestras costumbres, nuestro idioma y nuestro sentido patrio. Ninguna nación del mundo ha sido una colonia por más de 500 años sin rendirse a la aculturación. Nosotros sí lo hemos logrado.

martes, 4 de enero de 2011

Los vestidores

Sigo con mi guerra a muerte contra los vestidores. Estoy convencida de que quien los diseña es un hombre, uno de esos seres extraños con los que dormimos y a los que nunca logramos entender del todo. Es obvio, tiene que haber sido uno de ellos quien diseña (con saña, mala intención y alevosía) los probadores de las tiendas de ropa de mujer. Es imposible que una de nosotras, que somos artífices de buen gusto y del arte de camuflajear, haya inventado un cuarto tan infame como éstos. No hay un solo vestidor de ropa en el que nos sintamos completamente a gusto y la que diga lo contrario, MIENTE.

El primer problema es el espacio. Cada vez son más diminutos. Se supone que el mundo está en una campaña en contra de los desórdenes alimenticios, pero es imposible no “contagiarse” de anorexia una vez entras en un vestidor. Son tan pequeños que invariablemente te hacen sentir que eres enorme o gorda. En mi caso gorda porque enorme no lo seré ni en sueños. No hay espacio para moverte y mirar si la ropa te queda bien, lo que te obliga a salir de él para verte en el espejo del pasillo, sometiéndote al escarnio de las demás mujeres que probablemente son más flacas y más jóvenes que tú. Imagínense la estampa, ya conseguiste el pantalón que te queda bien pero necesitas mirarte de un mejor ángulo. Aguantas la respiración, paras el oído y te quedas quietecita para ver si escuchas algo, ..... “ya salieron todas, puedo salir rápidamente y mirarme sin que nadie me vea”......cuando te dispones a quitar el seguro, estás calladita y en puntillas, cuando sale la dependienta y te pregunta a todo pulmón como si estuviera en la plaza del mercado: “¿tooodo bieeen?”. Siempre que voy a una tienda del área compro la ropa “a ojo” para medírmela en mi casa con mi espejo, quien ya me conoce y solo me deja ver lo que quiero ver, una luz obstinadamente favorecedora y mis perros como únicos testigos. Al menos sé que ellos me mirarán con compasión y no con burla como lo haría la flaca del vestidor de al lado o la dependienta gritona.

Otro problema son las luces. ¿Es que acaso no es posible instalar en ellos luces medianamente favorecedoras? Recuerden señores, es un vestidor, no un cuarto de interrogaciones. Seguramente la mayoría de mis amigas concuerdan en que lo que nos interesa ver es el conjunto, no los detalles. Una cosa es ver cómo te queda más o menos el pantalón y no la celulitis que está debajo. Me di cuenta ayer de lo poderosas que son esas luces cuando entré a uno de estos infames cubículos a medirme un pantalón. Le doy la espalda al espejo y me dispongo a quitarme los mahones, “ja” pienso.... “ya le cogí el truco, solo me pongo de espaldas y miro un poquito cuando sea necesario” ¡¡Ay, ilusa de mí!! No hice más que doblarme y quitarme los zapatos para que empezara el horror. Me dí cuenta que mis uñas de los dedos gordos tenían diminutos puntos de pintura amarilla en perfecta combinación con la pared que había pintado y que de ninguna forma había notado con la discreta luz de mi baño. Para completar el cuadro, uno de ellos no solo tenía la uña pintada sino que también estaba peludo. Con el apuro y la poca luz, obviamente había afeitado un dedido y el otro se me había quedado para hacerme burla desde abajo en un remoto rincón del vestidor. Gracias a Dios que llevaba zapatos cerrados porque de lo contrario hubiera andado con la manía el resto de la jornada de shopping. De más está decir que una vez llegué a mi casa lo primero que hice fue darme una pedicura completa.

A fin de cuentas, debo sacarle algún provecho a esta relación de odio que tengo con los vestidores. Pondré todo mi empeño en hacerme millonaria a cuenta de ellos, ya sea diseñando uno en el que las clientas se sientan cómodas o creándole una campaña publicitaria a Jenny Craig. Lo que sí les aseguro, mis amigos, es que evitaré en los próximos meses entrar en alguno de ellos con los ojos abiertos y sobria.