domingo, 29 de agosto de 2010

Envejecer es de valientes

En la mujer hay muchos indicativos de que han pasado los años y que no han sido en vano. Por ejemplo, nos cuesta más trabajo encontrar un traje de baño adecuado, tenemos más potingues en el baño y el guapo cajero de la tienda nos trata de usted. Es entonces cuando te das cuenta que a la clienta que estaba antes que tú en la fila le sonríe y le da las gracias, a tí solo te cobra y te da el recibo.

Ya que no se puede evitar envejecer, al menos hay que tratar de hacerlo despacito y con gracia. Por lo tanto, una vez notamos ciertas muestras de envejecimiento corremos a tratar de corregirlo, o al menos de retrasarlo.

En estos días mi hermana y yo decidimos ir a una estética a quitarnos unos pelitos de más en la barbilla. Porque con la edad no solo nos salen chichitos y arrugas, también nos salen pelos. Y eso sí, ¡hasta aquí llegamos! Con la celulitis y las patas de gallo podemos bregar, pero con los pelos no. Encima de viejas, ¿barbudas?, NADA QUE VER! Así que raudas y veloces hicimos cita con la estética.

Íbamos contentas y campechanas pues pronto nos desharíamos de los desgraciados pelos hasta que llegamos a nuestra cita. Nuestra esteticista nos alertó con cierta preocupación de lo deshidratados que estaban nuestros rostros y la necesidad de usar protector solar. “Por Dios, resulta que no solo tengo la cara pelúa, también está muerta de sed”. Muy amablemente nos recomendó varias marcas de protectores y nos dio nuestra próxima cita.

Preocupadas y con los bigotes enrojecidos nos fuimos al mall con la idea de despejarnos un poco. Llegamos a una tienda por departamentos, pero cometimos un gran error, entramos por los mostradores de cosméticos. Tratando de aprovechar el viaje y preocupada por la recomendación de la esteticista, pregunto en uno de los mostradores por alguna oferta. ¡Nunca había deseado con tanto ahínco que la lengua se me hiciera chicharrón! La vendedora me ha mirado con cara de espanto y me ha dicho todo lo malo que tenía mi rostro. Cuando abrí los ojos, estaba sentada en el mostrador, casi en el medio del pasillo por donde pasa todo el mundo, con la cara llena de mejunjes. Literalmente me puso capa por capa de todas las cremas que tenía para vender. Después de tener toda la cara “cremada” me dio el toque final, un maquillaje completo. Cuando logré salir de allí, sentía la cara como la de un bulldog, los cachetes me pesaban con tanta crema que sentía me colgaban por los bordes de mi cara. ¿Mi siguiente parada? Un baño en donde quitarme toda aquella grasa.

De regreso a casa mi hermana y yo no dejamos de reírnos de la situación. Nos burlamos tanto una de la otra que de tanta risa las patas de gallo deben haber crecido al menos un centímetro. Llegamos a una feliz conclusión. Seguiríamos siendo unas viejitas felices y changas aunque con patas de gallo.

Conclusión: de ahora en adelante, en vez de gastar $80 en un pote de crema, empezaríamos a ahorrarlos para darnos un estirón final.

domingo, 22 de agosto de 2010

Blancanieves y sus doce cachorritas

Mucha gente que me conoce suele hacerme la misma pregunta cada vez que habla conmigo: “¿Cuántos perros tienes ahora?” La pregunta suele incomodarme más que si me preguntaran la edad o el peso. ¡Qué importa cuántos perros tengo! Usualmente la pregunta viene acompañada de alguna crítica porque son demasiados o por que, según el encuestador, debe costarme caro mantener tanto animal. ¿Y? Es mi problema, ¿no? Esta situación he aprendido a manejarla evadiendo la pregunta algunas veces, dejando en suspenso la cifra en otros. Pero no les niego que en la mayoría me encantaría olvidar mis buenos modales y contestarle sin la mínima cortesía: “ESO NO TE IMPORTA” y punto.

La mayoría de mis perras son recogidas. Fueron rescatadas del abuso y los malos tratos a los que las sometieron sus antiguos dueños al tirarlas a la calle. Todas llegaron enfermas y nosotros las acogimos y atendimos con amor y sacrificio. Era impensable dejar morir de hambre a alguna de ellas, muchas con los collares enterrados en la carne viva de sus cuellos porque quien las botó no pasó siquiera el trabajo de quitarle el collar cuando lo hizo. Así llegaron mis chicas a mi casa, a su casa.

Sé que ellas son muchas y están acostumbradas a corretear libremente por el patio. Son libres porque en mi casa no hay sogas ni jaulas. Todo el patio es para ellas, ese es su dominio. Aquí viven seguras y mimadas.

La amistad conlleva aceptar al amigo con sus defectos y virtudes. Todo aquel que se considere nuestro amigo tiene que aceptar nuestras perras. Tiene que recordar que si nos visitan, no solo visitan nuestra casa, sino también la de mis perras. Cuando nos visitan sin avisar, ellas saldrán al encuentro del visitante tanto para saludar como para proteger “su espacio”. Cuando tenemos alguna reunión planificada usualmente tenemos la cortesía de encerrarlas para que no incomoden a la visita, pero si la reunión se da de imprevisto es difícil recogerlas a todas.

Mis padres me enseñaron que criticar era de mala educación. Por lo tanto, cuando voy de visita a alguna casa voy sometida a las normas de ésta y las acepto calladita la boca. Pero en la mía mando yo y me molestan sobremanera los comentarios despectivos de la gente que me visita y se encuentran con mis perras. Quien me visite tiene que entender que ellas les brincarán encima, les correrán detrás, le lamerán las manos y le olerán el culo porque están en su casa, y uno en su casa hace lo que le da la gana. Por otro lado agradezco con alivio cuando el que llega juega con ellas, las acaricia y las mima porque siento que es un amigo que siente empatía por la labor que hacemos. Ellos entienden que cuando me siento sola y triste y ellos no están cerca para consolarme, son mis perras quienes cumplen con esa misión. Ellas me mantienen ocupada, acompañada y segura.

Todo el mundo es bienvenido a nuestra casa. Aquí les daremos un efusivo recibimiento mis perritas y yo.

jueves, 19 de agosto de 2010

El príncipe azul y la bella durmiente

Hace unos años a mi Tía Raquel le diagnosticaron Alzheimer. Esa devastadora enfermedad que les arrebata la mente y personalidad a nuestros seres queridos dejándolos a ellos inertes y con la mirada vacía y a nosotros heridos y desconsolados por el resto de nuestras vidas.

Durante todos estos años Tío Francis ha luchado por mantenerse al lado de su esposa. Impensable ha sido para él la idea de que otra persona cuide de su Raquel. Por lo tanto, por muchos años cuidó de ella él solo. Aprendió a cocinar y a atender una casa. Y así poquito a poquito la enfermedad se llevó a su Raquel y él se adueñó de ella.

La primera vez que los visité iba muy asustada. Raquel había sido una mujer hermosa y muy elegante. Le temía a la impresión de verla enferma y desmejorada. Pero aún así, me armé de valor y fui a hacerle compañía a mi tío querido. Cual no fue mi sorpresa al entrar y ver a mi tía sentadita en un sillón “mirando” televisión en la sala. De no ser porque no participaba en nuestra conversación, cualquiera hubiera pensado que estaba perfectamente bien.

Por fin llegó la hora de la cena. Con mucho esfuerzo mi tío sentó a su esposa a la mesa. Sentada con ellos pude ver cómo, con suma paciencia, él le daba cucharada a cucharada la cena que especialmente había preparado para ella. Ella se esforzaba por recordar cómo tragar, él se esforzaba porque ella regresara. Mientras esto sucedía yo me dedicaba a observarla. Guapa como fue siempre, tenía sus uñas arregladas y pintadas, y su pelo mostraba un discreto color castaño. Al final, él y yo nos sentamos a cenar tranquilamente con ella acompañándonos. Mientras comíamos le comento alegremente: “Bueno Francis, ya veo que Raquel no pierde su estilo, siempre con su pelo y uñas arregladas”, pensando que tenía ayuda de alguna enfermera una que otra tarde. Cuál no fue mi sorpresa cuando él me respondió: “Yo le tiño el pelo y le arreglo las uñas. Antes solía ponerle sus pantallas y sus pulseras pero ya no lo hago por miedo a que se haga daño. Lo menos que puedo hacer es tenerla como a ella le gustaba estar, siempre arreglada”

Desde ese momento mi perspectiva ante esta situación cambió radicalmente. Esto no se trata de cuidar un enfermo incurable. Se trata de la historia de amor de un hombre y una mujer. Trata sobre los esfuerzos que él hace por mantener a su amada esposa a su lado, siempre de forma digna y amorosa. Ahora entiendo por qué su rechazo a cualquier tipo de ayuda y mucho menos a la idea de separarla de él.

Ya a Tía Raquel no se le puede teñir el pelo ni pintarle las uñas. Ya no pueden levantarla para que nos acompañe a la mesa. Pero Tío Francis no cesa en su empeño. Su día transcurre en cambiarla de posición, lavarle sus manos y sus pies, y ponerle crema en su cuerpo para que esté cómoda y fresca. Aún no se separa de ella ni un minuto. Eso sí, siempre la mantiene peinada y con sus labios pintados.

“y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida, hasta que la muerte nos separe.” Amén

miércoles, 11 de agosto de 2010

Soy una viejita verde

Quiero ser una viejita verde, o mejor aún, una mujer madura verde. ¿En qué están pensando? ¿No se le llama "movimiento verde" a todo este movimiento del reciclaje y la conservación del ambiente? Pues si yo practico esta tendencia soy una doñita verde, ¿o no?

Con tanto bombardeo de los medios sobre la conservación del ambiente ya se me está pegando algo y como ahora soy ama de casa tengo más tiempo para estar pendiente de este tipo de cosas. Ya comencé a dividir la basura. Todos los envases plásticos los acumulo en una bolsa plástica y los mando a reciclar. Los envío lavaditos y sin etiquetas a algún centro de reciclaje, todo organizadito y limpio. En lo que se me ha ido el caché es en el reciclaje de productos agrícolas. Con las cáscaras de las viandas, cebollas, plátanos, panas y todo ese tipo de basura biodegradable, sencillamente me paro bien jíbara a la orilla del barranco y, ¡zum! los tiro monte abajo. Claro, este es un remedio sencillo en lo que construyo una caja para crear composta. Mientras tanto la composta está regada por el monte.

Pero lo que más duro me ha dado es este asunto de las bolsas plásticas. Me da mucha pena ver todas esas fotos de animalitos enredados en bolsas de supermercado por lo que estoy totalmente comprometida con la causa, aparte de que espero que en PR, como en muchos países del mundo, las prohíban y la gente se vea obligada a usar bolsas reusables.

Pues les cuento que tengo bolsas reusables de todos los colores, tamaños y compañías. Unas son compradas otras regaladas, algunas para frío otras para lo no frío. Las del supermercado son normalitas pero las del mall son "chic". ¡Por supuesto que no voy a ir por todo el mall con una bolsa común y corriente que diga "Pan Pepín"! ¡Jamás! Lo lamento, pero como decía aquel personaje de televisión, "primero muerta que sencilla". Las bolsitas para ir al mall las compro en Marshalls con diseños multicolores y en combinación con la ropa o utilizo los bolsos que me regalan cuando compro cosméticos ya que con ellos mato dos pájaros de un tiro, ando regia por el mall y de paso todo el mundo sabe que no uso Maybelline.

Haciendo pequeños ajustes todos podemos ayudar un poquito a nuestra islita y a todo este mundo que ya bastante maltrecho está. Y de paso me divierto muchísimo cada vez que voy a pagar a una caja registradora. Es preciso verle la cara a la empleada cuando le digo: "échamelo aquí que yo soy una viejita verde"........... ella con cara de "¿yo entendí bien? Se llamó vieja verde"......... Acto seguido me pregunta muy disimuladamente, "¿perdón?" Mientras yo le contesto con la cara más pícara que tengo, "todo el que recicla pertenece al movimiento "go green", ¿no?, por lo tanto hija, yo soy una viejita verde. ¡AH, ESO! Y sigo andando lo más changona con mi bolsita de Marshalls.

viernes, 6 de agosto de 2010

Lo que nos trajo la crisis

Yo sé que la economía está mala y que la gente tiene que hacer ajustes, pero hay cosas y hay cosas. Por ejemplo, acabo de leer que una chica está subastando su virginidad por ebay. Increíblemente las ofertas ascienden a más de $200 mil francos. Alega la chica que su madre va a perder la casa debido a las deudas, razón por la cual tomó la difícil decisión de vender su más preciado tesoro, su virginidad. ¡Y pensar que la mayoría de nosotras regalamos la nuestra! Es mas, más que regalarla la invertimos en una “empresa” que no sabemos si funcionará o no: el matrimonio. La mitad de ellas terminan en la bancarrota, llenas de deudas, de hijos y libras de sobrepeso. Ya entonces no tenemos qué vender. Las libras no las quiere nadie y los hijos muchas veces no los quiere ni el ex. Solo nos queda ponermos a trabajar en lo que sea, aunque eso en mi islita es relativo. Con las “ayudas” federales que se les da a los de “escasos recursos”, los cheques del pan, el título 8, agua, luz y celular gratis la gente de aquí se resiste a trabajar, por lo que las virginidades de mi tierra seguirán siendo regaladas y no subastadas como la de esta chica.

Por si fuera poco la situación ha llegado a niveles tan insospechados que ya ha afectado hasta al Vaticano. Dice otra noticia que en la próxima visita del Papa, Benedicto XVI, al Reino Unido se cobrará la entrada a las misas que oficiará el Santo Padre en esa tierra. Increíble pero cierto. Ya saben los ingleses, “no ticket, no laundry”. Si quieres misa papal, ¡paga papá! Esta situación crea unas cuantas dudas en mi mente, como por ejemplo, si quiero comulgar, ¿me cobrarán la ostia aparte o está incluida en la taquilla? Porque en ese caso yo llevaría las mías y me ahorro el gasto (ya saben, como la lonchera del trabajo). Ysi encima me tengo que confesar antes, ¿también me lo cobran aparte? ¿Y si quiero una bendición al final, otro gasto más? Imagínense, si todo esto es por persona las familias numerosas se meterán en tremendo gasto. A cualquiera le da crisis espiritual después de una cosa como ésta como si no fuera suficiente con la crisis económica. Pero yo les apuesto amigos que si un boricua cae ahí se forra de chavos haciéndole “combos” a la gente. Puedo imaginármelo: “señora, la taquilla sola se vende en $25, la confesión $20 más y la comunión $10, pero tengo un combo de $35 que lo incluye todo y agrandado”......... “¿Qué incluye el agrandado?” pregunta la señora. A lo que el boricua le contesta, “mire doña. el agrandado le incluye la ostia grande, una penitencia moderada por los pecados mortales y una bendición familiar en vez de individual”. Trespatines tenía razón, ¡qué cosa más grande caballero!

Gracias a Dios nosotros y la mayoría de la gente que conocemos hemos afrontado la crisis con dignidad. No hemos tenido que ponernos a vender nuestras intimidades ni a cobrar por los favores. Sencillamente hemos hecho lo que se tiene que hacer, recortar gastos, trabajar mucho y ajustarse a un nuevo estilo de vida. Y si seguimos así, tarde o temprano saldremos adelante con nuestra dignidad intacta y la fe fortalecida.

Te extraño aún......

Te extraño aún. Porque no sé a quién recurrir, porque no sé a quién preguntar. Porque ningún hombro consuela como el tuyo. Porque nadie me hace sentir tan segura como cuando era una niña en tus brazos.

No hay palabras que puedan consolarme. Porque cuando me haces falta el vacío es inmenso, porque sin tí jamás la vida ha sido igual.

Tu ausencia me ha forzado a crecer, a madurar. Porque a tu lado y ante tus ojos podía seguir siendo una niña, ya no. No puedo dejarme caer porque ya tus brazos no estarán para recogerme, no puedo dejar de crecer porque ya no estás para guiarme, no puedo dejar de llorar porque no estás para consolarme. Porque con tu ausencia murió la niña que había en mí quedando la mujer que soy ahora.

............porque los grandes amores no se olvidan nunca.

Venecia y yo

En mis vacaciones tuve la dicha de visitar una de las ciudades de mis sueños, Venecia. Desde que supe que visitaría la ciudad de los canales solo un pensamiento rondaba mi mente, el paseo en góndola. Tengo que admitir que el sueño de pasear en góndola no fue inicialmente mío, sino de mi abuela. Mi abuela esperaba no morir sin visitar algún día la tierra del “ O sole mío”. Fiel a la promesa que le hice en su lecho de muerte......(ok, ok, no es cierto pero le añade suspenso a la trama) hice los arreglos para mi visita a Venecia.

Primero nos montaron en un “Vaporeto”, ferry que te lleva hasta la ciudad ya que, por supuesto, no puedes llegar en carro. Nuestro guía nos había ofrecido por un “módico precio” un paseíto en góndola. Mucha gente lo encontró caro, pero yo no podía arriesgarme a visitar la ciudad y quedarme sin el paseíto, así que lo compré. Mis compañeros de viaje, la familia Barbosa, no irían en la travesía por lo que tendría que encontrarme con ellos al final de la misma a la hora acordada por el guía.

Nos pusimos en fila para abordar nuestra barca (que tengo que admitir que no es más que un kayak idolatrado con gondoleros bellísimos). Yo había hecho mi corillo ya que la travesía incluía una copa de champán espumoso típico de la región. Por supuesto, había compuesto el mismo con gente que no bebía cosa que me tocara algo más que la consabida copita de champán (recuerden, soy la única boricua de todo el grupo). Parece que el guía leyó mis intensiones porque me rompió el grupo y me mandó con otra gente. Pero bueno, a final de cuentas siempre me tocó más champán de lo debido gracias a que una de mis nuevas amigas se puso tan nerviosa con el bamboleo que no quiso el de ella. Latinos al fin, cada vez que una de nuestras góndolas se cruzaban formábamos tremenda gritería, saludándonos y tomándonos fotos de góndola a góndola. Todos los gondoleros y otros europeos incluidos nos miraban con algo de desdén. Para ellos lucíamos como aborígenes con trapos de 500 años de educación, nada comparado con ellos que existen desde hace miles. Luego de 35 minutos todo concluyó.

Entonces, adivinen lo que pasó...............¡Me perdí! ¡Qué raro, verdad! Pero les juro que no fue mi culpa. El paseo se retrasó y llegué tarde al punto de encuentro. Cuando me vi sola en aquella plaza atestada de gente de la que no entendía ni pío por poco me da un yeyo. Gracias a que me moví un poquito por las tiendas encontré una pareja de amigos colombianos que muy amablemente me socorrieron y acompañaron por las calles venecianas. En lo que a mí constaba, resuelto el problema.

Se acerca la hora de partida y aún no llego al Vaporeto. Mis amigos colombianos felices tomándose fotos y comprando y yo sudando la gota gorda. Solo pensaba en el regaño que me daría mi “familia acogedora” por perderme sin contar con todo lo que me diría el guía. Efectivamente, solo acercarme al área de partida estaba él, gritándome como un demente y haciéndome señas para que avanzara, “joder, que nos has dado un susto tremendo”, me decía. Pero yo, sin darme cuenta todavía, andaba despacito mirando al carajo hasta que me di de bruces con la cruda realidad. No hice más que entrar y me recibieron con un “standing ovation”. Fue entonces, y solo entonces, que me di cuenta del lío en la que había estado metida.
Desde ese día me pusieron el sello, cada vez que el bus iba a arrancar todo el mundo preguntaba “¿y Beatriz ya llegó?” y todo por una triste “perdía”. Cuando me pierdo en Puerto Rico nadie hace tanto jaleo, ¿por qué será?

Nuevo instrumento de tortura, el traje de baño

Con la llegada del verano llegan a nuestras vidas varias cosas aterradoras: los huracanes, los niños en la casa y la compra de un traje de baño, siendo esta última la peor de todas. En el verano los días están llenos de playa, sol, piscina y carnes. Carnes al BBQ y carnes en traje de baño.

Con cada verano hay que comprarse un traje de baño nuevo. Un traje de baño que constatará fuera de toda duda las libras que aumentaste el año anterior. ¿Por qué no mejor quedarse con el del año pasado? Imposible por dos cosas. La primera y más obvia es que probablemente no te sirve y la segunda es que las mujeres, presumidas como somos, jamás osaríamos a ir a alguna actividad con el traje de baño del año anterior. ¿Y si alguien se da cuenta de que es el mismo? Semejante humillación, ¡jamás!

Por lo tanto, me di a la tarea de ir en busca de una trusa nueva. Camino por los pasillos de la tienda sin atreverme a entrar a la sección indicada. Lo primero que se observa desde afuera son esos brasieres hermosos, sugestivos y llamativos que jamás albergarán ni la mitad de mis atributos, ir “topless” sería más sencillo pero aquí está prohibido. Me animo y entro. Comienzo a buscar algún atuendo adecuado a mis carnes y a mi edad. Todo lo que veo es excesivamente provocador, panticitas bajitas, brasieres diminutos y tangas, lo que en mi cuerpo luciría desde irrisorio hasta insultante. Y por otro lado están los de tipo abuelita, esos llenos de risos y faldetas con ajustes en las nalgas, los senos, la barriga, las caderas y las rodillas. Ajustes para todo menos para la vergüenza.

Sigo mi búsqueda cada vez con menos entusiasmo hasta que encuentro una sección exclusiva para maduritas. Trajes de baño de una y dos piezas recatados y encubridores, perfectos para imperfectas. Ni muy sexys ni muy tapados. Escojo dos o tres de dos piezas y me dirijo dignamente hacia el probador. ¿Alguna de ustedes ha tenido la experiencia paranormal de medirse un traje de baño al calor de un probador diminuto? ¡¡Yo sí!! El solo quitarte la ropa y mirarte medio desnuda bajo una luz poco favorecedora te hace sudar un poquito. Estas tenues y diminutas gotas de sudor hacen imposible subir el traje de baño por los muslos. Entonces es que empiezas a dar brincos como loca. Si escuchas con detenimiento notarás los brincos acompasados de las compañeras de los probadores vecinos. Todas brincando al unísono tratando de subir un trapo de panti. Por supuesto, tanto brincoteo te hace sudar más lo que hará más difícil medirte la parte superior de la trusa. Entonces me doy a la tarea de intentar medirme el top. Meto un brazo........luego el otro......y.......&*%$#*@#.....¡¡estoy atorada!! El top no baja y yo estoy con los brazos arriba como en un asalto, con las copas del brasier tapándome los ojos y encima con las tetas por fuera, ¿quién carajo pide ayuda en semejante estampa? Es entonces cuando comienza la etapa del contorsionismo. Doblando los codos trato de alcanzar algo de tela para halar mientras me muevo como culebra tratando de que el top baje. Sigue el baile, hala, sube, brinca, suda hasta que por fin el maldito cae en su sitio solo para constatar que, o no me gusta como me queda o no me sirve. Y créanme gente que si ponerse el traje de baño fue difícil, quitárselo lo es más. Repetir esta tarea al menos en dos ocasiones es extenuante, sin contar con los efectos devastadores a la autoestima.

Pero señoras, yo tengo un remedio. Cuando era pequeña después del baño mi abuelita me empolvaba con talco para eliminar la humedad. La próxima vez que tenga que escoger un traje de baño llevaré conmigo un pote de talco. Sé que saldré como una mallorca pero al menos pasaré menos trabajo.

Doña Tóxica y el príncipe encantador

“Hola, te habla tóxica.” Este fue el saludo con el que mi amiga me contestó el teléfono. Ese era el nuevo adjetivo que le dijo su esposo esa mañana. Trato de escucharla con compasión y comprensión. Ha escuchado de todo, desde que es bruta, fea y gorda y ahora que es tóxica. Lucha con todas sus fuerzas por mantener algo de autoestima, meta muy difícil de alcanzar cuando tiene un ente a su alrededor que constantemente le recuerda lo defectuosa que es. Obviamente solo me dedico a escuchar, suficiente carga emocional tiene la pobre con lo que escucha en su casa para encargarme yo de meter el dedo en su llaga. Desahogarse es lo único que le queda además de luchar como gato boca arriba contra lo que le han hecho creer que es.

“Tóxica” es una mujer brillante. Es culta, excepcionalmente inteligente en su especialidad, excelente conversadora, elegante y vivaracha. El único defecto que tiene es que ella no lo sabe. Ha escuchado tantas veces lo imperfecta que es que se lo cree a cabalidad. Quien no la conoce a conciencia desconoce el drama emocional que vive. Quienes la vemos día a día podemos notar ese atisbo de tristeza en su mirada. Tristeza que solo se irá el día que aprenda a amarse ella misma. Un día me contó que le preguntó a su esposo si había algo que él admirara en ella, contestándole él de forma parca y genérica: “eres buena esposa y buena madre”. Es entonces cuando ella me pregunta: “¿cómo es posible que sea buena esposa y madre si constantemente me recrimina que la casa está sucia, que no me visto bien o que como demasiado y que no le pongo disciplina a los niños?” “Bueno chica, pero algo es algo” trato de consolarla yo.... “¿qué esperabas que dijera entonces?”...... “Pensé que me diría que admiraba mi sentido de lucha, mi voluntad inquebrantable, o que sencillamente me mintiera y me dijera que yo era la mujer de su vida porque lo amaba tal y como es él.” No se lo dije a “Tóxica” pero esa es una contestación muy complicada para venir de los labios del señor “Príncipe Encantador”.

Las personas no estamos concientes de lo importante que es ser amable no solo con nuestra pareja, sino con toda nuestra familia. Tratamos a nuestros amigos de manera excepcional, sin embargo dejamos las sobras para la gente de nuestra propia sangre porque pensamos que ellos pueden esperar. Ponemos en práctica toda una serie de modales aprendidos en la infancia pero, eso sí, con los demás, no con los nuestros. Sé que este señor, “Príncipe Encantador”, sería incapaz de llamarle gordo, bruto o feo a nadie de la calle. Es una persona muy cortés, correcta e incondicional con todo el que le rodea, solo que se le olvida que los únicos seres que verdaderamente son incondicionales con él son a quienes trata con desdén e incluso con crueldad.

Todos hemos sentido el dolor tan terrible que causa la herida de una hoja de papel en un dedo. Todos sabemos que nadie se muere de eso. Pero también sabemos que esa herida tan pequeña e insignificante deja nuestro dedo adolorido y suceptible por varios días. Las palabras hirientes, los desprecios, la falta de valoración hacia la gente a la que amamos son la hoja de papel que hiere nuestro frágil corazón, dejándolo adolorido y sangrante por días. No nos moriremos de eso, pero no quiere decir que duela menos.

Si pudiera hablarle a este señor, “Don Príncipe Encantador”, le contaría lo excepcional que es su esposa y lo afortunado que es al tenerla. Que cuando fuera a decirle algo, la mirara a los ojos y la tratara con la misma cortesía con la que trata a sus amigos. Que tiene razón al decir que es una buena madre y esposa pero que más que decírselo con palabras bruscas y obligadas debería demostrárselo con acciones, con caricias y abrazos. Porque el roce dulce de unos dedos por el pelo, los susurros al oído y el abrazo cálido a la hora de acostarse vale más que mil palabras y son el mejor consuelo de un corazón acongojado.

Si me ganara la loto

Puchú se ganó 14 millones en el hipódromo y lo botó en caballos. Y así fue como Puchú se quedó puyú y más pelao que un chucho. Porque como me decía mi abuela, “no es lo mismo llamar al diablo que verlo venir”, por lo tanto, no es lo mismo desear tener mucho dinero y que de repente te llegue. Juego a la loto cuando tiene un solo milloncito y no saben todo lo que arreglo con los trapos de miles que me darían si me la ganara, ahora imagínense cómo sería si en vez de un trapo de millón me ganara catorce. De que los boto los boto, pero en caballos no será.

¿En qué botaría yo catorce millones de dólares? Paseando,....... viajando,...... comiendo, .....bebiendo,........fiestando. Y después de esa etapa inicial de despilfarro junto a mi familia y amigos tendré que dejar una putuquita para recogerme los pellejos porque después de darme tanta buena vida de la mala quedaré hecha una piltrafa, y eso sí, se pierden los chavos pero no el caché.

En compras no creo que bote muchos los chavos porque pienso que a la mayoría de las personas inteligentes y sensatas como yo, y no como el tal Puchú, siempre se le queda algo de histeria pensando que se puedan acabar los chavos, lo que me deja con bolsillo de millonaria pero mente de maceta. Así que, aunque compre mis lujitos que serían ropa bella y fina y algunos zapatos, lo más que compraría serían cosas para poner mi casita actual más hermosa de lo que está, engalanándola con muchas matas, fuentes, jardines y luces, pero solo para hacerla más linda y no más grande.

Otra cosa en la que piensa la gente cuando se vuelve millonaria es en dejar de trabajar. Ese no es mi caso ya que soy ama de casa a tiempo completo. Pero cuando trabajaba siempre pensé que no dejaría de hacerlo, solo que iría a la oficina mucho más relajada ya que no me importaría si mi jefe me bota o no. Eso sí, me daría el gusto de no aguantarle estupideces a la gente que llamaba a la oficina para dar una queja y que de paso me insultaban. Como buena servidora pública aguantaba estoicamente y con una sonrisa todo lo que me decían. Pero como millonaria trabajadora, ja ja ja! eso sí que no!

Toda esta historia me recuerda un dicho que decía mi papá, “perro flaco soñando con longaniza”. Así que, gente, pelambrera es la que hay, y aunque soñar no cuesta nada, trabajar es más productivo, por lo que ¡despiértate perra que la longaniza se acabó!

Las manías de mi abuela

Conocer a los abuelos es una verdadera bendición. Dios les dio funciones de cuidar, añoñar, consentir y malcriar a los nietos, funciones que muchas veces los padres no pueden cumplir como quisieran por estar demasiado ocupados echando hacia adelante a la familia.

Nosotros tuvimos una abuela muy particular. La mamá de mi mamá. Mi abuelo murió cuando yo tenía cinco añitos y desde ese día vivió en nuestra casa. Maestra de primer grado retirada, fue quien nos enseñó a leer y a escribir a mi hermana y a mí. Gracias a ella fue que cultivé el hábito de la lectura. Con su excusa de no ver bien, fueron muchas las tardes y las noches en las que nos entreteníamos leyendo. Yo escogía cualquier texto, y le leía en voz alta a cambio de que me rascara detrás de la rodilla (de pequeña tuve dermatitis). Yo feliz, tirada patas arriba leyendo como un loro mientras ella rascaba despacito mis piernas rasquiñosas. ¡Qué tiempos aquellos! Como yo era la más pequeña de mis hermanos estuve muy apegada a ella. Me consentía en todo.

Y digo que era muy particular porque tenía muchas manías. Crecimos viéndola con éstas por lo que a nosotros nos eran de lo más normal. Pero al crecer nos dimos cuenta de que eran verdaderas excentricidades. La más notable era su obsesión por el orden. “Abuela, ¿puedo coger una gelatina de la nevera?”....... “Sí Beatriz, puedes cogerla, pero recuerda tomar la primera del frente”, a lo que yo contestaba, “¡pero yo quiero la tercera que tiene más!”..... “hija, esa no la puedes coger hasta que no le toque el turno, primero hay que comerse las del frente”. Al principio me resignaba y tomaba la primera o andaba por la casa buscando alguien que se comiera las primeras dos hasta que llegara la mía. Según crecí aprendí a no decir nada e intercambiar las copitas de la gelatina y comerme la que me daba la gana. Esta obsesión regía toda su vida. Y cuando digo toda su vida me refiero a toda. “Abuela, le voy a pasar un mapo a tu sala porque necesito unos chavitos”....... “Cómo no hija, pero recuerda, debes comenzar por la primera fila de losetas, una fila a la vez y pasando el mapo de izquierda a derecha solamente de manera horizontal”. El problema era que ahí no había forma de engañarla pues se sentaba como un general a supervisar la obra. “Mientras mapeas, ponme el tocadiscos para escuchar esa canción de Lissette que tanto me gusta, la tercera del lado Uno”. Entonces había que ponerle el disco, pero obviamente desde la primera canción, ¡ni soñar poner la tercera primero!

Imagínense a dónde llegaba su obsesión que sus ganchos de ropa, todos de madera, tenían una pieza de ropa asignada y un número. Por lo tanto, cada gancho tenía su traje y tenía que ir en orden numérico. La ropa nueva tenía un gancho provisional que decía “free” en lo que se le asignaba el número correspondiente. Sé lo que están pensando, sip, ajá, ¡Igualita que yo!

Todo tiene su lado positivo. Con ella aprendí el orden de las cosas pero también aprendí cómo buscar la vuelta para hacer lo que me daba la gana. Burlarla no era cosa fácil pero tampoco imposible. Gracias a ella hoy en día hay muchas cosas en orden en mi casa, como por ejemplo mis libros, todos en su armario en orden de categoría y luego por autor. También lo está mi agenda, donde pego todos los recibos de pago y de compra en los días correspondientes y con anotaciones especiales. También mis herramientas y efectos de jardinería están organizados debidamente.....y las cosas de los perros......y mis velas.......también tiendo la ropa en el cordel en orden..........¡¡oh, por Dios!! ¡¡No me lo permitan!!! ¡¡Me estoy convirtiendo en ella!!

¿Por qué no vas a un gimnasio?

Adaptarse a los cambios que la vida nos presenta no siempre surge de la manera en que lo planificamos. Loca estaba por jubilarme pero nadie me hubiera convencido en ese entonces de que adaptarme a la vida de jubilada me sería difícil. Toda una vida trabajando fuera me acostumbró a ver mi hogar como un refugio, un remanso de paz. El lugar donde llegaba al final del día para desconectarme del mundo y sus enredos. Pero ya lo dice el refrán, “tanto dulce empalaga” y la paz también sofoca.

Es curioso pero la mayoría de la gente a la que le comento mis dificultades a la hora de adaptarme a la vida hogareña me sugiere con gran entusiasmo: “¡ahora puedes entrar a un gimnasio!”. ¿......$/&#*.....? Tanto he escuchado el mismo consejo que no me ha quedado más remedio que ponerme a analizar......... “¿tan mal me veo?...... ¿o tan gorda?......¿tan estresada?.......¿o lo hacen por joderme? ” ¿Por qué nadie me manda para una biblioteca? Para quienes nunca hemos llevado una vida activa, físicamente hablando, mandarnos a un gimnasio es como si nos castigaran. Conozco los beneficios del ejercicio y muchas veces he comenzado a realizar actividades como caminar o correr bicicleta. Pero lo hago por obligación y siempre tratando de amarrar el ejercicio a alguna actividad verdaderamente placentera para mí como escuchar música, hablar con mi compañera de suplicio o ver televisión. Si pudiera leer y hacer ejercicio lo hacía, pero soy de las que si mascan chicle se caen. Por lo tanto, para mí ir al gimnasio es más estrés, no menos. De hecho, la mayoría de las personas que me hacen esta recomendación no parecen ser clientes de gimnasio alguno, por lo que he estado por comentarles, “supongo que al tuyo no es, ¿verdad?”

Sin embargo, cada vez que me encuentro con alguien lleno de buenas intensiones y grandiosos consejos me quedo pensando y requetepensando qué debí haberle contestado. He encontrado algunas soluciones, como por ejemplo sugerirle a mi interlocutor: “oye y tú podrías ingresar a un club de podadores de grama” o también “ he escuchado que el municipio necesita voluntarios para destapar alcantarillas y limpiar lápidas, ¿te animas?” o quizás “oí que se puede ganar dinero extra quitándole las garrapatas a los caballos de la zona, ¿que tú crees?” Puede que con alguna de estas indirectas se den cuenta de que los consejos son más para quien los da que para quien los recibe.

Con esta situación lo más importante que he aprendido es que si me arriesgo a dar un consejo no puedo cimentar el mismo en lo que a mí me gustaría hacer. Tengo que pensar en lo que realmente le gustaría al otro. Porque si me dejara llevar por mis gustos le recomendaría a todo el mundo que entrara a un club de lectores, con lo que les aseguro me ganaría varias mandás al ca......perdón! al infierno, sitio al que no me atrevo a mandar a quienes me sugieren ir al gimnasio.

Ya lo decía mi abuela, “quien no coge consejos no llega a viejo, y el que los coge toditos es un ........... ¡¡adicto al gimnasio!!!

Complicado morirse en el extranjero

Así reza el titular de la noticia, “Complicado morirse en el extranjero.” Por Dios! Morirse siempre es complicado sea donde sea, excepto para el muerto, claro está. Y gracias a Dios que no tenemos la opción de escoger dónde morirnos, porque si no el asunto iría mucho peor. Bastante excéntrico es nuestro país con el asunto de los funerales con sus muertos paraos y en motora, imagínense cómo sería todo si encima se pudiera decidir dónde morir.

Ya me lo imagino, los deportistas escogerían morir durante un partido, los viejitos de la plaza morirían jugando dominó y los gatilleros dando tiros al punto contrario, total ya no importaría que se los llevaran presos o que los mataran, si como quiera se van a morir. Por otro lado sé de algunas doñitas que querrían morirse gastando lo que no tienen en el Mall dejando al viudo con las tarjetas hasta el tope, por aquello de que la última la paga el diablo. Recuerden, lo peor le toca al que se queda, no al muerto.

Mi opinión? Pues bien, hay un anuncio publicitario que siempre que lo escucho me provoca indignación. Es ese donde se anuncia un paquete de funeral. Me niego a imaginarme escogiendo mi propio ataúd, las flores, las velas o el pollito frito. Me parece que es como planificar una fiesta donde yo soy la gran homenajeada pero la menos que la disfrutará. Por lo tanto, después de toda una vida organizándole la vida al marido, a los hijos, a los vecinos y al jefe, lo menos que espero es que en mi muerte otro se encargue de mí. Eso sí, con lo que me gustan las flores prefiero que me las entreguen en vida. Algún caprichito me tengo que dar,¿ no? No sea que a alguno de mis sobrevivientes se le ocurra la fenomenal idea de pedir que no envíen flores y sí donativos a la Sociedad Protectora de Animales.

En resumen, que en mi muerte nadie se complique la vida. Que me echen al horno rápido para que mis cenizas sean sopladas lo más pronto posible. Y que el pollo frito se lo coman mis dolientes en un picnic en la playa, no en la funeraria.

Los temblores que dejó el temblor

¡¡Qué jamaqueón cogimos señores!!

Como a mucha gente ese día, el temblor nos cogió durmiendo. Tito con una monga tremenda se había dormido exhausto de luchar contra los mocos. Yo por mi parte había visto televisión hasta tarde y ya me había quedado dormida con el dulce ronroneo de la nariz de al lado. De pronto un ruido como de tren desbocado nos despertó. Abrir los ojos y empezar a temblar fue la misma cosa. ¡¡Temblor de tierra y de piernas!! Salimos como posesos a despertar a los muchachos. No había plan de contingencia que nos hubiera disuadido de salir y que ellos salieran solos. Así que nos quedamos parados en el medio del pasillo a grito pelao en lo que ellos despertaban. Pasó el temblor y ninguno salió. Fue entonces que nos dimos cuenta de que mientras nosotros estábamos histéricos ellos “hangeaban” felices en el pueblo. Lo demás es historia.

Una vez pasado el temblor fue que comenzó nuestro folclor de pueblo. Era preciso escuchar la de cosas que decía la gente. La emisora del pueblo de Puerto Rico se convirtió en una línea de apoyo, todo el mundo llamó para contar cómo los despertó el temblor. Escuché mil y una versiones de cómo salir corriendo. Todos dieron muestra de todo lo que no debía hacerse. No escuché ni una sola persona que dijera que hizo lo correcto. Eso sí, lo que todo el mundo tenía era una grieta abierta, esa que se nos abre cada vez que pasamos un gran susto.

Y por si fuera poco el susto que pasamos ahora tenemos que soportar la predicción de dos o tres “expertos” que aseguran que lo peor está por venir, que esto es solo un aviso, que el terremoto grande y mortal vendrá después. Ellos me recuerdan a mi abuela Mamina que siempre nos advertía, “si no te portas bien te lleva el “cucurumaco”. Por lo que dicen, el “cucurumaco” se va a dar gusto cuando vuelva.

Lo cierto es que, acostumbrados a ver que las desgracias le ocurren a los demás y no a nosotros, el temblor nos dejó mirando de cara a la realidad. Nos dejó la certeza de que somos tan vulnerables como cualquier país del mundo. Lo único que nos resta hacer es tener un plan de contingencia real, practicar tácticas de desalojo y rezar.....mucho rezar.

El Condón antiviolador

En junio del año pasado fue presentado a la prensa en Sudáfrica el condón antiviolador, siendo escogido este país por ser el que ostenta el vergonzoso primer lugar en violaciones en el mundo. Este dispositivo es plástico en forma de tampón con dientes “estilo tiburón” en su interior. Una vez el violador fuerce la penetración verá atrapado su miembro dentro del artilugio del cual no podrá desprenderse sino con cirugía.

Obviamente la inventora del dispositivo es una mujer. Ante ella, ¡me quito el sombrero! No sé si el invento logrará su objetivo, pero aunque atrape a uno solo de estos tipos yo me siento vengada. Solo de pensar en la sorpresa que se llevará el hombre cuando sienta que su víctima “lo mordió” y se quede con este “chupa dedo” gigante pegado a su adorado pipí me da euforia.

Ahora bien, hay algo que me preocupa. Una cosa son las mujeres en Sudáfrica que sufren de una violencia sin precedentes y ningún sistema gubernamental que las defienda y otra cosa son las mujeres de mi país. De llegar el artefacto a nuestra isla van a haber muchos casos de hombres mordidos en su orgullo y no precisamente por violar a alguien. Me explico.

Imagínese que su esposo trabaje un tercer turno y usted duerma sola en su casa por las noches. Como medida de precaución usted decide usar un aparatito de estos. Un miércoles su adorado sale temprano y raudo y veloz llega a su casa para tener una noche de pasión con su amada. Entra a la casa, se quita la ropa en la sala para no despertarla y se acuesta tierno y apasionado a su lado. Comienzan los besos y ¡ZAS! Sorpresa, la damisela tenía el artilugio mordedor. Menuda “mata pasión”.

Otra situación de peligro son las amantes despechadas. Con lo listas que son algunas mujeres ya me las imagino seduciendo por última vez al amante para entregárselo a la esposa cual camisa de tienda por departamentos, con dispositivo de seguridad puesto para que no lo puedan usar.

Lamentablemente las opciones de darle mal uso a esto son muchas sin contar la de hombres atrapados por accidente. Cierro los ojos y veo las salas de emergencia atestadas de hombres con su virilidad masticada.

Señoras, una cosa es armarse hasta los dientes y otra cosa es armarse con dientes hasta por allá abajo. Para mi fértil imaginación es sencillamente perturbador. No sé para ustedes, mis amigas, pero en lo que a mí respecta, prefiero quedarme vulnerable.