miércoles, 8 de septiembre de 2010

I Love Lucy en el gimnasio

Aún cuando en un post anterior juré y perjuré que no entraría a un gimnasio, terminé inscribiéndome en uno. Todo comenzó el día que decidí comenzar a caminar por aquello de hacer algo de ejercicio. Todas las tardes me ponía mi “outfit” y muy contenta y ufana me iba a caminar por la zona industrial cantando a galillo reprendido con mi ipod. “Reprendido” porque cantaba bajito. No iba a ir como una loca a todo volumen por la calle ya que todos sabemos que con los audífonos puestos cantamos durísimo y desentonados. Pero un día comenzó a llover. Y al otro día llovió también.......y al otro también. Así que decidí tomar cartas en el asunto y buscar una alternativa. No quedó otro remedio que el gimnasio.

Llego al susodicho centro y me dispongo muy valientemente a inscribirme. No imaginé lo obvio, que la inscripción era humillante. No solo tenía que decir mi edad y mi peso sino que me tomarían medidas y porciento de grasa. Deberían ver mi cara cada vez que la joven tomaba con delicadeza y elegancia mis medidas. Ella muy discreta me decía los números en voz baja, pero por la cara que yo ponía todo el mundo se daba cuenta de que los números eran alarmantes. Después pensé: “con toda la información que ha puesto en ese papel esta mujer puede chantajearme un año entero.” Me informó que todos los días a las 6:00 de la tarde tendrían clases de Zumba, Aeróbicos, Steps, Kickboxing y todas esas cosas que de solo mencionarlas te fatigan. “Ok”, le dije, “nos vemos entonces hoy a las 6:00”.

Como cucaracha en baile de gallinas llego esa tarde a la hora acordada. Algo de tranquilidad me dio ver que entre las participantes había varias amigas de mi edad. Uno de mis grandes temores era que las demás participantes fueran muchachitas esbeltas y con buena constitución física y yo la única “viejita”, pero rápidamente me doy cuenta de que todas son “normales” como yo. ¡Entonces es que comienza la fiesta!

La clase era de “steps”. Comienza la instructora con una música estruendosa que no me permite escuchar sus instrucciones. “No importa” pensé, “yo la miro en el espejo y sigo sus pasos”....... “además, esto debe ser como bailar y yo bailando tengo algo de ritmo”......¡ignorante de mí! Empieza aquella mujer a moverse como poseída y yo a tratar de seguirla........ “Y uno, y dos, y tres......cambio!” (espérate, como que “cambio” si yo voy por el dos todavía”)........ “Ahora la izquierda y levantando el pie, y uno, y dos....” (¿con la izquierda, no era con la derecha?) “Ahora tres repeticiones con el mismo pie..” (¿Cuál pie?)............yo me miraba en el espejo y veía como brincaba al descompás de todas las demás. Todas ellas se veían monísimas al unísono con la instructora y yo dando saltos a lo loco tratando de seguirlas. Para completar, entre la instructora y yo se ubicó una participante mucho más alta que nosotras por lo que yo no podía ver a la líder en el espejo. La de veces que tuve que salirme de la fila, mirar rapidito con qué pie estaban haciendo qué para tratar de volver a mi lugar y seguir. Obvio, cuando me acomodaba ya estaban haciendo otra cosa. Pueden imaginarse fácilmente mi cabecita dando saltos cuando las demás estaban en el suelo y viceversa. Cuando por fin todo terminó pensé, “esto parece sacado de un episodio de “I Love Lucy”.

De los abdominales ni les cuento. Acostadas todas en el piso y yo pensando qué había comido durante el día. Linda cosa que la principiante tuviera un “escape” en plena clase. Y no es que me preocupara el ruido, porque con la música no se escucharía, pero el olor que lo acompaña es difícil de disimular.

Tengo que admitir que a pesar de no haber hecho los ejercicios junto con el grupo, (recuerden que el grupo iba por un lado y yo por el otr), y de las preocupaciones con cada flexión de abdominales lo pasé de lo más chévere. Me divertí tanto como me fatigué y encima quemé calorías.
Ahora llego con mi “outfit” de siempre y preparada con mi botellita de agua y mi toallita. Me paseo por todo aquello y comienzo mis ejercicios de calentamiento con la certeza de que los demás participantes deben pensar “ahí llegó la doñita que siempre está perdida”.

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