viernes, 6 de agosto de 2010

Venecia y yo

En mis vacaciones tuve la dicha de visitar una de las ciudades de mis sueños, Venecia. Desde que supe que visitaría la ciudad de los canales solo un pensamiento rondaba mi mente, el paseo en góndola. Tengo que admitir que el sueño de pasear en góndola no fue inicialmente mío, sino de mi abuela. Mi abuela esperaba no morir sin visitar algún día la tierra del “ O sole mío”. Fiel a la promesa que le hice en su lecho de muerte......(ok, ok, no es cierto pero le añade suspenso a la trama) hice los arreglos para mi visita a Venecia.

Primero nos montaron en un “Vaporeto”, ferry que te lleva hasta la ciudad ya que, por supuesto, no puedes llegar en carro. Nuestro guía nos había ofrecido por un “módico precio” un paseíto en góndola. Mucha gente lo encontró caro, pero yo no podía arriesgarme a visitar la ciudad y quedarme sin el paseíto, así que lo compré. Mis compañeros de viaje, la familia Barbosa, no irían en la travesía por lo que tendría que encontrarme con ellos al final de la misma a la hora acordada por el guía.

Nos pusimos en fila para abordar nuestra barca (que tengo que admitir que no es más que un kayak idolatrado con gondoleros bellísimos). Yo había hecho mi corillo ya que la travesía incluía una copa de champán espumoso típico de la región. Por supuesto, había compuesto el mismo con gente que no bebía cosa que me tocara algo más que la consabida copita de champán (recuerden, soy la única boricua de todo el grupo). Parece que el guía leyó mis intensiones porque me rompió el grupo y me mandó con otra gente. Pero bueno, a final de cuentas siempre me tocó más champán de lo debido gracias a que una de mis nuevas amigas se puso tan nerviosa con el bamboleo que no quiso el de ella. Latinos al fin, cada vez que una de nuestras góndolas se cruzaban formábamos tremenda gritería, saludándonos y tomándonos fotos de góndola a góndola. Todos los gondoleros y otros europeos incluidos nos miraban con algo de desdén. Para ellos lucíamos como aborígenes con trapos de 500 años de educación, nada comparado con ellos que existen desde hace miles. Luego de 35 minutos todo concluyó.

Entonces, adivinen lo que pasó...............¡Me perdí! ¡Qué raro, verdad! Pero les juro que no fue mi culpa. El paseo se retrasó y llegué tarde al punto de encuentro. Cuando me vi sola en aquella plaza atestada de gente de la que no entendía ni pío por poco me da un yeyo. Gracias a que me moví un poquito por las tiendas encontré una pareja de amigos colombianos que muy amablemente me socorrieron y acompañaron por las calles venecianas. En lo que a mí constaba, resuelto el problema.

Se acerca la hora de partida y aún no llego al Vaporeto. Mis amigos colombianos felices tomándose fotos y comprando y yo sudando la gota gorda. Solo pensaba en el regaño que me daría mi “familia acogedora” por perderme sin contar con todo lo que me diría el guía. Efectivamente, solo acercarme al área de partida estaba él, gritándome como un demente y haciéndome señas para que avanzara, “joder, que nos has dado un susto tremendo”, me decía. Pero yo, sin darme cuenta todavía, andaba despacito mirando al carajo hasta que me di de bruces con la cruda realidad. No hice más que entrar y me recibieron con un “standing ovation”. Fue entonces, y solo entonces, que me di cuenta del lío en la que había estado metida.
Desde ese día me pusieron el sello, cada vez que el bus iba a arrancar todo el mundo preguntaba “¿y Beatriz ya llegó?” y todo por una triste “perdía”. Cuando me pierdo en Puerto Rico nadie hace tanto jaleo, ¿por qué será?

No hay comentarios:

Publicar un comentario