lunes, 14 de febrero de 2011

Al diablo con cupido

Después de pensarlo detenidamente, no odio tanto a San Valentín. Tengo que admitir que en estos últimos años odiaba el día de cupido tanto como el día de las planillas. Y es que te bombardean con tanto cliché romántico (peluches, corazones, chocolates, velas y cenas), cosas que generalmente nunca llegan a mí y que hacían que renegara de cupido y su día.

Recuerdo con nitidez cuando estaba en la escuela. Ese día era espectacular. Días antes mis amiguitas y yo comprábamos tarjetitas que intercambiaríamos el día en cuestión. Era fabuloso cuando recibías muchas, pero decepcionante cuando eran poquitas. Incluso peor cuando en tu casa hacías un repaso de quiénes te dieron tarjeta y quiénes no y te dabas cuenta que esa amiga que tanto admirabas o que tan popular era te había ignorado miserablemente. Mirándolo en retrospectiva, con estas situaciones la vida nos da un entrenamiento cruel para los rechazos que sufriremos años más tarde.

Después llegan los noviecitos. Esos seres enclenques, imberbes y pelaos que usualmente nos daban una tarjeta sobria y poco comprometedora que nos dejaba bobas y atontadas por semanas, sin contar el tiempo que pasábamos intentando descifrar cada frase y cada letra impresa en la susodicha, porque la mayoría de las veces, de su puño y letra, solo llevaban la firma.

De adolescente el asunto era un poquito más profundo. Con mucha suerte podíamos esperar que el elegido de nuestro corazón tuviera un par de pesitos, ya fueran ahorrados o pedidos discretamente a su mamá, y nos regalara el consabido peluche. ¡¡Ay, amor amor!!! (en estos momentos imagínenme suspirando) no hay tiempos mejores que esos. No recuerdo emociones más intensas que los enchules de adolescencia. Debido a las hormonas en ebullición y la razón a medio desarrollar, los amores de High School son considerados los mejores. En esos momentos de nuestra vida nos sentíamos verdaderas princesas cuando el muchacho nos correspondía. Pero con la misma intensidad con que nos enamorábamos también sufríamos cuando fracasábamos. Gracias a Dios ese período es relativamente corto y pasa con bastante rapidez. No creo que haya cuerpo que resista una adolescencia de más de cinco años (14-18 años).

Por fin llegamos a la adultez, ese período laaaargo de nuestra vida en el que estamos tan ocupados criando los hijos, trabajando, ahorrando, sobreviviendo, estudiando y lidiando con el gobierno que no tenemos tiempo para detalles (o al menos eso dicen quienes se los saltan). Aquí ya no existen ni las tarjetitas ni los peluches que tanto nos hicieron suspirar. Algunas solo encontrarán una cena práctica e impersonal en algún restaurante. Otras, con mucha suerte, encontrarán una flor comprada en el semáforo.

Después de mirar los mensajes de felicitación en Facebook y las muestras de amor que han recibido muchos de mis amigos tengo que admitir que el día no es tan nefasto. San Valentín le da excusa a mucha gente para decirle a alguien “Te quiero” y eso es importante. Sí, sé que lo ideal sería que la frase se utilizara a través de todo el año, pero la verdad es que no es así. Por lo que tenemos que agradecer que al menos haya un día que nos provea de una buena excusa para hacerlo. Es mejor una vez al año que nunca en la vida. Como diría mi hermana, al menos “del lobo un pelo”.