sábado, 6 de noviembre de 2010

Verte dormir......

Ver dormir a una persona para mí siempre ha sido algo fascinante. El sueño es un estado del ser donde nos encontramos indefensos, reales, la persona se muestra tal cual es sin máscaras y sin doble agenda. Por lo tanto, permitir que una persona te vea dormir es un privilegio que no debe otorgársele a cualquiera.

No hay nada más cándido e inocente que el sueño de un niño. Sus ojitos cerrados, su carita angelical, sus sonrisas de ángel, hacen que el más duro corazón se enternezca. Cuando mis hijos eran niños, una vez dormían podía estar horas mirándolos mientras acariciaba sus rizos. Mi día podía haber sido el peor de todos pero en ese momento se borraba cualquier angustia, cualquier duda, ya no había lugar para las penas. Aún hoy siendo ellos adultos, mirarlos dormir me hace recordar aquellos niños indefensos que Dios me confió para que los hiciera hombres. Sus caras barbudas no son suficiente disuasivo para que me abstenga de besar sus mejillas o acariciar su pelo cuando duermen.

¿Y qué cuando es tu pareja la que duerme? La emoción es la misma. En ese momento sublime y corto, antes de que yo también caiga en los brazos de morfeo, me dedico a observar a mi media mitad. No hay tiempo para riñas o amarguras. Quien yace a mi lado se me antoja perfecto, tierno, indefenso como una criatura. Provoca prolongadas caricias y largos suspiros. Mirarme en sus ojos cerrados me da un sentido de complicidad inigualable. Sabe que a mi lado puede dormir tranquilo, despojarse de sus mil y un rostros y ser solo mi compañero. Y cuando por fin soy yo la que duermo, sé que estaré segura y cobijada porque él me cuidará hasta que llegue la luz del día.

Pero hay un sueño que es diferente a otros, el de nuestros padres. Cuando llegan a viejos y nos toca a nosotros velarles su sueño, es cuando entonces le encontramos el sentido completo a la vida. En sus rostros vemos los nuestros. Reciprocamos sus cuidados y velamos su sueño con el mismo amor y devoción que lo hicieron ellos con nosotros cuando éramos niños. Acariciamos sus cabezas de la misma forma en que ellos acariciaron las nuestras y devolvemos con creces el amor que nos dieron. Es en ese momento y no antes que Dios nos da la oportunidad de cerrar el círculo de la vida y devolver lo que nos fue dado.

Cuando quiero saber cuánto amo a alguien solo tengo que verlo dormir. Es entonces que mi amor se exacerba y se extiende más allá de los límites del tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario