lunes, 21 de marzo de 2011

Si quieres ser bueno, muérete!

Este país es ciertamente extraño. En las noticias cuanto criminal muere, automáticamente se vuelve bueno. Sí, has escuchado bien, se vuelve bueno, o sea, buena persona. Una vez comienzan a hacer las entrevistas a amigos y familiares no hay una sola de estas personas que diga: “el tipo era un ca….ón, le daba unas pelas a la mujer de a muerte” o “era el dueño del punto, tenía chamaquitos de 15 años vendiéndole droga”, “se lo merecía por hijo e P”. Nada de eso señores, todo el mundo, en plena confabulación o engaño dicen lo mismo: “es que era tan bueno!” Listo! Esto es un negocio fácil, te portas mal con tu pareja, con tu familia, amigos y compañeros porque cuando te limpien la cacharra te convertirás en un angelito de Dios.

Yo sé, para una madre los hijos siempre son buenos, pero a quién engañamos cuando al mirar las noticias y vemos semejantes matanzas y los consabidos “pedigrees” de los muertos, que si tenían cargos por drogas, o prófugos, o violencia doméstica y todos esos delitos a los que no nos dedicamos nosotros “los malos”, vengan los amigos del infortunado a decirle a todo el mundo a bocajarra “él era un hombre bueno, tremendo tipo”….lo siento pero, ¡no me jodas!

En el periódico de hoy se reseña un caso de violencia doméstica. El hombre planifica en detalle cómo matará a su compañera. Llegado el momento lo hace con saña y violencia, prácticamente delante de los hijos de la mujer que, desesperados, buscaban por dónde entrar para salvar a su madre. Cuando entrevistan a los testigos lo único que dicen es que “era un hombre bueno”. ¡Señores! ¡¡Un hombre bueno no hace esas cosas!! Pudo haberlo sido en un momento dado, pero en el mismo instante en que comenzó a planificar la muerte de la mujer que le dedicó 20 años de su vida, dejó de ser un hombre bueno. Porque los hombres buenos buscan soluciones buenas, civilizadas. Todos tenemos arranques de coraje y hacemos locuras o “cosas malas”, pero la mayoría de la gente buena de verdad se contiene, piensa en el dolor que causará con sus acciones y se limita en sus actos. Si no fuera así este mundo sería un verdadero caos.

Cuando yo muera, por favor, no digan que fui buena. Ya la frasecita está tan gastada, mal usada y gaseada que sería un insulto para mi alma que la usaran en mi velorio. Mejor digan lo mucho que me querían (o lo poco, a esas alturas me dará igual) o lo mucho que se reían con lo que escribía. Pero prohibido terminantemente que me digan buena. Les aseguro que, a quien no cumpla con mi deseo, le saldré por la noche y le tocaré los pies con las manos frías.

Un padre nada tradicional

Acabo de leer un artículo de periódico donde analizan la figura paterna en la estructura familiar actual. En el artículo se hablaba de cómo el prototipo del padre había evolucionado haciendo de éste un padre más cercano y menos autoritario que los de antaño. Atrás quedaron los modelos tradicionales donde el padre solo mandaba y poco aportaba a la educación de los hijos. Miré la noticia como algo curioso, pero nada sorprendente. Yo me crié con un padre como el que describe la noticia, y de esto hace ya casi cincuenta años.

En los años 60, época en la que nacimos mis hermanos y yo, muchas madres eran simplemente amas de casa. La nuestra trabajaba fuera, al igual que lo había hecho su madre quien fue maestra a principios de siglo. Debido a esto, después de un arduo día de trabajo, mi mamá llegaba cocinar, arreglar la casa y a atender tres niños pequeños. Pero ella tenía algo que muchas mujeres no tenían, un esposo que adoraba estar con sus hijos y que no le importaba atenderlos para que ella pudiera realizar sus quehaceres con tranquilidad.

Todas las noches, una vez estudiábamos juntos, papi se dedicaba a jugar un rato con nosotros. Sentados todos en la sala jugábamos “Veo veo”, “Frío y caliente” o “Desafiando a los genios”. También escuchábamos música, bailábamos o hacíamos chistes hasta que llegara la hora de dormir. Una vez en la cama comenzaba el ritual. Mi mamá nos ponía las pajamas y nos mandaba a la cama. Era entonces que él venía ceremoniosamente, cama por cama, a hablar individualmente con nosotros. Se sentaba a nuestro lado y nos preguntaba sobre nuestro día. Era entonces cuando le contábamos nuestros logros, o nuestros temores. Sentado a nuestro lado, acariciando nuestras cabezas, hablaba largamente con cada uno de sus tres hijos. Luego, nos arropaba, según nuestros gustos, nos daba un beso y la bendición. Sin embargo, si teníamos miedo o falta de sueño, se acostaba a nuestro lado a leer o simplemente a acompañarnos hasta que el sueño nos vencía. Ese era mi papá.

Ese modelo novedoso de padre, lo disfrutamos nosotros siempre, hasta el final de sus días. Porque no solo crió a sus hijos de esa manera, también lo hizo con todos sus nietos. Nos amaba tan entrañablemente que hizo hasta lo imposible por estar cerca de nuestros corazones cada una de sus horas, cada uno de sus días. Y su dedicación no fue en vano.

En honor a él y a lo que significó en nuestras vidas, mis hermanos y yo intentamos día a día copiar su modelo. Adoramos a nuestros hijos e intentamos ser para ellos igual que lo que fue él para nosotros. Y ésa es la mejor forma de honrarlo, extender su amor a través de nosotros, generación tras generación, para que éste perdure por toda una eternidad.

La incomunicación

En esta era de las comunicaciones la descomunicación nos consume. Jamás en la historia ha habido más y mejores métodos para mantenerse en contacto unos con otros, sin embargo, es cuando menos la gente se comunica.

Prefieren enviarse mensajes de texto donde no se ven las sonrisas, ni las lágrimas, ni las expresiones de asombro o emoción. Y para completar, aunque todos tenemos teléfonos portátiles nadie contesta llamadas, rehúyen a los amigos, los dejan esperando o sencillamente piensan que pueden contestar luego.

La vida corre de prisa y al revés. Ya no somos cómplices de las alegrías y tristezas de los que amamos porque pensamos siempre que habrá tiempo. Creemos que la tecnología alargará nuestra oportunidad de amarnos, acompañarnos o consolarnos. Cuando abramos los ojos, nos daremos cuenta que esa oportunidad expiró en el momento en que no contestamos la llamada, cuando la dejamos para después.

Es entonces, y solo entonces, que nos daremos cuenta que nuestros niños son adultos, que nuestras parejas no son ya las personas de quienes nos enamoramos, que los amigos se fueron porque se cansaron de esperar y que los viejos se nos murieron sin que lo supiéramos.

Amigo, nunca dejes de contestar esa llamada por ocupado que estés. Piensa que no sabes si esa era la última oportunidad de hablar con ese ser a quien tanto amas.

viernes, 4 de marzo de 2011

Adiós zapato viejo!!

Hace muchísimos años escuché en un programa matutino de radio unos consejos a seguir para cuando uno se sentía agobiado en la vida. Uno de los consejos que dio la locutora y que más me ha servido desde entonces es ordenar tu casa. La lógica de esto es que para poder ordenar tu vida primero tienes que ordenar tu entorno. Esto te dará paz y así lograrás organizar tu alma poco a poco. Desde que lo escuché, en muchos de los momentos en que me he sentido agobiada he puesto manos a la obra y, loca y alborotada, viro la casa patas arriba.

Ayer sufrí una gran decepción. Me enteré, desgraciadamente, que una gran amiga había traicionado mi confianza, golpe bajo, severo y atroz. Después de muchas cavilaciones llegué a la determinación que de nada valía tomar venganza, guardar rencores o destruir mi paz mental por su culpa, así que, llegó la hora de ordenar mi casa.

Comencé por el clóset. Saqué toda la ropa de cama y la organicé por colores. La doblé con sumo cuidado y la acomodé con cariño. Luego me percato de la cantidad de zapatos que había regados por todo el piso del clóset. Fue entonces que comenzó mi sanación.

Saqué uno a uno los pares. Los miré y los analicé. A un lado los rotos o desgastados, en otro los de hacer ejercicio, en cajas los finos y los de salir, y al frente los que uso a diario. Mirándolos a todos de frente me di cuenta de cuánto se parecen mis zapatos a mis amigos. Lo primero que hice fue botar los rotos y desgastados. Esos que representan a los amigos traidores que rompieron mi corazón y que solo sirven para estorbar dentro del clóset ocupando un espacio invaluable para los zapatos nuevos y de mejor calidad. Luego puse en cajas los de salir, esos que representan a los amigos con los que me divierto pero que veo pocas veces y con los que no tengo mucha intimidad. Un poquito más al frente puse los de diario.

Aquí tenemos que hacer varias clasificaciones. Primero están los tenis. Ellos me ayudan a mantenerme en forma cuidándome para que no me lastime y fortaleciendo mi salud. Luego están las sandalias. Éstas son lindas y de variados colores. Cómodas y divertidas me hacen lucir bien en toda ocasión. Me acompañan a todas partes sin maltratar mis pies. De éstas tengo muchas y a todas las quiero. Se ajustan a mí y le dan color a mi vida. Al final, y siendo ésta la categoría más importante, están las chancletas de diario. Ellas son las mimadas. Con ellas me siento cómoda porque se amoldan a mis pies como una media. Conocen mis imperfecciones y se adaptan a ellas sin juzgarme. Me acompañan día y noche, mientras trabajo en la casa, veo televisión, ya sea que esté triste o alegre. Allí están ellas, amarradas a mis pies sin dejarme caer, manteniéndome cómoda mientras pasa la crisis o apoyándome en el trabajo duro. Ellas son mis preferidas. No son las más elegantes, ni las más nuevas, ni las más caras, pero sí son las mejores……son las que yo prefiero por encima de todos los demás zapatos.

Muchas de mis amigas se ajustan a más de una clasificación, algunas son tenis y sandalias, otras son zapatos de salir y chancletas al mismo tiempo. Pero lo más importante es que a todas las cuido porque todas son importantes, las limpio a menudo y las guardo con sumo cuidado y cariño. Pero lo que todos debemos hacer es sacar de nuestra vida todos esos zapatos viejos, feos y rotos que le hacen daño a nuestros pies entorpeciendo nuestro andar por la vida.