sábado, 29 de enero de 2011

Diversión vs Bochorno

¡¡ Estoy espantada!! Acabo de ver una foto en facebook que a más de uno debe darle vergüenza ajena. La tecnología tiene sus ventajas, pero también sus desventajas. Una de ellas es que la gente ya no puede divertirse tranquila. Cuando menos te lo esperas te descuidas y viene alguno de tus amigos y zas! te retrata. Y el problema no es que te tome una foto, es que luego la publica en la red donde todo el mundo pueda verlo, hasta tu jefe. La mayoría de las veces, cuando nos divertimos, en algún momento hacemos el ridículo. Tengo que admitirlo, muchas de las veces en las que me he divertido como cuando era niña he hecho el ridículo. Y esas veces las recuerdo con la mayor candidez y tranquilidad del mundo.; alguna fiesta de disfraces, bailar como poseída, cantar como Alejandra Guzmán, perrear, modelar, bailar en un tubo (situación por la que mis hijos estuvieron a punto de vomitarse) y cositas por el estilo. Tengo que admitir que para divertirse desenfrenadamente hay que dejar atrás los tapujos, cerrar los ojos y soltar la trenza. Una cosa es bailar en un tubo para verle la cara de asco a tus hijos y otra muy distinta verle la cara de asco a tus compañeros y amigos cuando te vean en facebook. Como todo, esto lo hago en un ambiente de pura camaradería e intimidad, rodeada de gente de mi plena confianza y que comparten el momento con la misma inocencia y alegría que yo.

Otra cosa muy distinta es que te estés divirtiendo y venga algún imprudente y te tome una foto o video y encima la publique como le ha pasado a este hombre. ¡¡Menudo bochorno!! Figúrense, el tipo parece estar en una fiesta de disfraces, ataviado de manera muy sexy ¡con ropa interior femenina! Él, muy changón, cervecita en mano mira a la cámara y queda retratado para la posteridad. Supongo que el hombre o tenía arriba una de dos cosas: o los palos o la autoestima. Ya lo imagino al día siguiente pasando la "cruda" y recordando lo mucho que jodió la noche anterior hasta que llega esa llamada nefasta y le informa: "mano,¿te viste en facebook?" "No, por Dios, no puede ser" debió haber pensado. Y con mano temblorosa, por la resaca y por el susto, prende su computadora, busca su página y ahí está, retratao como en la "página de Cheo".

Hoy en día hay que comportarse como si estuviéramos en televisión. La tecnología nos expone al mundo con una facilidad pasmosa. Por lo tanto, hay que ser modositos, recatados y prudentes. Y cuando vaya a divertirse de manera desenfrenada piense cuidadosamente dónde hacerlo y haga como hacen los famosos, recoja todos los celulares y cámaras y póngalos bajo llave, no sea que al día siguiente (viernes) su jefe lo llame y le diga con tono cínico: "Pepito, ¡parece que la pasaste bien anoche!"

sábado, 22 de enero de 2011

El nobel que lloró

Mario Vargas Llosa es escritor, ganador del Premio Nobel de Literatura, un gran hombre y un esposo valiente. En la entrega de los premios en Estocolmo, Vargas Llosa hizo llorar a la concurrencia con su discurso de agradecimiento. Habló de su trayectoria y de política, algo esperado en todo discurso. Pero hizo algo completamente insólito, le dio las gracias a su esposa y lloró al hacerlo.

Viendo la trayectoria de algún artista o figura pública pienso cómo será su familia y cómo ésta se adapta a ese estilo de vida. Éstos viven alejados de sus familias por largos períodos de tiempo. Disfrutan poco de sus hijos y de sus esposas. ¿Cómo se puede ser tan exitoso sin sacrificar algo importante? Porque siempre algo se queda atrás. Ellos por alcanzar un sueño o la fama, pierden la infancia de los hijos, la vejez de los padres y la juventud de la pareja. Cuando llegan a sus hogares los imagino presos de sí mismos y del sino que se trazaron.

Ser esposa o hijo de estas personas no es nada fácil. Mayormente es la pareja quien se encarga de que todo en el hogar funcione como si nada estuviera pasando. Deben justificar la ausencia del padre y sustituirlo en sus grandes períodos de ausencia. Además, deben asumir una carga que no les corresponde, el peso de la fama ajena. Ellas no quieren ser reconocidas en la calle y ni ser objeto de críticas o burlas, pero el peso de la fama conyugal las salpica y las marca inevitablemente. Ese es el precio de amar incondicionalmente a quien todo el mundo ama.

¿Y los hijos? Éstos viven la eterna ausencia del padre y el agobio de la madre. La sombra de la fama paterna los obliga a esforzarse en demasía debido a comparaciones injustas. El padre es el padre y el hijo el hijo, cada uno con características diferentes y personalidades ajenas. Injusto es pensar que la descendencia de un famoso es un calco del mismo. Es imponer sobre hombros ajenos una carga que no pidieron llevar, limitar sus horizontes surcando sus caminos pensando,“hijo de gato caza ratón”.

Vargas Llosa fue valiente. En su discurso le dio valor a lo incalculable, al sacrificio que hizo su familia para que él lograra su sueño. Pocos realizan que a quien se sacrifica es a la familia, no ellos. Esos que sin quejarse viven en un mundo incompleto, lleno de realismo y ausente de sueños. Esos seres ocultos en quienes los famosos se refugian buscando paz.

Nacionalismo, el freno a la aculturación

Desde hace 517 años somos una colonia. En 1493 Cristóbal Colón se adueñó de nosotros y nos integró a España. En 1898 fuimos entregados como botín de guerra a los Estados Unidos. Nuestros nativos, los indios Taínos, fueron los últimos en disfrutar una Borinquen libre, de pensamientos puros e ideas propias.

Actualmente somos una mezcolanza de razas de las que el resultado neto es el puertorriqueño moderno. Pertenecemos al pueblo latinoamericano pero jamás somos incluidos en ellos. Nuestra situación política nos mantiene en un limbo con el resultado de que el mundo no nos considera ni estadounidenses, ni españoles, ni latinoamericanos. Para nosotros solo somos puertorriqueños.

Poseemos un sentimiento nacionalista puro, profundo e inextinguible. Gracias a éste nuestra pequeña islita ha hecho frente a un movimiento de aculturación anglosajona que data de más de 100 años. Al principio adoptamos a la fuerza la religión, el idioma y las costumbres de los españoles. Cuando llegaron los estadounidenses ya éramos una nación con pensamientos propios de los que ni la Madre Patria pudo sacudirnos. Nació una cultura propia con raíces españolas, negras e indias.

El nacionalismo nos ha servido de escudo para combatir una de las estrategias más eficaces a la hora de aculturar una nación: la pérdida del idioma vernáculo. Con uñas y dientes hemos defendido el castellano. Estados Unidos, la nación más poderosa del mundo, no ha logrado que en nuestras calles se hable el inglés. Nos esforzamos en pensar, hablar y escribir en un español correcto, incluso más puro que el español que se habla en muchas de nuestras naciones latinoamericanas hermanas que no han sufrido el colonialismo que nos azota implacablemente desde el siglo XIX.

Gracias al nacionalismo conservamos nuestra música, nuestras costumbres, nuestros ideales. Nuestra gente se ha destacado a nivel mundial en todas las ramas: ciencia, política, artes y literatura. En todos y cada uno de los rincones del mundo hay uno de los nuestros y cuando le preguntan se identifican como tal: puertorriqueños. Jamás osaríamos identificarnos como estadounidenses aunque nuestro pasaporte diga lo contrario. Difícil es de explicar a quienes no entienden que somos una nación latina, con una situación política ambigua que no ha logrado quitarnos la identidad como pueblo.

A pesar de que somos su colonia, Estados Unidos rechaza nuestra gente como rechaza a cualquier latino, con la diferencia de que a nosotros no nos han podido doblegar, manipular o someter. Al otorgarnos el “beneficio” de su ciudadanía, nos permiten deambular entre ellos de igual a igual pero con una diferencia sustancial: nuestro sentimiento patrio pertenece a nuestra Isla no a la “Nación”. Por lo tanto, han tenido que soportar nuestra latinoamericanidad con la boca cerrada y sin poder echarnos de su tierra. Los que viven allá hablan español, veneran la monoestrellada y añoran retornar al terruño.


En síntesis, el nacionalismo que posee nuestro corazón ha sido el salvaguarda de nuestras costumbres, nuestro idioma y nuestro sentido patrio. Ninguna nación del mundo ha sido una colonia por más de 500 años sin rendirse a la aculturación. Nosotros sí lo hemos logrado.

martes, 4 de enero de 2011

Los vestidores

Sigo con mi guerra a muerte contra los vestidores. Estoy convencida de que quien los diseña es un hombre, uno de esos seres extraños con los que dormimos y a los que nunca logramos entender del todo. Es obvio, tiene que haber sido uno de ellos quien diseña (con saña, mala intención y alevosía) los probadores de las tiendas de ropa de mujer. Es imposible que una de nosotras, que somos artífices de buen gusto y del arte de camuflajear, haya inventado un cuarto tan infame como éstos. No hay un solo vestidor de ropa en el que nos sintamos completamente a gusto y la que diga lo contrario, MIENTE.

El primer problema es el espacio. Cada vez son más diminutos. Se supone que el mundo está en una campaña en contra de los desórdenes alimenticios, pero es imposible no “contagiarse” de anorexia una vez entras en un vestidor. Son tan pequeños que invariablemente te hacen sentir que eres enorme o gorda. En mi caso gorda porque enorme no lo seré ni en sueños. No hay espacio para moverte y mirar si la ropa te queda bien, lo que te obliga a salir de él para verte en el espejo del pasillo, sometiéndote al escarnio de las demás mujeres que probablemente son más flacas y más jóvenes que tú. Imagínense la estampa, ya conseguiste el pantalón que te queda bien pero necesitas mirarte de un mejor ángulo. Aguantas la respiración, paras el oído y te quedas quietecita para ver si escuchas algo, ..... “ya salieron todas, puedo salir rápidamente y mirarme sin que nadie me vea”......cuando te dispones a quitar el seguro, estás calladita y en puntillas, cuando sale la dependienta y te pregunta a todo pulmón como si estuviera en la plaza del mercado: “¿tooodo bieeen?”. Siempre que voy a una tienda del área compro la ropa “a ojo” para medírmela en mi casa con mi espejo, quien ya me conoce y solo me deja ver lo que quiero ver, una luz obstinadamente favorecedora y mis perros como únicos testigos. Al menos sé que ellos me mirarán con compasión y no con burla como lo haría la flaca del vestidor de al lado o la dependienta gritona.

Otro problema son las luces. ¿Es que acaso no es posible instalar en ellos luces medianamente favorecedoras? Recuerden señores, es un vestidor, no un cuarto de interrogaciones. Seguramente la mayoría de mis amigas concuerdan en que lo que nos interesa ver es el conjunto, no los detalles. Una cosa es ver cómo te queda más o menos el pantalón y no la celulitis que está debajo. Me di cuenta ayer de lo poderosas que son esas luces cuando entré a uno de estos infames cubículos a medirme un pantalón. Le doy la espalda al espejo y me dispongo a quitarme los mahones, “ja” pienso.... “ya le cogí el truco, solo me pongo de espaldas y miro un poquito cuando sea necesario” ¡¡Ay, ilusa de mí!! No hice más que doblarme y quitarme los zapatos para que empezara el horror. Me dí cuenta que mis uñas de los dedos gordos tenían diminutos puntos de pintura amarilla en perfecta combinación con la pared que había pintado y que de ninguna forma había notado con la discreta luz de mi baño. Para completar el cuadro, uno de ellos no solo tenía la uña pintada sino que también estaba peludo. Con el apuro y la poca luz, obviamente había afeitado un dedido y el otro se me había quedado para hacerme burla desde abajo en un remoto rincón del vestidor. Gracias a Dios que llevaba zapatos cerrados porque de lo contrario hubiera andado con la manía el resto de la jornada de shopping. De más está decir que una vez llegué a mi casa lo primero que hice fue darme una pedicura completa.

A fin de cuentas, debo sacarle algún provecho a esta relación de odio que tengo con los vestidores. Pondré todo mi empeño en hacerme millonaria a cuenta de ellos, ya sea diseñando uno en el que las clientas se sientan cómodas o creándole una campaña publicitaria a Jenny Craig. Lo que sí les aseguro, mis amigos, es que evitaré en los próximos meses entrar en alguno de ellos con los ojos abiertos y sobria.