jueves, 14 de junio de 2012

Pillos limpios

En estos días leí en la prensa una noticia que contaba sobre una señora que llegó a su casa y encontró que alguien había entrado sin permiso, había limpiado todo y le había dejado una nota a modo de factura por el servicio. Esta noticia me recordó un incidente que ocurrió en mi casa cuando vivía en la urbanización. Dos semanas antes del incidente, mi hermana había sido víctima de robo en su casa. Un domingo los pillos entraron y se llevaron los juegos electrónicos de los niños y alguna que otra cosa. Al domingo siguiente, los pillos la visitaron nuevamente para llevarse lo que se les había quedado el domingo anterior. Imagínense el mal rato. Dos robos domiciliarios en domingos consecutivos. Cuando vivíamos en la urbanización, como los niños eran pequeños y el vecindario era seguro, teníamos la mala costumbre de no cerrar con llave la puerta principal, así cuando cualquiera de nosotros llegaba, solo abría la puerta y ya. La llave solo se echaba cuando íbamos a dormir. Una semana después de los robos en casa de mi hermana, llegué de trabajar y entro a mi casa. Para mi sorpresa, encontré todo limpio y recogido, los trastes fregados y la ropa limpia doblada. Llamé a la muchacha que me hacía la limpieza y me aseguró que ella no había sido. ¡¡ Menudo misterio!! Llamo a mi hermana y le digo entre broma y susto: “Myrni, ¿sabes lo que me pasó?, se me metieron y me limpiaron.” -“¿QUÉ?, ¡¡¿¿te robaron también??!!!!”, -“no”- le contesto. “Literalmente se me metieron en la casa y me limpiaron.” “¿Pero no entiendo, te robaron o no te robaron?” - “No, no me robaron, me limpiaron. Barrieron, fregaron, doblaron ropa y recogieron el reguerete.” “¿Pero que clase de pillo es ese?” me dice ella. “Pues no sé, pero de lo que estoy segura es que puede venir semanalmente.” Luego descubrí que había sido mi santa vecina Toña. Ella me había recogido la ropa para que no se me mojara, cuando vio los trastes le dio pena y me los fregó y así sucesivamente. Resuelto el misterio. A la semana siguiente la experiencia no fue tan agradable. Cuando llegué y entré a la sala la encontré vacía, no había un solo mueble. Había sido mi prima, que para darme una lección había escondido los muebles en los cuartos para que aprendiera que las casas se cierran con llave.

Ser Maestro

A través de los años y con las experiencias vividas, he aprendido que no hay malos estudiantes, sino malos maestros. Cuando mi hijo con Déficit de Atención iba a la escuela, yo sabía que él conocía el material, sin embargo, el maestro con toda su preparación, era incapaz de notarlo. Hoy puedo ver cómo cualquier persona con cierto grado académico se hace llamar maestro o profesor sin saber lo que eso realmente significa. Maestro es quien enseña. Maestro es el modelo a seguir. Maestro es quien inculca en su alumno el ansia de aprender no importa lo difícil que esto sea. En mi trayectoria como estudiante he visto varias clases de profesores. Gracias a Dios la mayoría inculcan en sus estudiantes el entusiasmo por aprender, pero a veces olvidan que habemos algunos que no aprendemos con la rapidez suficiente o nos tardamos un poquito más en comprender. Eso no nos hace menos estudiante. Al contrario, somos nosotros quienes más necesitamos de ellos porque esa es la razón de ser del maestro, enseñar. Ser maestro no es fácil. Para serlo se necesita vocación, calor humano y paciencia. Si no tienes esos atributos en tu haber, olvida ser maestro, no mereces el título.

¿Dónde está Juan?

Siempre había escuchado que los viejitos volvían a ser niños. Progresivamente, etapa por etapa, vuelven a usar pañales, se les olvida cómo comer y hay que contarle las cosas veinte veces. Lo que nunca pensé es que yo iba a disfrutar esa etapa de mi mamá de la forma en que lo estamos haciendo mi hermana y yo, de una manera muy particular. Les cuento. Nosotras tratamos de ir a diario a verla. Lo más que nos gusta es ver su carita iluminada cuando nos asomamos a su cama. Enseguida nos reconoce y nos llama por el nombre. Pero las cosas no se quedan así de sencillas. Hay días en que mami está en una de sus crisis de hablar disparates. Yo lo comparo con los guirigallos de los niños cuando empiezan a hablar y no pronuncian bien. Hoy fue uno de esos días. Nada más llegar la monja nos informa que mi mamá está algo intranquila y que se ha pasado diciendo malas palabras. –¿Malas palabras?- preguntamos. –Sí, malas palabras, pero ya está algo más serena- nos dice la Sor. Una vez llegamos a su cama, la saludamos con la alegría de siempre y entonces es que comprendemos el comentario de la monja. – Oye - me dice ella, -¿Tú no has visto a Juan Cagón por ahí?- -¿A QUIÉN?- preguntamos al unísono mi hermana y yo. Feliz y campante como si fuera lo más normal del mundo nos reitera, -a Juan Cagón. Él se supone que venía hoy- Mi hermana y yo nos miramos asombradas y muertas de la risa. Volvimos y preguntamos, - mamita, dime, ¿quién es Juan Cagón? -Yo no sé- nos contesta, -pero se supone que venía hoy- concluyó. Mi hermana aguantando las ganas de reír le pregunta, -ma, no será “Juan Tragón”?- No mija no, es CAGÓN y ustedes son unas cagonas también- nos dijo ya enfurecida. De más está decirle que se pasó toda la tarde preguntando por Juan y diciéndole cagonas a todas las que nos acercáramos, fuéramos sus hijas, las enfermeras o las monjas. En toda la tarde no hubo forma de quitarle la manía, así que pasamos la tarde con el verbo cagar en todas sus conjugaciones. La monja tenía razón. En el momento de irnos, le comenté: - Oye mama, ¿te acuerdas cuando tú eras joven lo fina que eras?- Me mira con los ojos como platos, se tapa la boca con una mano, y me contesta – “es verdad, pero ahora soy una cagona”-

El día de la mujer

Hoy es el día de la mujer, o sea, que el resto del año es de los hombres. Ese es el mensaje implícito que nos impone la sociedad, y para colmo, nos sentimos halagadas. He visto cantidad de propaganda en Facebook felicitándose y alabándose por el solo hecho de ser mujer. Quizás si mantuviéramos esa autoestima el año entero habría menos feminicidios en la Isla. Y digo feminicidios porque esa es la moda ahora. Yo considero que todo el año es de mujeres y de todo lo que se mueva por ahí. Sin embargo, gracias a un vendedor de Claro he podido internalizar todo lo que hace una mujer. En estos días han estado haciendo llamadas a los hogares para promocionar algo, y digo algo porque no sé lo que es porque nunca los atiendo. Les explico: -¡ring, ring!- -“Hello”- contesto el teléfono -“Buenos días, le hablamos de Claro, ¿se encuentra la señorita Beatriz Colberg?”- -“Ella no se encuentra, yo soy la que cuida los nenes.”- le contesto yo -“Muy bien, entonces llamaremos más tarde.”- Este ejercicio se repite a través de los días. Según el “mood” en que me encuentre soy la que cuida los nenes, la que limpia, la que pasea los perros, la abuela de los nenes y hasta la amante del marido. Tengo que aclarar que cada vez que esto pasa me parece ver al representante reírse con una sonrisita burlona detrás del auricular. Lo que él no entiende es que yo no le estoy mintiendo, Beatriz Colberg es todas esas cosas, la que cuida los nenes, la que limpia, la amante, la que pasea los perros y la que contesta el teléfono cada vez que ellos llaman para tonterías. Ah, por cierto, ya no puedo seguir escribiendo porque la cocinera me está hostigando.

Un violinista en Puerto Rico

Acabo de leer un enlace que puso un amigo en donde se cuenta la siguiente historia: un renombrado violinista, Joshua Bell, se ubica de incógnito junto a su violín de 3 millones de dólares, en una estación del metro de Washington DC a tocar varias piezas de Bach como parte de un experimento del periódico Washington Post. El diario quería probar cuántas personas en un momento de rush se tomaban unos minutos para escuchar o ver algo bello. De las miles de personas que pasaron por allí solo tres se detuvieron a mirar. Nadie sabía que dos noches antes Joshua tocó en el Boston Theather donde las taquillas costaban $100, concierto que fue vendido en su totalidad. Ahora bien, me pregunto yo, ¿qué pasaría si ese mismo tipo se parara en una parada de guagua aquí en PR? Me parece verlo con toda claridad, el pobre hombre sudando la gota gorda tratando de tocar bajo el techo diminuto de una estación de guagua. No pasarán miles de personas a su alrededor, pero sí pasarán varios personajes inolvidables de por sí. Vendrá esta señora mayor, motetes en mano a protestarle diciéndole “mira mijo, si no vas a coger la guagua, salte pal carajo.” También llegará el tecato protestando porque ese es su punto de pedir chavos, cuando no, intentará robarle los pocos pesos que le pudieron haber echado par de transeúntes. Vendrán dos o tres doñitas y hablarán tonterías con él o intentarán que le preste el violín por aquello de que pueden estar en TVeo sin contar que el pobre también se arriesga a que, una vez se quede solo, venga un malvado y le robe el violín. Y por último, seguramente vendrá la policía, le expedirá un boleto por alteración a la paz y lo sacará del lugar a macanazo limpio. Fue una buena idea que lo pusieran a tocar en Washington y no en Puertorro, pues aquí con las malas influencias lo que pudiera haber pasado finalmente es que el tipo terminara tocando reguetón.

Alguien que me explique

Recientemente leí en Facebook la historia de una mujer que había pasado por muchas dificultades, cual más horrible de todas, y que se superó a tal extremo que ahora tiene dos maestrías y un buen trabajo. Ustedes se preguntarán, “¿cuál es el problema?” Pues el problema es que debido a todas las situaciones horripilantes que pasó se metió a drogadicta durmiendo en las calles hasta que se recogió a buen vivir. Lo que me da coraje de toda esta historia es el hecho de que resalten que salió de las drogas y ahora lleva una vida digna. Sin embargo, para mí lo que sería digno de admirar es que se hubiera mantenido limpia y sobria a pesar de sus problemas y que los hubiera superado sin caer en las drogas. ¿Qué por qué digo esto? Porque portarse bien da trabajo y de nosotras, las personas que pasamos trabajo portándonos bien, superando escollos, esforzándonos hasta el cansancio para llevar una vida valerosa y lejos de las drogas y el alcohol, no se dice nada. ¿No se han dado cuenta ustedes que en las iglesias que abundan por ahí siempre el que da testimonio es el que más hijo de puta fue? Me parece verlos: “Yo fui drogadicto por 20 años, maté a cinco tipos y violé 8 niños. Pero me entregué al Señor y hace dos años que estoy limpio”, ¡sí Pepe! Mientras él estuvo 20 años jodiendo por ahí yo estuve portándome bien, haciendo mi trabajo, echando adelante a mi familia y ayudando a mi prójimo calladita la boca. Y todo eso da muchísimo trabajo, pero de mí, nadie dice nada. Nunca me pondrían en el púlpito de una iglesia a dar testimonio porque sería muy aburrido. Imagínense, ¿qué podría decir yo? “Hola hermanos, mi nombre es Panchita Trucupei, me casé muy jovencita, con muchas dificultades eché para adelante a mi familia, nunca he usado drogas, ni he matado a nadie y hoy llevo una vida feliz con mi marido y mis hijos”….aburrido, ¿verdad? No le resto méritos a las personas que con mucho esfuerzo han salido de las drogas y el alcohol, pero para mí tienen más mérito aquéllos con quienes la vida ha sido sumamente injusta y aún así se mantuvieron por el camino correcto con muchas dificultades. Tengo la certeza de que cuando llegue a las puertas del cielo San Pedro lo único que me dirá es: “¡Nena, qué trabajo te dio, pero lo lograste!”

Sublime

Era temprano y no había llegado nadie. La encontré hecha un ovillo en el centro de la cama. Me acerqué a su oído y le dije suavemente: “mamita llegué”. Ella me miró con sus ojitos asustados y me regaló la más hermosa de sus sonrisas. “Por qué estás así” – le pregunté. “Porque tengo frío” – contestó. Con mucha delicadeza la enderecé , la abracé y la arropé. “¿Me acuesto contigo?” me aventuré a preguntar. Con un simple movimiento de cabeza me contestó que sí y se echó a un lado. Me encaramé en la cama y me pegué a su espalda con toda la suavidad de la que fui capaz. Su cuerpo está tan delgado y frágil que parece que cualquier cosa la rompe. Rodeé su cintura con mi brazo derecho y con el izquierdo acariciaba su cabello blanco. Suavemente posó su mano frágil y temblorosa sobre la mía. Así estuvimos mucho rato, ella dormitando y yo rogándole a Dios que el momento no pasara jamás. No me había acurrucado con ella desde que era una niña, y ahora tenía la oportunidad y quería aprovecharla al máximo. Disfruté su olor, acaricié su pelo, apreté su mano huesuda y temblorosa. Fue entonces que pasó….acerqué mi nariz a su nuca, aspiré su aroma y la besé con la mayor dulzura del mundo. En ese instante, ella tomó mi mano, se la llevó a sus labios y la besó. En esa fracción de segundos, en ese momento tan sublime, yo cerré los ojos y vi el rostro de Dios que me sonreía.

Tirando enanos contra la pared

Recientemente un congresista estatal de la Florida, Ritch Workman, sometió una propuesta para legalizar nuevamente el deporte de lanzar enanos contra la pared en clubes nocturnos. Semejante idea responde a la gran preocupación que tiene el congresista Workman por la tasa de desempleo que tienen los enanos en la Florida. Verdaderamente, sus intenciones conmueven hasta el más duro de corazón. Esos pobres enanitos necesitan un buen trabajo, decente y justo, ¿por qué no entonces dejarlos que practiquen un deporte que hasta la década del 90 fue perfectamente legal? Éstos se ganarían un sueldo literalmente con el sudor de su frente. Siempre lo he dicho, estos gringos son fenomenales. Todos pensábamos que los políticos en Puerto Rico tenían propuestas legislativas que rayaban en lo absurdo, como lo era la propuesta de la insigne Evelyn Vázquez del rescate del galeón español para sufragar la deuda del gobierno, o como la de otra legisladora, de la cual se me escapa el nombre, de establecer un día oficial para las muñecas. ¿Por qué no mejor nos robamos la idea de Workman y la instalamos en Puerto Rico? Seguramente aquí sería un palo, sobre todo porque no tiraríamos enanos contra la pared, sino legisladores. La idea me tienta….me tienta….me imagino un día oficial del legislador estrellao. Tendríamos un programa de televisión estilo “Puerto Rico Idol” donde un panel evaluador examinaría los proyectos de legislación propuestos por nuestros legisladores. Los que no pasen este renglón, tendrían una estrelladita contra la pared. Los que duermen en las secciones legislativas también tendrían la suya, pero los que roban, insultan y le dan la espalda al pueblo tendrían dos estrelladas sin casco protector, cosa de que quizás el golpe le devuelva la vergüenza perdida. Probablemente tendríamos problemas con algunos de ellos como por ejemplo Hernández Mayoral con quien habría que hacer malabares para levantarlo. Rivera Shatz lo tiraríamos estilo jabalina y a Evelyn Vázquez, toda muy bella, la engancharíamos en un trapecio cosa de que se luzca genial antes de darse contra la pared. Imagínense todo lo que ganaríamos. Ellos se encargarían de legislar bien, cobraríamos un dineral en taquillas y apuestas, y el rating que tendría el programa sería de niveles escandalosos. Yo no sé ustedes, pero yo ya le tengo nombre. Se llamaría “Estrellando a los centellas”.

Angel de la guarda

“Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares, ni de noche ni de día.” Desde que Rucco Gandía le puso música a tan linda oración quedé prendada de ella. Si hay algo en lo que creo firmemente es en la existencia de los ángeles, sobre todo del más grandioso, mi ángel de la guarda. Tengo varios libros del tema, ya que el mismo me apasiona. Cuando comencé a leer acerca de ellos hubo algo que marcó mi vida para siempre: “tu ángel de la guarda siempre está a tu lado, pase lo que pase.” Cuando leí esto pensé: “¿Ajá, y ahora cómo brego con eso?” Una cosa es querer a tu ángel de la guarda, sentirte protegido, pedirle bendiciones para ti y los tuyos y otra cosa muy distinta es saberlo tan cerca de ti que pisa sobre tus talones. Bueno, no es que me preocupe mucho el asunto, es cierto que esto me da una seguridad brutal sobre todo en momentos de mucho miedo, pero no suena tan lindo cuando tengo que ir al baño. Pensar que mi ángel de la guarda está ahí conmigo y no esperando en la puerta hace que me dé ataques de pudor. Piénsenlo, a nadie le gusta que en momentos tan íntimos haya un intruso mirando actos tan mundanos e inaplazables. Para lidiar con este asunto lo que hago es que le digo: “pana, espérame un ratito fuera y deséame suerte”. Mi experiencia con los ángeles y sobre todo con el mío es extensa y enriquecedora. No hay frase más poderosa que salga de mi boca como: “ángel de la guarda, por favor, protégelo” Inmediatamente me da consuelo, confianza y una gran paz. Entre los muchos libros que tengo sobre el asunto he aprendido que tienen diferente color, que hay jerarquías entre ellos y que no juzgan a los mortales por mal que se porten. Esto para mí fue un consuelo brutal, porque tengo que admitir que nunca he sido muy buena que digamos. Cuando pequeña fui un “ají” por lo que imagino las que habría de pasar mi pobre angelito para librarme de los apuros y de las pelas de mi mamá. Ya de grande me porto algo mejor, pero disto mucho de ser como él. Supongo que de vez en cuando se muere de la vergüenza cuando oye las palabrotas que digo cuando alguien se me atraviesa en la carretera, se halará los pelos cuando me ve furiosa emprendiéndola contra alguien y se le caerán las alitas cuando me ve triste e inconsolable, pensando cómo ni él mismo puede hacer nada para que deje de llorar. Pensar en mi angelito de la guarda es un rito que tengo a diario. El me guarda de noche y de día, protege a mi familia y amigos, pero sobre todo, sabe que debe taparse los ojitos cuando decido portarme mal.

Como la hierba

Quisiera ser como la hierba, tendida todo el día esperando el beso del sol. Apacible desde el suelo, mirando al mundo pasar, los tiempos malos, los tiempos buenos y algunos tiempos sin igual. Quisiera ser como la hierba, agradecida por un rayo de sol, por una gota de agua. Sintiendo en mi faz la suavidad de la brisa, mirándote por el mundo pasar, unas veces lento otras veces con prisa. Quisiera ser como la hierba, para que sin control me amaras. Darte mis mejores verdes, abriéndome a ti cuando llegas. Conforme con solo mirar tu rostro mientras con la azada me siegas. Quisiera ser como hierba, Verde, quieta, silente, sincera. Esperando solo a que pase la brisa O acaso aquel sol que quema Esperando, siempre esperando a tu hoz Que aunque me hiere, me lleva.

El certamen

Hace varias semanas, en un arranque de pura vanidad, osé participar en un certamen de cuento. Alentada por la acogida que tengo en mi blog me animé a enviar una de mis historias. El ganador del primer premio obtendría $700 , cantidad que a más de uno tentaría. Pensé, “qué bien, encima si gano me pagan”. Busqué y busqué dentro de mi gaveta de historias y envié la que más me gustaba. Por varios meses esperé la tan ansiada premiación. En dos ocasiones citaron a los participantes a la ceremonia de entrega. En ambas me emperifollé con mis galas, puse cantidad de rimmel en mis pestañas y rauda y veloz me quedé esperando porque ambas fueron canceladas a última hora sin que me enterara, quedando literalmente como dice el dicho “vestida y alborotada”. Por fin llega el tan ansiado día. En esta ocasión fui cautelosa con mi vestimenta, puse menos rimmel a mis pestañas y tímidamente me asomé por el salón donde se entregarían los premios. Gracias a Dios en esta ocasión no fui sola, cosa de que si ganaba, hubiera alguien que me levantara en el momento del desmayo final. Anuncian los ganadores. Para mi desgracia, ninguno de ellos se llamaba Beatriz. La ganadora tenía el honor de leer su famoso cuento en la ceremonia. No era suficiente el hecho de haber perdido, sino que también tendría que escuchar la causa de mi desgracia. Llena de aspavientos se acerca la ganadora al micrófono. Afina su voz y comienza la lectura. Les juro que lo que les voy a contar a continuación es la pura verdad y nada tiene que ver con mis sentimientos de envidia y coraje. En un santiamén esta señora dijo tantas palabras extrañas como le fue posible. Su prosa era tan rebuscada y llena de palabras rimbombantes que mi amiga tuvo que preguntarme de qué se trataba su cuento. “el cuento es sobre dos lesbianas amantes de los tatuajes.” “¿¡Embuste!?” me contesta ella – “¿y cómo tú te enteraste de que era eso?- “chica” le contesto, “porque ella decía nosotras”. “Ah!, es que con tanta palabra rara yo ni me enteré.” Mi cuento trataba de algo tan simple como la historia de una niña y un vestido de novia. Nada de tramas escabrosas y palabras impronunciables. La competencia era algo parecido a Caperucita Roja contra Twilight. Pero si de algo puedo vanagloriarme es que para leer mis cuentos no se necesita un diccionario. Sus tramas son sencillas, tiernas y simples. Son cuentos sencillos para gente sencilla. Y como dijo una gran amiga escritora, “lo que a mí me interesa es trascender” y yo lo logré. No ganando un premio en un certamen, sino con el apoyo de ustedes, la gente que me quiere y me sigue leyendo incondicionalmente. ¡Gracias por hacer de mí una ganadora siempre!

Reflexión

Cómo seguir la vida cuando ésta cambia tan radicalmente. Todo lo conocido es ahora una quimera. Las rutinas, los deberes, el conocimiento, todo revuelto de pies a cabeza. Solo bastó un minuto para que nuestro mundo cambiara. Cambió mi concepción de la maternidad, mi concepción de lo que es ser una hermana y sobre todo, mi concepción de lo que es ser una hija. En unas horas fui capaz de comprender a mi madre más que en los 47 años de vida que ella me ha regalado. Cambiaron los papeles. Era ella quien miraba con miedo y yo le devolvía esa mirada con la certeza de que nada le pasaría mientras yo estuviera allí, igual que aquellas noches donde un diablo me acechaba y solo su presencia bastaba para espantarlo. La diferencia es que este demonio es real y no se aleja, se apodera de ella día a día, noche a noche. Ella lucha contra él y yo le sostengo la mano para que permanezca a mi lado y no se deje robar el último soplo de aliento. Invertidos los roles, la baño y la visto cual muñeca de porcelana. Olorosa y fresca extiende los brazos hacia mí. Me acurruco en su pecho buscando una vez más esa sensación de seguridad que me daba cuando niña, pero no, es ella la que se siente segura, mi presencia le garantiza que no la dejaré ir y que lucharé con ella hasta el final. Hoy aquel ser fuerte ya no existe. Ahora se ha convertido en mi bebé, con sus pañales, su llanto, su inseguridad. Entre nosotras ahora soy yo quien cuida y ella quien se deja cuidar. En un momento de lucidez confesó: “cuando era pequeña mi madre me dijo que no le gustaban los niños. Crecí en un ambiente frío, sin besos ni abrazos. Hoy me arrepiento de haber sido tan dura con mis propios hijos. Poco los besé y raramente los abracé. Es por eso que hoy necesito recuperar todos esos besos que me perdí y los abrazos que desperdicié.” Con esa confesión comprendí una vida entera de madre ausente. Hoy mi madre puede estar segura que todo lo negativo quedó atrás. Que tendrá en unos minutos toda una vida llena de besos y abrazos. Que ya no hay por qué dudar, que no tiene por qué reprimir sus deseos de amor. Porque nosotras la acunaremos en nuestros brazos y la consentiremos por todos esos años en que los besos y los abrazos eran escasos. Le daremos en poco tiempo todo el amor y la devoción de toda una vida.

Lo que aprendí de mi mamá

Siempre fui la nena de papá. Mi relación con él era muy estrecha llena de complicidades y admiración mutua. Con mi mamá el asunto era distinto. En sus tiempos de juventud, cuando nos criaba, era una madre devota y trabajadora. Nos cuidaba con la ferocidad de una leona con sus cachorros. Jamás se apartó de nosotros y su vida giraba única y exclusivamente alrededor de sus niños. Sin embargo, su carácter era sumamente fuerte y algo distante. Contrario a papi, mami no jugaba con nosotros pues siempre estaba ocupada atendiendo la casa y trabajando hombro con hombro junto a su esposo para darnos una vida sin carencias. Por eso y muchas cosas más, el amor que le profesaba mi papá era inconmensurable. Desde pequeña hubo cierta distancia entre nosotras, distancia que se prolongó hasta que fui adulta. No entendía su carácter y pocas veces coincidían nuestros criterios. Esta situación provocó que cada vez más me aferrara al amor cordial de mi papá. Como ella y yo nunca nos entendíamos, sencillamente aprendí a vivir así manteniendo una relación cordial pero distante… hasta hoy. La señora fuerte de carácter que me crió, ahora es una anciana con achaques y manías. Pensé que nuestra relación cordial y seca sería para toda la vida, pero me equivoqué. Un día mami enfermó. De los tres hermanos yo soy quien más tiempo tiene para cuidarla. Básicamente me mudé para su casa. Fue ahí que comenzó el milagro. Invertidos los papeles, ya no era la madre quien cuidaba de la hija, sino la hija de la madre. Me costaba verla indefensa y enferma, completamente dependiente de mí. Estaba muy asustada y se refugiaba en mis brazos buscando protección. Esos abrazos, esas caricias y las palabras de consuelo fueron abriendo una fuente de amor desconocida en mí. Con el cambio de roles ahora me tocaba a mí reciprocarle sus cuidados y su dedicación. Al hacer este ejercicio, Dios tocó mi corazón y cambió el amor que sentía por mi mamá. Jamás olvidaré cómo su miraba cambiaba al acercarme junto a su lecho. Del temor pasaba una tranquilidad casi completa. El calor de su mano temblorosa aferrada a la mía vivirá conmigo para siempre. En las largas noches de hospital, ver a mi viejita asustada, aferrada a mi mano buscando protección y consuelo se despertó en mi corazón de un amor puro, inmenso e incondicional. En esas noches le di todos los besos y caricias que habían quedado pendientes desde mi juventud. Pude acariciarla, consentirla y demostrarle que no importaban ya las diferencias entre nosotras. Nos dimos la oportunidad de cerrar el ciclo. Dios me dio una gran lección. Él me enseñó que nada se queda inconcluso, que nunca es demasiado tarde para rectificar y que el amor de una madre siempre está ahí aunque no seamos capaces de verlo.