viernes, 6 de agosto de 2010

Doña Tóxica y el príncipe encantador

“Hola, te habla tóxica.” Este fue el saludo con el que mi amiga me contestó el teléfono. Ese era el nuevo adjetivo que le dijo su esposo esa mañana. Trato de escucharla con compasión y comprensión. Ha escuchado de todo, desde que es bruta, fea y gorda y ahora que es tóxica. Lucha con todas sus fuerzas por mantener algo de autoestima, meta muy difícil de alcanzar cuando tiene un ente a su alrededor que constantemente le recuerda lo defectuosa que es. Obviamente solo me dedico a escuchar, suficiente carga emocional tiene la pobre con lo que escucha en su casa para encargarme yo de meter el dedo en su llaga. Desahogarse es lo único que le queda además de luchar como gato boca arriba contra lo que le han hecho creer que es.

“Tóxica” es una mujer brillante. Es culta, excepcionalmente inteligente en su especialidad, excelente conversadora, elegante y vivaracha. El único defecto que tiene es que ella no lo sabe. Ha escuchado tantas veces lo imperfecta que es que se lo cree a cabalidad. Quien no la conoce a conciencia desconoce el drama emocional que vive. Quienes la vemos día a día podemos notar ese atisbo de tristeza en su mirada. Tristeza que solo se irá el día que aprenda a amarse ella misma. Un día me contó que le preguntó a su esposo si había algo que él admirara en ella, contestándole él de forma parca y genérica: “eres buena esposa y buena madre”. Es entonces cuando ella me pregunta: “¿cómo es posible que sea buena esposa y madre si constantemente me recrimina que la casa está sucia, que no me visto bien o que como demasiado y que no le pongo disciplina a los niños?” “Bueno chica, pero algo es algo” trato de consolarla yo.... “¿qué esperabas que dijera entonces?”...... “Pensé que me diría que admiraba mi sentido de lucha, mi voluntad inquebrantable, o que sencillamente me mintiera y me dijera que yo era la mujer de su vida porque lo amaba tal y como es él.” No se lo dije a “Tóxica” pero esa es una contestación muy complicada para venir de los labios del señor “Príncipe Encantador”.

Las personas no estamos concientes de lo importante que es ser amable no solo con nuestra pareja, sino con toda nuestra familia. Tratamos a nuestros amigos de manera excepcional, sin embargo dejamos las sobras para la gente de nuestra propia sangre porque pensamos que ellos pueden esperar. Ponemos en práctica toda una serie de modales aprendidos en la infancia pero, eso sí, con los demás, no con los nuestros. Sé que este señor, “Príncipe Encantador”, sería incapaz de llamarle gordo, bruto o feo a nadie de la calle. Es una persona muy cortés, correcta e incondicional con todo el que le rodea, solo que se le olvida que los únicos seres que verdaderamente son incondicionales con él son a quienes trata con desdén e incluso con crueldad.

Todos hemos sentido el dolor tan terrible que causa la herida de una hoja de papel en un dedo. Todos sabemos que nadie se muere de eso. Pero también sabemos que esa herida tan pequeña e insignificante deja nuestro dedo adolorido y suceptible por varios días. Las palabras hirientes, los desprecios, la falta de valoración hacia la gente a la que amamos son la hoja de papel que hiere nuestro frágil corazón, dejándolo adolorido y sangrante por días. No nos moriremos de eso, pero no quiere decir que duela menos.

Si pudiera hablarle a este señor, “Don Príncipe Encantador”, le contaría lo excepcional que es su esposa y lo afortunado que es al tenerla. Que cuando fuera a decirle algo, la mirara a los ojos y la tratara con la misma cortesía con la que trata a sus amigos. Que tiene razón al decir que es una buena madre y esposa pero que más que decírselo con palabras bruscas y obligadas debería demostrárselo con acciones, con caricias y abrazos. Porque el roce dulce de unos dedos por el pelo, los susurros al oído y el abrazo cálido a la hora de acostarse vale más que mil palabras y son el mejor consuelo de un corazón acongojado.

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