viernes, 6 de agosto de 2010

¿Por qué no vas a un gimnasio?

Adaptarse a los cambios que la vida nos presenta no siempre surge de la manera en que lo planificamos. Loca estaba por jubilarme pero nadie me hubiera convencido en ese entonces de que adaptarme a la vida de jubilada me sería difícil. Toda una vida trabajando fuera me acostumbró a ver mi hogar como un refugio, un remanso de paz. El lugar donde llegaba al final del día para desconectarme del mundo y sus enredos. Pero ya lo dice el refrán, “tanto dulce empalaga” y la paz también sofoca.

Es curioso pero la mayoría de la gente a la que le comento mis dificultades a la hora de adaptarme a la vida hogareña me sugiere con gran entusiasmo: “¡ahora puedes entrar a un gimnasio!”. ¿......$/&#*.....? Tanto he escuchado el mismo consejo que no me ha quedado más remedio que ponerme a analizar......... “¿tan mal me veo?...... ¿o tan gorda?......¿tan estresada?.......¿o lo hacen por joderme? ” ¿Por qué nadie me manda para una biblioteca? Para quienes nunca hemos llevado una vida activa, físicamente hablando, mandarnos a un gimnasio es como si nos castigaran. Conozco los beneficios del ejercicio y muchas veces he comenzado a realizar actividades como caminar o correr bicicleta. Pero lo hago por obligación y siempre tratando de amarrar el ejercicio a alguna actividad verdaderamente placentera para mí como escuchar música, hablar con mi compañera de suplicio o ver televisión. Si pudiera leer y hacer ejercicio lo hacía, pero soy de las que si mascan chicle se caen. Por lo tanto, para mí ir al gimnasio es más estrés, no menos. De hecho, la mayoría de las personas que me hacen esta recomendación no parecen ser clientes de gimnasio alguno, por lo que he estado por comentarles, “supongo que al tuyo no es, ¿verdad?”

Sin embargo, cada vez que me encuentro con alguien lleno de buenas intensiones y grandiosos consejos me quedo pensando y requetepensando qué debí haberle contestado. He encontrado algunas soluciones, como por ejemplo sugerirle a mi interlocutor: “oye y tú podrías ingresar a un club de podadores de grama” o también “ he escuchado que el municipio necesita voluntarios para destapar alcantarillas y limpiar lápidas, ¿te animas?” o quizás “oí que se puede ganar dinero extra quitándole las garrapatas a los caballos de la zona, ¿que tú crees?” Puede que con alguna de estas indirectas se den cuenta de que los consejos son más para quien los da que para quien los recibe.

Con esta situación lo más importante que he aprendido es que si me arriesgo a dar un consejo no puedo cimentar el mismo en lo que a mí me gustaría hacer. Tengo que pensar en lo que realmente le gustaría al otro. Porque si me dejara llevar por mis gustos le recomendaría a todo el mundo que entrara a un club de lectores, con lo que les aseguro me ganaría varias mandás al ca......perdón! al infierno, sitio al que no me atrevo a mandar a quienes me sugieren ir al gimnasio.

Ya lo decía mi abuela, “quien no coge consejos no llega a viejo, y el que los coge toditos es un ........... ¡¡adicto al gimnasio!!!

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