jueves, 19 de agosto de 2010

El príncipe azul y la bella durmiente

Hace unos años a mi Tía Raquel le diagnosticaron Alzheimer. Esa devastadora enfermedad que les arrebata la mente y personalidad a nuestros seres queridos dejándolos a ellos inertes y con la mirada vacía y a nosotros heridos y desconsolados por el resto de nuestras vidas.

Durante todos estos años Tío Francis ha luchado por mantenerse al lado de su esposa. Impensable ha sido para él la idea de que otra persona cuide de su Raquel. Por lo tanto, por muchos años cuidó de ella él solo. Aprendió a cocinar y a atender una casa. Y así poquito a poquito la enfermedad se llevó a su Raquel y él se adueñó de ella.

La primera vez que los visité iba muy asustada. Raquel había sido una mujer hermosa y muy elegante. Le temía a la impresión de verla enferma y desmejorada. Pero aún así, me armé de valor y fui a hacerle compañía a mi tío querido. Cual no fue mi sorpresa al entrar y ver a mi tía sentadita en un sillón “mirando” televisión en la sala. De no ser porque no participaba en nuestra conversación, cualquiera hubiera pensado que estaba perfectamente bien.

Por fin llegó la hora de la cena. Con mucho esfuerzo mi tío sentó a su esposa a la mesa. Sentada con ellos pude ver cómo, con suma paciencia, él le daba cucharada a cucharada la cena que especialmente había preparado para ella. Ella se esforzaba por recordar cómo tragar, él se esforzaba porque ella regresara. Mientras esto sucedía yo me dedicaba a observarla. Guapa como fue siempre, tenía sus uñas arregladas y pintadas, y su pelo mostraba un discreto color castaño. Al final, él y yo nos sentamos a cenar tranquilamente con ella acompañándonos. Mientras comíamos le comento alegremente: “Bueno Francis, ya veo que Raquel no pierde su estilo, siempre con su pelo y uñas arregladas”, pensando que tenía ayuda de alguna enfermera una que otra tarde. Cuál no fue mi sorpresa cuando él me respondió: “Yo le tiño el pelo y le arreglo las uñas. Antes solía ponerle sus pantallas y sus pulseras pero ya no lo hago por miedo a que se haga daño. Lo menos que puedo hacer es tenerla como a ella le gustaba estar, siempre arreglada”

Desde ese momento mi perspectiva ante esta situación cambió radicalmente. Esto no se trata de cuidar un enfermo incurable. Se trata de la historia de amor de un hombre y una mujer. Trata sobre los esfuerzos que él hace por mantener a su amada esposa a su lado, siempre de forma digna y amorosa. Ahora entiendo por qué su rechazo a cualquier tipo de ayuda y mucho menos a la idea de separarla de él.

Ya a Tía Raquel no se le puede teñir el pelo ni pintarle las uñas. Ya no pueden levantarla para que nos acompañe a la mesa. Pero Tío Francis no cesa en su empeño. Su día transcurre en cambiarla de posición, lavarle sus manos y sus pies, y ponerle crema en su cuerpo para que esté cómoda y fresca. Aún no se separa de ella ni un minuto. Eso sí, siempre la mantiene peinada y con sus labios pintados.

“y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida, hasta que la muerte nos separe.” Amén

2 comentarios:

  1. Primero, el título no pudo ser más acertado. La alegoría del cuento de hadas es precisa, inspiradora pero sobre todo, especial. La enfermedad del Alzheimer es sumamente triste, hace de una persona ágil, alegre y flamante, un ser apagado y lúgubre, una verdadera pena que se encaja en el alma. Tu tío demuestra que en medio de la tormenta en la que está sumergida tu tía, el se mantiene victorioso, amoroso y capaz. Sin duda, ellos son almas que fueron hechas a la medida, para ellos no existe ni el tiempo ni las zozobras. Ella es su amor que proviene de lo infinito, él, su eterno guardián.

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