domingo, 29 de agosto de 2010

Envejecer es de valientes

En la mujer hay muchos indicativos de que han pasado los años y que no han sido en vano. Por ejemplo, nos cuesta más trabajo encontrar un traje de baño adecuado, tenemos más potingues en el baño y el guapo cajero de la tienda nos trata de usted. Es entonces cuando te das cuenta que a la clienta que estaba antes que tú en la fila le sonríe y le da las gracias, a tí solo te cobra y te da el recibo.

Ya que no se puede evitar envejecer, al menos hay que tratar de hacerlo despacito y con gracia. Por lo tanto, una vez notamos ciertas muestras de envejecimiento corremos a tratar de corregirlo, o al menos de retrasarlo.

En estos días mi hermana y yo decidimos ir a una estética a quitarnos unos pelitos de más en la barbilla. Porque con la edad no solo nos salen chichitos y arrugas, también nos salen pelos. Y eso sí, ¡hasta aquí llegamos! Con la celulitis y las patas de gallo podemos bregar, pero con los pelos no. Encima de viejas, ¿barbudas?, NADA QUE VER! Así que raudas y veloces hicimos cita con la estética.

Íbamos contentas y campechanas pues pronto nos desharíamos de los desgraciados pelos hasta que llegamos a nuestra cita. Nuestra esteticista nos alertó con cierta preocupación de lo deshidratados que estaban nuestros rostros y la necesidad de usar protector solar. “Por Dios, resulta que no solo tengo la cara pelúa, también está muerta de sed”. Muy amablemente nos recomendó varias marcas de protectores y nos dio nuestra próxima cita.

Preocupadas y con los bigotes enrojecidos nos fuimos al mall con la idea de despejarnos un poco. Llegamos a una tienda por departamentos, pero cometimos un gran error, entramos por los mostradores de cosméticos. Tratando de aprovechar el viaje y preocupada por la recomendación de la esteticista, pregunto en uno de los mostradores por alguna oferta. ¡Nunca había deseado con tanto ahínco que la lengua se me hiciera chicharrón! La vendedora me ha mirado con cara de espanto y me ha dicho todo lo malo que tenía mi rostro. Cuando abrí los ojos, estaba sentada en el mostrador, casi en el medio del pasillo por donde pasa todo el mundo, con la cara llena de mejunjes. Literalmente me puso capa por capa de todas las cremas que tenía para vender. Después de tener toda la cara “cremada” me dio el toque final, un maquillaje completo. Cuando logré salir de allí, sentía la cara como la de un bulldog, los cachetes me pesaban con tanta crema que sentía me colgaban por los bordes de mi cara. ¿Mi siguiente parada? Un baño en donde quitarme toda aquella grasa.

De regreso a casa mi hermana y yo no dejamos de reírnos de la situación. Nos burlamos tanto una de la otra que de tanta risa las patas de gallo deben haber crecido al menos un centímetro. Llegamos a una feliz conclusión. Seguiríamos siendo unas viejitas felices y changas aunque con patas de gallo.

Conclusión: de ahora en adelante, en vez de gastar $80 en un pote de crema, empezaríamos a ahorrarlos para darnos un estirón final.

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