sábado, 23 de enero de 2010

Lo confieso, tengo déficit de atención

Increíble, pero muy cierto. Está equivocado quien piense que el Déficit de Atención e Hiperactividad es una condición que afecta a los niños solamente. Y que conste, no es una suposición, tengo un diagnóstico oficial. Lo digo abiertamente pues no hay nada de qué avergonzarse, al contrario. He tenido que superar grandes obstáculos para ser lo que soy ahora, gente de provecho que lleva una vida normal. Lo puntualizo para esperanza de todas aquellas madres que crían niños con esta condición. Ahora, esto es para los que tienen la condición de verdad, porque hoy en día a cuanto nene majadero y malcriado que existe le ponen la etiqueta para justificar la mala educación que le dan los padres. Con esto resuelve la escuela y ellos. La escuela lo controla con una pastilla y los padres evaden su culpa.

Desde pequeña sabía que algo pasaba conmigo, solo que no sabía lo que era. También mi hermana sabía que pasaba algo no en balde la monja mandaba la notita con ella cuando quería buscar a mis padres. Pero algo bueno había en todo esto, como yo nunca me enteraba porque siempre andaba etérea por las nubes, era ella quien pasaba las vergüenzas. Hubo momentos que papi tuvo que ir a la escuela al menos una vez cada dos semanas casi siempre por la misma queja, no paraba de hablar ni me quedaba quieta en el pupitre. Jodí tanto cuando chiquita que les aseguro que si hubieran habido pastillas a mí también me las habrían dado.

Tengo muchísimos cuentos al respecto y desde tan temprano como Kinder. Una noche mi padre, orgullosísimo porque su retoño ya iba a la escuela, me pregunta: “Hija, ¿no tienes nada que estudiar hoy?” “Sí papi, tengo asignación.” “Pero no te he visto haciéndola.....” Encongiéndome de hombros le contesté: “No papi, porque es algo de leer......¡y como yo no sé leer!” Suspirando lo más profundo que pudo y armándose de argumentos para convencerme dice: “Claro Beatriz, para eso estás en Kinder, para aprender a leer y a escribir. Si no practicas, ¿qué vas a hacer si no aprendes ni a escribir tu nombre?” Feliz y campechana le contesté: “No te apures papi, yo me lo copio del bulto.”

En la escuela intermedia era una de las monjas quien lo mandaba a llamar (porque para completar, estudié en una escuela de monjas). Una tarde, rojo de la vergüenza aún, me llamó a capítulo: “Beatriz, una vez más Sor Gregoria me mandó a buscar.” Mirándolo a los ojos, lo más convencida que pude le dije: “Papi, ¿no te das cuenta de que está enamorada de tí?”

Toda mi carrera escolar estuvo salpicada por anécdotas parecidas y por las visitas de mis padres. Nunca tuve 4.0 puntos ni me llevé medalla alguna, pero lo logré gracias a mi espíritu de lucha, a la perseverancia de mis padres y a una que otra pela. Actualmente tomo cursos graduados en el Colegio y aún lucho por mantenerme atenta y sentada. Sigo metiéndome en los salones equivocados y a horas equivocadas como cuando estudié ahí hace más de 25 años. Pero les puedo asegurar que se puede alcanzar el éxito.

Y como habrán podido notar, todavía me cuesta mantenerme callada.

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