jueves, 14 de junio de 2012

Sublime

Era temprano y no había llegado nadie. La encontré hecha un ovillo en el centro de la cama. Me acerqué a su oído y le dije suavemente: “mamita llegué”. Ella me miró con sus ojitos asustados y me regaló la más hermosa de sus sonrisas. “Por qué estás así” – le pregunté. “Porque tengo frío” – contestó. Con mucha delicadeza la enderecé , la abracé y la arropé. “¿Me acuesto contigo?” me aventuré a preguntar. Con un simple movimiento de cabeza me contestó que sí y se echó a un lado. Me encaramé en la cama y me pegué a su espalda con toda la suavidad de la que fui capaz. Su cuerpo está tan delgado y frágil que parece que cualquier cosa la rompe. Rodeé su cintura con mi brazo derecho y con el izquierdo acariciaba su cabello blanco. Suavemente posó su mano frágil y temblorosa sobre la mía. Así estuvimos mucho rato, ella dormitando y yo rogándole a Dios que el momento no pasara jamás. No me había acurrucado con ella desde que era una niña, y ahora tenía la oportunidad y quería aprovecharla al máximo. Disfruté su olor, acaricié su pelo, apreté su mano huesuda y temblorosa. Fue entonces que pasó….acerqué mi nariz a su nuca, aspiré su aroma y la besé con la mayor dulzura del mundo. En ese instante, ella tomó mi mano, se la llevó a sus labios y la besó. En esa fracción de segundos, en ese momento tan sublime, yo cerré los ojos y vi el rostro de Dios que me sonreía.

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