jueves, 14 de junio de 2012

Angel de la guarda

“Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares, ni de noche ni de día.” Desde que Rucco Gandía le puso música a tan linda oración quedé prendada de ella. Si hay algo en lo que creo firmemente es en la existencia de los ángeles, sobre todo del más grandioso, mi ángel de la guarda. Tengo varios libros del tema, ya que el mismo me apasiona. Cuando comencé a leer acerca de ellos hubo algo que marcó mi vida para siempre: “tu ángel de la guarda siempre está a tu lado, pase lo que pase.” Cuando leí esto pensé: “¿Ajá, y ahora cómo brego con eso?” Una cosa es querer a tu ángel de la guarda, sentirte protegido, pedirle bendiciones para ti y los tuyos y otra cosa muy distinta es saberlo tan cerca de ti que pisa sobre tus talones. Bueno, no es que me preocupe mucho el asunto, es cierto que esto me da una seguridad brutal sobre todo en momentos de mucho miedo, pero no suena tan lindo cuando tengo que ir al baño. Pensar que mi ángel de la guarda está ahí conmigo y no esperando en la puerta hace que me dé ataques de pudor. Piénsenlo, a nadie le gusta que en momentos tan íntimos haya un intruso mirando actos tan mundanos e inaplazables. Para lidiar con este asunto lo que hago es que le digo: “pana, espérame un ratito fuera y deséame suerte”. Mi experiencia con los ángeles y sobre todo con el mío es extensa y enriquecedora. No hay frase más poderosa que salga de mi boca como: “ángel de la guarda, por favor, protégelo” Inmediatamente me da consuelo, confianza y una gran paz. Entre los muchos libros que tengo sobre el asunto he aprendido que tienen diferente color, que hay jerarquías entre ellos y que no juzgan a los mortales por mal que se porten. Esto para mí fue un consuelo brutal, porque tengo que admitir que nunca he sido muy buena que digamos. Cuando pequeña fui un “ají” por lo que imagino las que habría de pasar mi pobre angelito para librarme de los apuros y de las pelas de mi mamá. Ya de grande me porto algo mejor, pero disto mucho de ser como él. Supongo que de vez en cuando se muere de la vergüenza cuando oye las palabrotas que digo cuando alguien se me atraviesa en la carretera, se halará los pelos cuando me ve furiosa emprendiéndola contra alguien y se le caerán las alitas cuando me ve triste e inconsolable, pensando cómo ni él mismo puede hacer nada para que deje de llorar. Pensar en mi angelito de la guarda es un rito que tengo a diario. El me guarda de noche y de día, protege a mi familia y amigos, pero sobre todo, sabe que debe taparse los ojitos cuando decido portarme mal.

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