jueves, 14 de junio de 2012

El certamen

Hace varias semanas, en un arranque de pura vanidad, osé participar en un certamen de cuento. Alentada por la acogida que tengo en mi blog me animé a enviar una de mis historias. El ganador del primer premio obtendría $700 , cantidad que a más de uno tentaría. Pensé, “qué bien, encima si gano me pagan”. Busqué y busqué dentro de mi gaveta de historias y envié la que más me gustaba. Por varios meses esperé la tan ansiada premiación. En dos ocasiones citaron a los participantes a la ceremonia de entrega. En ambas me emperifollé con mis galas, puse cantidad de rimmel en mis pestañas y rauda y veloz me quedé esperando porque ambas fueron canceladas a última hora sin que me enterara, quedando literalmente como dice el dicho “vestida y alborotada”. Por fin llega el tan ansiado día. En esta ocasión fui cautelosa con mi vestimenta, puse menos rimmel a mis pestañas y tímidamente me asomé por el salón donde se entregarían los premios. Gracias a Dios en esta ocasión no fui sola, cosa de que si ganaba, hubiera alguien que me levantara en el momento del desmayo final. Anuncian los ganadores. Para mi desgracia, ninguno de ellos se llamaba Beatriz. La ganadora tenía el honor de leer su famoso cuento en la ceremonia. No era suficiente el hecho de haber perdido, sino que también tendría que escuchar la causa de mi desgracia. Llena de aspavientos se acerca la ganadora al micrófono. Afina su voz y comienza la lectura. Les juro que lo que les voy a contar a continuación es la pura verdad y nada tiene que ver con mis sentimientos de envidia y coraje. En un santiamén esta señora dijo tantas palabras extrañas como le fue posible. Su prosa era tan rebuscada y llena de palabras rimbombantes que mi amiga tuvo que preguntarme de qué se trataba su cuento. “el cuento es sobre dos lesbianas amantes de los tatuajes.” “¿¡Embuste!?” me contesta ella – “¿y cómo tú te enteraste de que era eso?- “chica” le contesto, “porque ella decía nosotras”. “Ah!, es que con tanta palabra rara yo ni me enteré.” Mi cuento trataba de algo tan simple como la historia de una niña y un vestido de novia. Nada de tramas escabrosas y palabras impronunciables. La competencia era algo parecido a Caperucita Roja contra Twilight. Pero si de algo puedo vanagloriarme es que para leer mis cuentos no se necesita un diccionario. Sus tramas son sencillas, tiernas y simples. Son cuentos sencillos para gente sencilla. Y como dijo una gran amiga escritora, “lo que a mí me interesa es trascender” y yo lo logré. No ganando un premio en un certamen, sino con el apoyo de ustedes, la gente que me quiere y me sigue leyendo incondicionalmente. ¡Gracias por hacer de mí una ganadora siempre!

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