jueves, 14 de junio de 2012

Reflexión

Cómo seguir la vida cuando ésta cambia tan radicalmente. Todo lo conocido es ahora una quimera. Las rutinas, los deberes, el conocimiento, todo revuelto de pies a cabeza. Solo bastó un minuto para que nuestro mundo cambiara. Cambió mi concepción de la maternidad, mi concepción de lo que es ser una hermana y sobre todo, mi concepción de lo que es ser una hija. En unas horas fui capaz de comprender a mi madre más que en los 47 años de vida que ella me ha regalado. Cambiaron los papeles. Era ella quien miraba con miedo y yo le devolvía esa mirada con la certeza de que nada le pasaría mientras yo estuviera allí, igual que aquellas noches donde un diablo me acechaba y solo su presencia bastaba para espantarlo. La diferencia es que este demonio es real y no se aleja, se apodera de ella día a día, noche a noche. Ella lucha contra él y yo le sostengo la mano para que permanezca a mi lado y no se deje robar el último soplo de aliento. Invertidos los roles, la baño y la visto cual muñeca de porcelana. Olorosa y fresca extiende los brazos hacia mí. Me acurruco en su pecho buscando una vez más esa sensación de seguridad que me daba cuando niña, pero no, es ella la que se siente segura, mi presencia le garantiza que no la dejaré ir y que lucharé con ella hasta el final. Hoy aquel ser fuerte ya no existe. Ahora se ha convertido en mi bebé, con sus pañales, su llanto, su inseguridad. Entre nosotras ahora soy yo quien cuida y ella quien se deja cuidar. En un momento de lucidez confesó: “cuando era pequeña mi madre me dijo que no le gustaban los niños. Crecí en un ambiente frío, sin besos ni abrazos. Hoy me arrepiento de haber sido tan dura con mis propios hijos. Poco los besé y raramente los abracé. Es por eso que hoy necesito recuperar todos esos besos que me perdí y los abrazos que desperdicié.” Con esa confesión comprendí una vida entera de madre ausente. Hoy mi madre puede estar segura que todo lo negativo quedó atrás. Que tendrá en unos minutos toda una vida llena de besos y abrazos. Que ya no hay por qué dudar, que no tiene por qué reprimir sus deseos de amor. Porque nosotras la acunaremos en nuestros brazos y la consentiremos por todos esos años en que los besos y los abrazos eran escasos. Le daremos en poco tiempo todo el amor y la devoción de toda una vida.

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