sábado, 22 de enero de 2011

Nacionalismo, el freno a la aculturación

Desde hace 517 años somos una colonia. En 1493 Cristóbal Colón se adueñó de nosotros y nos integró a España. En 1898 fuimos entregados como botín de guerra a los Estados Unidos. Nuestros nativos, los indios Taínos, fueron los últimos en disfrutar una Borinquen libre, de pensamientos puros e ideas propias.

Actualmente somos una mezcolanza de razas de las que el resultado neto es el puertorriqueño moderno. Pertenecemos al pueblo latinoamericano pero jamás somos incluidos en ellos. Nuestra situación política nos mantiene en un limbo con el resultado de que el mundo no nos considera ni estadounidenses, ni españoles, ni latinoamericanos. Para nosotros solo somos puertorriqueños.

Poseemos un sentimiento nacionalista puro, profundo e inextinguible. Gracias a éste nuestra pequeña islita ha hecho frente a un movimiento de aculturación anglosajona que data de más de 100 años. Al principio adoptamos a la fuerza la religión, el idioma y las costumbres de los españoles. Cuando llegaron los estadounidenses ya éramos una nación con pensamientos propios de los que ni la Madre Patria pudo sacudirnos. Nació una cultura propia con raíces españolas, negras e indias.

El nacionalismo nos ha servido de escudo para combatir una de las estrategias más eficaces a la hora de aculturar una nación: la pérdida del idioma vernáculo. Con uñas y dientes hemos defendido el castellano. Estados Unidos, la nación más poderosa del mundo, no ha logrado que en nuestras calles se hable el inglés. Nos esforzamos en pensar, hablar y escribir en un español correcto, incluso más puro que el español que se habla en muchas de nuestras naciones latinoamericanas hermanas que no han sufrido el colonialismo que nos azota implacablemente desde el siglo XIX.

Gracias al nacionalismo conservamos nuestra música, nuestras costumbres, nuestros ideales. Nuestra gente se ha destacado a nivel mundial en todas las ramas: ciencia, política, artes y literatura. En todos y cada uno de los rincones del mundo hay uno de los nuestros y cuando le preguntan se identifican como tal: puertorriqueños. Jamás osaríamos identificarnos como estadounidenses aunque nuestro pasaporte diga lo contrario. Difícil es de explicar a quienes no entienden que somos una nación latina, con una situación política ambigua que no ha logrado quitarnos la identidad como pueblo.

A pesar de que somos su colonia, Estados Unidos rechaza nuestra gente como rechaza a cualquier latino, con la diferencia de que a nosotros no nos han podido doblegar, manipular o someter. Al otorgarnos el “beneficio” de su ciudadanía, nos permiten deambular entre ellos de igual a igual pero con una diferencia sustancial: nuestro sentimiento patrio pertenece a nuestra Isla no a la “Nación”. Por lo tanto, han tenido que soportar nuestra latinoamericanidad con la boca cerrada y sin poder echarnos de su tierra. Los que viven allá hablan español, veneran la monoestrellada y añoran retornar al terruño.


En síntesis, el nacionalismo que posee nuestro corazón ha sido el salvaguarda de nuestras costumbres, nuestro idioma y nuestro sentido patrio. Ninguna nación del mundo ha sido una colonia por más de 500 años sin rendirse a la aculturación. Nosotros sí lo hemos logrado.

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