domingo, 26 de junio de 2011

Un búnker para el apocalipsis

Acabo de leer una noticia donde habla de un hombre en Rusia que se está haciendo rico fabricando “bunkers”, o refugios en buen castellano, para cuando llegue el fin del mundo. Sus clientes, claro está, son millonarios que no tienen en qué más gastar sus billetes.


Como supondrán, la idea me dejó con la cabeza dándome vueltas. ¿Para qué rayos quiere esa gente sobrevivir en un mundo donde todos los demás estaremos muertos? Digo, a mí que me encanta hablar, no tendría con quién sino conmigo misma, y eso es aburridísimo. Aunque supongo que si ellos invierten en una cosa de esas será con la idea de que se refugien dos o tres más con ellos. Me imagino que se meterán ahí con la mujer, los hijos, el gato, el perro, la sirvienta y el mayordomo. Porque después que pase el cataclismo y la humanidad se termine no habrá a quién joder, así que la sirvienta y el mayordomo tendrán que quedarse con sus jefes para que ellos se diviertan dando órdenes.


Otro al que tendrían que incluir sería al jardinero. Porque me imagino que si lo que cae en la tierra arrasa con todo, también arrasará con la comida. Por lo tanto, el jardinero es indispensable para que cultive dos o tres tomates en las jardineras del bunker para que tengan algo para echarse a la boca. Porque por más comida que almacenen, algún día se acabará y entonces peligrarán el mayordomo y la sirvienta.


Oye, que por más que le doy vueltas no lo entiendo. Para qué sobrevivir si no tendremos a los amigos, no podremos ir a ningún lado, no tendremos qué comer y no se podrá salir afuera ni para botar la caca del perro. En un mundo así ya los chavos, la fama y el poder no servirán para nada. Encerradito en tu bunker de lujo tendrás la ventaja (o debería decir desventaja) de vivir algunos meses más, solito, muerto de hambre y cagao del susto porque no te atreverías ni a asomarte por la puerta para ver qué rayos quedó allá afuera.


Si yo fuera millonaria y tuviera la certeza de que el mundo se acabará en el 2012, entonces, en vez de botar los chavos en un bunker los gastaría dándome gustos, paseando, bailando, comiendo y bebiendo hasta la saciedad, cosa que cuando llegue el caos me coja con el corazón contento y la barriga llena.


Que total, si nos vamos a morir todos, ¡seguimos la fiesta en el cielo!

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