sábado, 22 de enero de 2011

El nobel que lloró

Mario Vargas Llosa es escritor, ganador del Premio Nobel de Literatura, un gran hombre y un esposo valiente. En la entrega de los premios en Estocolmo, Vargas Llosa hizo llorar a la concurrencia con su discurso de agradecimiento. Habló de su trayectoria y de política, algo esperado en todo discurso. Pero hizo algo completamente insólito, le dio las gracias a su esposa y lloró al hacerlo.

Viendo la trayectoria de algún artista o figura pública pienso cómo será su familia y cómo ésta se adapta a ese estilo de vida. Éstos viven alejados de sus familias por largos períodos de tiempo. Disfrutan poco de sus hijos y de sus esposas. ¿Cómo se puede ser tan exitoso sin sacrificar algo importante? Porque siempre algo se queda atrás. Ellos por alcanzar un sueño o la fama, pierden la infancia de los hijos, la vejez de los padres y la juventud de la pareja. Cuando llegan a sus hogares los imagino presos de sí mismos y del sino que se trazaron.

Ser esposa o hijo de estas personas no es nada fácil. Mayormente es la pareja quien se encarga de que todo en el hogar funcione como si nada estuviera pasando. Deben justificar la ausencia del padre y sustituirlo en sus grandes períodos de ausencia. Además, deben asumir una carga que no les corresponde, el peso de la fama ajena. Ellas no quieren ser reconocidas en la calle y ni ser objeto de críticas o burlas, pero el peso de la fama conyugal las salpica y las marca inevitablemente. Ese es el precio de amar incondicionalmente a quien todo el mundo ama.

¿Y los hijos? Éstos viven la eterna ausencia del padre y el agobio de la madre. La sombra de la fama paterna los obliga a esforzarse en demasía debido a comparaciones injustas. El padre es el padre y el hijo el hijo, cada uno con características diferentes y personalidades ajenas. Injusto es pensar que la descendencia de un famoso es un calco del mismo. Es imponer sobre hombros ajenos una carga que no pidieron llevar, limitar sus horizontes surcando sus caminos pensando,“hijo de gato caza ratón”.

Vargas Llosa fue valiente. En su discurso le dio valor a lo incalculable, al sacrificio que hizo su familia para que él lograra su sueño. Pocos realizan que a quien se sacrifica es a la familia, no ellos. Esos que sin quejarse viven en un mundo incompleto, lleno de realismo y ausente de sueños. Esos seres ocultos en quienes los famosos se refugian buscando paz.

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